Comida para todos

(Camilo Maccise– Mexicano, expresidente de la Unión de Superiores Generales) Hace unas semanas, el presidente del Banco Mundial advirtió que 33 naciones están en riesgo de intranquilidad social debido al creciente precio de los alimentos. Es poco probable que los precios desciendan pronto. La Organización para los Alimentos y la Agricultura de Naciones Unidas (FAO) dice que las reservas de cereales este año serán las más bajas desde 1982. Por otra parte, sabemos que hay en el mundo suficientes alimentos para dar de comer a su población.

A pesar de eso, alrededor de 25.000 personas mueren al día de hambre o por enfermedades relacionadas con ella, y un niño muere cada cinco segundos. En la actualidad hay más hambre de la que había, y esto provoca desesperación, rabia, saqueos y robo de cereales en campos, bodegas y tiendas. Los precios de los alimentos siguen aumentando y produciendo un silencioso asesinato en masa en algunos países. Esto sucede por diversos factores, como el incremento de los precios energéticos y del crudo, los efectos del cambio climático, la creciente demanda de países densamente poblados como India y China, y el uso de granos para producir biocombustibles. Igualmente, entra en juego el ansia desmedida de ganancia de las grandes transnacionales, las grandes cadenas de distribución alimenticia y los grandes supermercados que comercializan los productos básicos.

Ante este panorama desolador, la Biblia advierte sobre el peligro de que el ser humano se encierre en su egoísmo, posea en exceso los alimentos, y banquetee mientras otros pasan hambre (Amós 6, 4-6). Todo alimento es don de Dios y debe compartirse. El pan expresa el amor de Dios creador y el don del pan es una invitación a la generosidad. La crisis alimentaria está exigiendo una economía de justicia y solidaridad en nuestro mundo globalizado.

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