‘Brexit’ a lo cristiano

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

Lo del Brexit nos ha contagiado un poco a todos. Y, faltaría más, a la Iglesia. Se dice, no sin mucha consistencia de números y realidad, que la gente, especialmente los jóvenes, se alejan de la Iglesia. Una especie de Brexit eclesial.

San Pablo, en alguna ocasión, pudo decir: se alejan de nuestra casa porque no eran de los nuestros. Vamos, que estaban allí y no participaban de la vida de la comunidad, de la familia. Se habían bautizado, quizá recibido la confirmación, la primera comunión, pero no “practicaban”. Eran cristianos de nómina, pero nada más. Ni se hacían presentes en la celebración de la eucaristía –señal inequívoca de pertenencia– ni estaban comprometidos con la acción evangelizadora de la Iglesia en las distintas acciones pastorales. Más que salir de la Iglesia, es que no estuvieron nunca en ella, en su vida y ministerio.

Algunos vivieron intensamente y hasta con pasión su fe cristiana, con inequívoca comunión con el magisterio y los pastores. Después, abandonaron. Muchos no saben la razón del por qué fue así. Para unos, la baza se la llevó la indiferencia. Otros se sintieron defraudados por la falta de ejemplaridad de fieles y mandatarios. En este catálogo también se pueden situar aquellos a los que la disciplina de partido les exigía el olvido público de las creencias.

La lista de situaciones y causas es variopinta y, con mucha frecuencia, sin explicación alguna que justifique el abandono de la fe. Pero también hay que decir que, para muchas de estas personas, la fe no se ha terminado. La viven a su modo, la practican a su estilo. Pero nada de Iglesia ni jerarquía ni estructura alguna de participación pública.

Se fueron, pero no estaban. Y al revés: están, pero no se nota su presencia. Equívocos, ambigüedades, lavado de cara, chaqueteo, indiferencia, pereza, olvido… También, por qué no, desilusión, agnosticismo, relativización de todo… Y apostasía declarada o encubierta.

Lo de que sean muchos o pocos, importa. Pero no olvidar lo del pastor y la oveja perdida. Para una madre –y así es la Iglesia–, cada uno de sus hijos, aunque la familia sea muy numerosa, es como un hijo único. Mientras no estén todos los hijos sentados en la misma mesa, se notará el vacío y la felicidad no puede ser completa.

En el nº 2.996 de Vida Nueva

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