Carta de despedida a mi hermano Antonio

(P. Rafael de Andrés. S.I.) Querido Tonín, ya sé que todos te llaman Antonio o D. Antonio, pero para mí siempre has sido el benjamín de los hermanos. Has pasado al Padre con mayúsculas, en la Pascua, el paso del Señor. Y lo has hecho como queriendo molestar lo menos posible, con una muerte casi repentina. Ese era tu estilo: ayudar lo más posible, pedir la menor ayuda posible. Caíste al subir a tender la ropa, como hacía María en Nazaret, para que no lo tuviera que hacer otro por ti.

Compartiendo contigo tu afición al cine desde pequeño, me dirijo a ti, con una rápida panorámica sobre la película de tus 77 años de vida, que celebramos con una alegre comida familiar, la víspera de tu caída. De nuestro padre, poeta y músico, heredaste genes de artista, mutados en unas cualidades innatas para la pintura, que potenciaste brillantemente con la carrera de Bellas Artes de San Carlos, y practicaste en cientos de paisajes y retratos. Como sabes, preside mi habitación el rostro de Jesús que pintaste para mí, y que repartiré hoy entre tus amigos en una estampa-recordatorio. De nuestra madre, sacaste su amable cercanía y servicialidad, que tú tradujiste en las distancias cortas, con un don especial para la confidencia, el consejo y el acompañamiento espiritual, al que estabas siempre abierto para cuantos acudían a ti de toda España.

Te veo de niño, congregante mariano, empapándote de filial devoción a la Virgen, bajo el lema “A Jesús por María”. En la Congregación Mariana Universitaria empezaste a desarrollar una fecunda labor de crítico cinematográfico, desde la óptica del humanismo cristiano, que ha durado hasta el final de tus días. Cómo echaré de menos tus sugerentes reflexiones tras ver juntos una buena película… De tu bachillerato con los dominicos sacaste la curiosidad intelectual que te ha guiado siempre. Y de tu contacto con los jesuitas, te llevaste lo mejor: el mes completo de Ejercicios Espirituales, que te dio ese “conocimiento interno de Cristo para más amarle y seguirle” que te acompañó toda la vida.

Tu vocación al sacerdocio se realizó desde tu ordenación en clave de servicio de esa fe que implica la justicia, como consiliario de la HOAC. Pero, sobre todo, experimentando las paradojas de las bienaventuranzas en este Barrio del Cristo, donde has realizado tu vocación sacerdotal, formando una comunidad de vida evangélica en celibato por el Reino y en pobreza de bolsa común, como la primitiva comunidad cristiana. Han sido 40 años de fidelidad. Entre tus preferencias también entraban esas visitas continuas a las cárceles, para pasar largos ratos con los privados de libertad.

Tu pasión por Jesucristo te llevó a llenarte de él en la oración, el estudio y el manejo del Nuevo Testamento como tu libro de cabecera y de formación permanente, subrayado y desgastado de tanto manejarlo. Pero no te quedaste todo ese saber y sabor de Jesucristo para ti. Lo ofreciste a los demás en numerosos cursillos y conferencias de Cristología encarnada en la vida, durante largos años. Tu asimilación del último Concilio hizo que tus homilías dominicales en esta iglesia del Cristo atrajeran un amplio auditorio, que venía a escucharte incluso desde Valencia.

Y cuando tu garganta no resistió más el castigo de los “celtas” que fumabas porque era el tabaco de los pobres, se apagó el brillante timbre de tu voz, tuviste que recurrir al micrófono para seguir ayudándonos con tu mensaje evangélico. Tu riqueza espiritual era tan prolífica que me confesabas la dificultad de plasmarla por escrito, pues no sabías cómo cortar las ramificaciones que te venían al bolígrafo. Aun así, colaboraste en Communio y otras revistas, y escribiste un valioso libro sobre “otra comunidad cristiana alternativa”, teorizando sobre vuestra experiencia comunitaria en el Barrio del Cristo.

Amaste a la Iglesia de Jesús, con un amor que sintonizaba con su plural encarnación positiva del Evangelio, y que te dolía en sus manifestaciones poco cristianas. A pesar de tu miopía rigurosa, fuiste un devorador de libros y artículos, que siempre relacionabas con el Evangelio. Hasta que los últimos meses de tu vida me confesaste que casi ninguna lectura te decía algo nuevo. Y es que tu vida interior se había densificado tanto que sólo te llenaba el “Dios siempre mayor”, que iba ocupando los vacíos que tú ibas haciendo en tu yo. Hasta que, por fin, ha llegado la hora de quedar saturado del Infinito. Ahora ya no te afectarán los altibajos ligueros de tu Valencia CF…

Querido Tonín: seguirás viviendo afectivamente en los corazones de los que tanto te hemos querido en vida. Y sobre todo, vivirás para siempre en el cálido regazo del Dios vivo. No lloramos por ti, pues sin duda estás gozando ya de esa plenitud con que el Padre maternal premiará tu consagración a la causa de su Hijo y de sus hermanos menores. Lloramos por nosotros, que nos vemos privados de tu presencia, tan discreta como benéfica.

Desde tu mirador del cielo con vistas a la tierra, asómate y te alegrarás de ver esta iglesia de tu querido Barrio del Cristo desbordada de tanta gente hasta la plaza, reunida al calor del cariño, el amor, la amistad, la admiración y el agradecimiento hacia ti. Recibe un fuerte abrazo, y no un adiós, sino un hasta siempre.

En nombre de todos, tu hermano, Rafa.

En el nº 2.658 de Vida Nueva.

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