Recortes sociales

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“No se trata aquí de ricos y de pobres, sino de una sociedad que tiene que buscar el bien común. Es lógico que aquel que más posea, contribuya con justicia y equidad a esa bolsa que ha de emplearse en el bien de todos”.

Con la tijera de la economía en la mano se le está dando vueltas al paño del gasto, para ver de dónde se le puede arrancar un poco de tela de lo prescindible y que sirva para arreglar los agujeros causados por no sabe uno qué motivos.

Lo cierto es que hay que apretarse el cinturón. Y lo malo, en esta ocasión, es que se pretenda que lo hagan los que ya no tienen casi cintura. Y son estas personas, en situación tan precaria, las que más van a sufrir las consecuencias de muchas de esas medidas que, aunque puedan ser necesarias y justas, puedan derivar en una mayor desprotección de aquellos que ya están bastante desvalidos.

No se trata aquí de ricos y de pobres, sino de una sociedad que tiene que buscar el bien común. Es lógico que aquel que más posea, contribuya con justicia y equidad a esa bolsa que ha de emplearse en el bien de todos.

“La Doctrina Social de la Iglesia es muy explícita en este tema:
hay que velar con particular solicitud por los pobres,
los marginados y por las personas que no pueden
vivir con un mínimo de dignidad”.

La Doctrina Social de la Iglesia es muy explícita en este tema: hay que velar con particular solicitud por los pobres, los marginados y por las personas que no pueden vivir con un mínimo de dignidad. Se trata de la opción evangélica y preferencial por los pobres. Es un ejercicio de primacía de la caridad cristiana, pero también se aplica “a nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente, a nuestro modo de vivir y a las decisiones que se deben tomar coherentemente sobre la propiedad y el uso de los bienes” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia).

Habrá, pues, que tener en cuenta en los recortes sociales esos criterios de corresponsabilidad, de cooperación y de subsidiariedad. Y recordando que solo desde el asiento de la justicia, se puede construir un proyecto “sostenible” y viable de un verdadero proyecto que sirva para el bien común.

No es infrecuente que todo aquello que se relaciona con la economía se trate de una manera un tanto “inhumana”, como si el hombre no fuera el primer interés que ha de tenerse en cualquier actividad que afecte a la dignidad de la persona y a su vida familiar y social. Una justicia que no esté basada en este principio fundamental ha perdido cualquier garantía de fiabilidad.

Decía Benedicto XVI: “La Doctrina Social de la Iglesia no ha dejado nunca de subrayar la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social para la economía de mercado

, no solo porque está dentro de un contexto social y político más amplio, sino también por la trama de relaciones en que se desenvuelve. En efecto, si el mercado se rige únicamente por el principio de la equivalencia del valor de los bienes que se intercambian, no llega a producir la cohesión social que necesita para su buen funcionamiento. Sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado, y esta pérdida de confianza es algo realmente grave” (Caritas in veritate, 35).

En el nº 2.775 de Vida Nueva.

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