Iglesia y márketing

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“La Iglesia no sabe ‘vender’ su producto. Y tampoco lo intenta. San Vicente de Paúl, siempre maestro en estos menesteres de la ayuda a los demás, solía decir que la caridad no hace ruido, y lo que hace ruido no es caridad”.

¡Con todo lo que está haciendo la Iglesia en el campo religioso, cultural, educativo y social! Y no solo no se le reconoce, sino que figura, en los sondeos de opinión, como una de las instituciones menos valoradas.

Más que sorprendente, lo que resulta evidentemente preocupante es que, en esa lista del organismo encargado del sondeo sobre aprecios e intereses, junto a la Iglesia figuran estamentos como los políticos y los militares, y hasta los jueces. Es decir, que el pueblo no tiene grandes esperanzas respecto a instituciones y organismos tan importantes para la vida de una nación.

¿Por qué esa falta de credibilidad de la Iglesia? ¿Qué motivos son los que oscurecen esa admirable labor? ¿Dónde está la raíz de esa falta de valoración a una obra de tanta repercusión social?

Se buscan las causas en el atávico anticlericalismo de nuestro país, en la desenfocada imagen de tiempos pasados, en los ejemplos poco edificantes de las personas, la contrapropaganda pública adversa a lo religioso. Los más indulgentes suelen decirnos que la cuestión está en el márketing, que la Iglesia no acierta a presentar sus obras. Hace falta publicidad y escaparate. Eso de que el buen paño en el arca se vende, ha pasado a la historia.

En fin, la Iglesia no sabe “vender” su producto. Y tampoco lo intenta. San Vicente de Paúl, siempre maestro en estos menesteres de la ayuda a los demás, solía decir que la caridad no hace ruido, y lo que hace ruido no es caridad. De los pobres no se presume; a los pobres se les sirve. La caridad no se discute: se practica.

De todos modos, tampoco se ha de caer en desasosiego alguno por esa falta de reconocimiento al bien que se hace. Primero, lo del Evangelio: que no sepa tu mano derecha… Después, la intencionalidad generosa del servicio y la mirada puesta en el Señor, que sabe y premia la conducta de sus hijos. Tampoco esa queja que trasluce la falta de valoración por la acción que realiza la Iglesia es justa en todas las ocasiones, pues son muchas las personas y las instituciones que la aprecian y reconocen.

Debemos de pensar que, en todo esto, los cristianos vamos por otro camino. Y si nuestra vida y acciones son auténticamente evangélicas, no hemos de esperar que se vayan poniendo flores y moquetas por donde tengamos que pasar.

En el viaje al Reino Unido, le preguntaron al Papa: “¿Se puede hacer algo para que la Iglesia, como institución, sea más creíble y atractiva para todos?”. Esta fue la respuesta de Benedicto XVI: “Diría que una Iglesia que busca sobre todo ser atractiva, estaría ya en un camino equivocado, porque la Iglesia no trabaja para sí misma, no trabaja para aumentar sus cifras y, así, su propio poder. La Iglesia está al servicio del otro: sirve no para ella misma, para ser un cuerpo fuerte, sino que sirve para hacer accesible el anuncio de Jesucristo” (Encuentro con los periodistas, 16-9-2010).

En el nº 2.762 de Vida Nueva.

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