Cartografía e Iglesias particulares: un desafío

mapa antiguo de España

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JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Cuando el cardenal de Buenos Aires se asomó a la Logia de las Bendiciones de la Basílica de San Pedro, en Roma, el día de su elección, dijo algo que agradó: “Sabéis que el papa es obispo de Roma. Mis hermanos cardenales han ido a encontrarlo casi al fin del mundo”. Ponía en valor la importancia que el Vaticano II había dado a la “Iglesia local”, o, siendo más exactos, a la “Iglesia particular”.

Las diócesis no son sucursales de Roma. Ya los teólogos conciliares se batieron el cobre en ello y quedó claro que el lugar no es algo constitutivo de la Iglesia particular; pero despreciarlo sería negar el misterio de encarnación, que es razón de ser de la Iglesia y que le confiere un rostro propio. Hablar, pues, de cartografía eclesial no es baladí.

Las guerras se declararon generalmente por ajustes de costuras geográficas y se saldaron con acuerdos que hilvanaban fronteras con tratados escritos a costa de sangre. La Iglesia no ha sido ajena a muchos de esos conflictos. Solo hay que recordar la unificación italiana y la cuestión de los Estados Pontificios, pero eso es ya viejo tema, recurrente para la demagogia. Hoy los conflictos son diferentes y se saldan de forma distinta.

Repasemos algo de España. En Extremadura se lucha hace tiempo para que Guadalupe sea extremeña. El conflicto de la Franja entre Lleida y Barbastro sigue vivo y supurando. En Andorra, el arzobispo es también copríncipe del país.

En Galicia no se hizo caso al mapa de Javier de Burgos en 1833, y allí la mezcla de territorio civil y eclesiástico es asombrosa. Mientras que en Castilla las lindes se ajustan a las provincias, en Euskadi la división de la Diócesis de Vitoria tuvo razones políticas que sembraron vientos con sus posteriores tempestades. Hasta los años cincuenta, Toledo extendía sus dominios a territorios andaluces.

Los viejos modelos van caducando
y nuevos horizontes se abren.
No es baladí replantearse, a la luz conciliar,
el concepto de Iglesia particular,
en la comunión y la diversidad.

La Iglesia ha ido respondiendo a la cartografía en su legislación canónica. Ahí están las prelaturas personales. A las castrenses siguieron otras, con criterios de nuevo cuño, como el Opus Dei. No sería de extrañar que pronto la tenga el Camino Neocatecumenal. En Inglaterra, la constitución apostólica Anglicanorum coetibus, de Benedicto XVI, acogió a los anglicanos que volvían a la comunión de Roma, e incluso a los seguidores de Lefebvre se les ofreció en su momento.

En España hay diócesis pequeñas con escasos recursos, como las hay inabarcables que dificultan la misión. El concepto territorial se desdibuja. Se rompen fronteras y se abren nuevos campos de misión más sectorial, sin olvidar que los nuevos movimientos desbordan la geografía y que las congregaciones religiosas trabajan en periferias y espacios más amplios.

El territorio ha de replantearse. Los viejos modelos van caducando y nuevos horizontes se abren. No es baladí replantearse, a la luz conciliar, el concepto de Iglesia particular, en la comunión y la diversidad.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.881 de Vida Nueva

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