Chequia

FRANCISCO JUAN MARTÍNEZ ROJAS | Deán de la Catedral de Jaén y delegado diocesano de Patrimonio Cultural

“Un pueblo que se autoafirmó a través del arte, cuando se le negaban los habituales canales políticos. En ese sentido, y parafraseando a Dostoievsky, se podría afirmar que la belleza ha salvado, no ya al mundo, como afirmó el literato ruso, sino a Chequia.”.

En un reciente viaje por la República Checa, la contemplación del monumento a Jan Hus en la Plaza del Reloj, de Praga, me trajo a la memoria un párrafo de La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, en el que el conocido literato afirmaba que la esencia de lo checo no es para ellos más que cenizas. En palabras de Kundera, parecía como si lo específicamente nacional de este país centroeuropeo hubiese quedado reducido prácticamente a nada. Y, sin duda, hay parte de razón en la anterior afirmación, ya que Chequia dependió políticamente de modo sucesivo del Imperio alemán y del austro-húngaro desde mediados del s. XIV hasta 1918, para quedar recluída al este del Telón de Acero de 1945 a 1990.

Sin embargo, tengo que reconocer que la riqueza del patrimonio histórico-artístico checo me ha sorprendido, lo que interpreto como expresión del afán de supervivencia de un pueblo que se autoafirmó a través del arte, cuando se le negaban los habituales canales políticos. En ese sentido, y parafraseando a Dostoievsky, se podría afirmar que la belleza ha salvado, no ya al mundo, como afirmó el literato ruso, sino a Chequia.

A otro gran literato checo, Franz Kafka, se le atribuye el dicho que afirma: Quien mantiene la capacidad de ver la belleza no envejece nunca. Si una de las propiedades trascendentales del ser es la belleza, lástima que Kundera, inspirándose en la historia de su país, no escribiese otra novela que llevase por título La imperecedera importancia de la belleza.

En el nº 2.767 de Vida Nueva.

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