No son un trofeo

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“La Iglesia se alegra de ayudar al necesitado, pero mayor sería su gozo si en él se cumpliera la justicia…”

En todo caso, se diría que son un tesoro. El mejor y más cuidado por parte de la Iglesia. En tiempos de balances y presupuestos, las instituciones eclesiales presentan sus cuentas de resultados. Los números impresionan por varios motivos.

Primero, por constatar la ingente multitud de personas y familias necesitadas de casi todo a las que hay que atender y que están indicando un verdadero y grave problema social. Después, las prestaciones que se ofrecen, de manera completamente desinteresada, por parte de estas instituciones de la Iglesia. Al frente de todas ellas, y con un palmarés más que extraordinario ejemplar, Cáritas Española.

Los números impresionan. Los sentimientos de gratitud y admiración a tantos y tantos voluntarios y colaboradores son bien merecidos. Pero lo más ejemplar y digno de todos los elogios es el poder comprobar que, de ninguna de las maneras, se exhiben esos números, y mucho menos los beneficiarios, como si fueran un trofeo justamente ganado en una campaña y carrera de solidaridad.

Si el diácono Lorenzo presentó a la autoridad civil a aquel grupo de menesterosos, lo hizo resaltando que este era el tesoro de la Iglesia. Sabía muy bien lo que representaban aquellas personas, de cómo en ellas estaban abiertas las mismas heridas de Cristo y, con la caridad, se podía hasta tocar la carne de esas santas llagas, según expresión del papa Francisco.

Esta es la diaconía, el ministerio con el que la Iglesia practica la caridad fraterna. Sabe muy bien que los necesitados no son suyos, sino de Cristo, y a ellos y a su Señor quiere servir. Si en algo ha de gloriarse, que no sea sino en el poder compartir cuanto significa la Cruz del Señor como entrega a un amor sin medida ni precio.

La Iglesia se alegra de poder ayudar a los necesitados, pero mucho mayor sería su gozo si en ellos se cumplieran la justicia y el derecho, y tuvieran su trabajo y su casa, el alimento y la enseñanza para sus hijos, los hospitales y la atención sanitaria, el acceso a la cultura y al bienestar social. Es, por tanto, una acción subsidiaria en la espera de que ya no haya que hacer cola en la oficina de empleo, en la del comedor de caridad, en la del economato parroquial…

No se puede esperar a que se solucionen todos los problemas. Hay una exigencia de acciones inmediatas, de acudir a lo más necesario y perentorio. Pero de ninguna de las maneras puede hacerse crónico lo que debe considerarse como una medida de urgencia a la espera de que la justicia y el derecho sean los caminos del bienestar para todos.

La Iglesia seguiría ejerciendo su ministerio de caridad. Quizás de otra manera y atendiendo a unos derechos que no están registrados en ninguna lista de reconocimientos humanos, pero lo haría en aquella otra en la que se habla de la ternura, de la misericordia, del llorar con el que llora, de hacer fiesta con aquel que motivo tiene para ello

En el nº 2.893 de Vida Nueva

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