Casposas y anacrónicas quejas contra el Papa

(Juan Rubio)

Miren por dónde, con el Papa pisando el Campus stellae y la catalana terra, y yo contándoles novelas. Confieso que me divierten más que los culebrones que a diario despachan algunos medios de comunicación hablando del Papa. Hoy les hablo de El sueño del celta, de Vargas Llosa, con el que he pasado el fin de semana último. El flamante Premio Nobel es “agnóstico confeso”, aunque en sus novelas hay tics religiosos que las cruzan instalándose como estribillo sobre el que se vuelve reiteradamente, unas veces como ajuste de cuentas y, otras, con cálida nostalgia. Siempre, sin embargo, con un gran respeto a la ingente labor de muchos sacerdotes. No hay nada más que releer su Guerra del fin del mundo. Nunca desprecia su vieja formación en un colegio de La Salle ni la ingente labor de misioneros en países alejados.

Lo mismo sucede con el protagonista de El sueño del celta, su última novela. El libro cuenta la aventura de Roger Casement, diplomático británico, adalid de la lucha contra los genocidios del Congo y la Amazonía. Su aventura corre paralela a una honesta búsqueda de la trascendencia en el seno del cristianismo. En su recorrido por la geografía de la explotación y el horror, en el corazón mismo de las tinieblas conradianas, siempre halló un destello de luz: el capellán de la cárcel, los franciscanos y misioneros en las selvas de Perú o en los poblados que bordean el río Congo; incluso en el Berlín del káiser o en las calles de Dublín durante la rebelión de Semana Santa buscando el “sueño celta”. Y en las más íntimas batallas que le destrozan, la mano amiga del sacerdote que arroja luz en su cautiverio. Un deseo de trascendencia, un ejemplo de entrega. Asombrosa puesta en escena de estos personajes. Es un canto bello a la impoluta actividad de la Iglesia en épocas de auténtica barbarie en momentos de auténtico desvarío inmoral. Sólo la Iglesia queda limpia de la bajeza moral en la que se instalan muchos de sus personajes. El libro sorprende en sus diálogos, en la búsqueda sincera de Dios y en el consuelo y empuje de la fe.

Mientras leo estas historias me van llegando ecos de este “reñidero español”, revuelto por la visita de poco más de un día de Benedicto XVI. La blanca presencia del Papa los pone nerviosos y hace que cada uno se decante. En esta España nuestra sabemos poco de tolerancia y preferimos el ditirambo, la reyerta y el navajazo. Alejo Carpentier, en El aspa y la sombra, recuerda una frase de Colón: “¡Ay, los españoles, los españoles, los españoles…, qué jodido me tenían ya con su propensión a fraccionarse, dividirse, formar grupos, en permanente desacuerdo!”.

Lo estamos viendo estos días en los grupos molestos, presentando cifras atoradas y falsas; sacando a relucir miserias y obscenidades; gritando desaforados y hablando de gastos desorbitados; exhibiendo de forma soez a curas pederastas, frailes torrezneros, obispos glotones y clérigos avarientos.

Es ese “secularismo salvaje” tan obsoleto, tan casposo, tan a la deriva…, recomiendo al último Vargas LLosa por su sentido común, sencillez y limpio planteamiento de una trayectoria en la que lo religioso es fundamental. ¡Dejen hablar al Papa, que a ustedes los tenemos ya muy oídos! ¡Sean sensatos en su propia increencia! Y sean justos con la Iglesia que suda y trabaja.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.728 de Vida Nueva.

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Especial Visita de Benedicto XVI a Santiago de Compostela y Barcelona

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