Cada uno elige su pasado

(Baltazar Enrique Porras Cardozo– -Vicepresidente del Consejo Episcopal Latinoamericano y arzobispo de Mérida-Venezuela)

“Vender futuro y esperanza a costillas de una lectura parcial del pasado y de una moralidad calvinista es un ardid, una media verdad, una manipulación. Encierra una concepción tan pobre del ser humano que se asemeja más al idiota o al borrego latinoamericano”

La frase es de Sartre. Y aunque parezca un absurdo es una realidad que nos toca padecer a menudo. Hay quienes se empecinan en ver por su propio prisma con el que vendan sus ojos y pretenden hacer lo mismo con los demás. La situación se vuelve dramática cuando quien lo propugna tiene responsabilidades sobre comunidades extensas.

No existe posibilidad de acercarse a la verdad si no nos abrimos a los demás. La visión unilateral, sesgada, intransigente, conduce al fanatismo. Esta visión “selectiva” reduce las posibilidades de sana convivencia y un acercamiento a los valores auténticos que movieron a los que hicieron historia, distintos y distantes a inquietudes de hoy.

Pretender vendernos como verdad un pasado que nunca existió como nos lo quieren pintar, es aberrante. Vivimos tan bien, que nuestros males y el atraso son culpa de los que nos precedieron. ¡La responsabilidad es del ciudadano, no de quien le conduce! Pretendemos deslastrarnos de los adversarios políticos, las concepciones religiosas y lo que no nos permita ir a nuestras anchas.

Vender futuro y esperanza a costillas de una lectura parcial del pasado y de una moralidad calvinista es un ardid, una media verdad, una manipulación. Encierra una concepción tan pobre del ser humano que se asemeja más al idiota o al borrego latinoamericano.

Cada pueblo ha tenido el pasado que ha tenido. “Sartre podrá ser arbitrario, pero no idiota. Afirma que cada cual debe decidir qué parte de su pasado desea mantener presente, es decir, actuando sobre la vida personal y grupal, proyectada y elegida”. Y no es el oropel que se nos vende como joya, en la publicidad o en la promesa política. Por eso, la memoria del cristianismo es una categoría “subversiva”, no es acomodaticia, sino cuestionante del presente.

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