Carnavales

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

Tienen raíces antiguas, con sentido de fiesta, inhibición y huida ante angustias y desazones. Se hace música, máscaras y representaciones, charangas y chirigotas en las que no siempre aparece el buen gusto. Es cierto que la ironía, el sentido del humor, la sátira, le ponen alguna sordina de comprensión.

Antaño se tomaban los días de carnaval como una especie de tratamiento preventivo, de profilaxis y vacuna ante los tristes, adustos, aburridos y penitenciales días de ayuno y abstinencia cuaresmales. Los carnavales servían para poner venda y cataplasma antes de que se produjeran heridas e hinchazones penitenciales. Comamos y bailemos, que buena es la que nos espera. En buena lógica, como la práctica cuaresmal está muy mitigada en penitencias, el carnaval quedaría sin razón de ser.

Estimo que debemos olvidar esa relación entre Don Carnal y Doña Cuaresma pues, cuando menos, resulta un tanto equívoca. Sin entretenernos en buscar disculpas para poner en marcha algunos cuidados paliativos. Entre otras explicaciones, porque, desafortunadamente, el espíritu cuaresmal ya no está en la agenda de intereses para muchas personas.

Aquí el tema es el de la autenticidad. “Hijo, no hay que extrañarse, pues conviene distinguir: cuando perdiz, perdiz, y cuando oración, oración”, según recuerda Santa Teresa. Lejos de toda hipocresía, que una cosa es lo que en realidad somos y otra las caretas y disfraces que de cuando en cuando nos ponemos.

No se trata de hacer una crítica negativa de los carnavales, pues tienen sus valores estéticos, sociales, culturales, artísticos… Pero que no sean ocasión para la ofensa, en el ensañamiento crítico, la deshonra de las personas, el olvido de la responsabilidad moral. Siempre habrá algún malpensante para afirmar que, en los tiempos que corren, todos los días del año son un permanente carnaval donde ya no queda títere con cabeza. No confundir la máscara, aunque algunas veces sea bella y sirva para la representación teatral, con la autenticidad.

Queremos trasparencia en todos los aspectos. Coherencia entre el pensamiento y la acción, entre la convicción y la conducta moral, entre la fe y el comportamiento religioso… Una sinceridad que va mucho más allá de una obligada cortesía de gestos mínimos y de buenos modales.

Publicado en el número 3.024 de Vida Nueva. Ver sumario

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