Atardece

(Santos Urías) Si pudiera detener el tiempo, lo haría aquí y ahora: en el Cabo de San Vicente, viendo atardecer, observando cómo se traga el océano esa inmensa bola de fuego.

Me gustaría agarrar el sol, como a una cometa, y dejarme arrastrar por los aires contemplando desde el cielo la espuma del mar, los cortes de los acantilados, las gaviotas jugueteando con el viento.

Repartir los rayos de esa luz a todos los hogares de la tierra: a los solos, a los abatidos, a los excluidos, a los que caminan sin esperanza, a los privados de libertad, a los esclavos de hoy, a los que son tratados con injusticia, a los enfermos, a los desnudos, a los hambrientos.

Que ese brillo naranja y plateado, reflejo de los cabellos de Dios, de lo más eterno y de lo más profundo, reventara en los pechos de la humanidad como en un big bang de esperanzas y de sueños, sabiendo que otro mundo es posible, que otro tipo de relaciones es posible, que otra forma de existir es posible.

Y todo esto, sólo, dejándose abrazar por la inmensidad. Abriendo los ojos del corazón. Orando en silencio. Respirando, con un único aliento, la brisa y la sal.

Todo esto, tan sólo, con el regalo y el guiño de Dios en otro atardecer.

surias@vidanueva.es

En el nº 2.673 de Vida Nueva.

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