Anglicanos: muy cerca del cisma

(Austen Ivereigh– Corresponsal de Vida Nueva en el Reino Unido) Se ha convertido en un cliché periodístico hablar de un ‘cisma’ en la Iglesia anglicana, la cual se encuentra dividida a propósito de la cuestión de la homosexualidad. Sin embargo, a pesar de las profundas diferencias que hay sobre este asunto entre el sector conservador y el sector liberal en el anglicanismo, el cisma nunca llega. En la Comunión Anglicana -federación de Iglesias más o menos autónomas- optan, simplemente, por una coexistencia cada vez más independiente.

De esta manera, el número de obispos anglicanos de todo el mundo, que están reunidos en Canterbury desde el día 15 de este mes hasta finales del mes de agosto para celebrar Conferencia de Lambeth -el principal “instrumento de comunión” del anglicanismo mundial de la federación, que tiene lugar cada diez años-, es menor que en otras ocasiones. El mes pasado, una comunión ‘rival’ fue establecida en Jerusalén de la mano de 280 obispos del ‘Global South’. Suponen más o menos un tercio del obispado mundial anglicano, y son evangélicos conservadores procedentes de África, América Latina y Australia, cuyas iglesias incluyen a entre 30 y 40 millones de creyentes, casi la mitad del número de anglicanos practicantes en el mundo. Se habían impacientado con el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, por no haber “disciplinado” (es decir, expulsado de la Comunión) a los anglicanos norteamericanos, después de efectuarse la consagración de un obispo declarado abiertamente gay, Gene Robinson, en 2003.

En Jerusalén se ha declarado una nueva ‘comunión-dentro-de-una-comunión’, la llamada ‘Fellowship of Confessing Anglicans’ (FOCA), que ha criticado el “Evangelio falso” de los norteamericanos, su aprobación “contraria a la Escritura” de la homosexualidad, así como las “mentalidades norteñas liberales” que se han impuesto sobre la comunión anglicana. Declara la FOCA que “la identidad anglicana no se determina necesariamente a través del reconocimiento del arzobispo de Canterbury”. El rechazo de la autoridad de Canterbury -que ocupa un papel de primus inter pares entre los obispos anglicanos del mundo-, además de su boicot de la Conferencia de Lambeth significa que hay, en efecto, dos comuniones anglicanas, divididas no sólo por diferencias geográficas, sino además por diferencias eclesiológicas. Pero la FOCA no se ha separado del anglicanismo: más bien, esta asociación está desafiando la estructura actual con vistas a ganarla a largo plazo.

Mientras tanto, los restantes obispos del anglicanismo mundial han comenzado esta semana sus deliberaciones. En una carta dirigida a los participantes, Rowan Williams admite que las conversaciones serán “dolorosas”, pero espera que a la vez ayudarán “a romper las barreras que tantas veces hemos construido uno contra el otro en la Comunión”.

Tampoco está presente en la Conferencia de Lambeth el obispo de New Hampshire, cuya consagración en 2003 siguió adelante a pesar de las peticiones unánimes de los primados anglicanos para que se postergara. El obispo Gene Robinson está en Inglaterra haciendo notar su presencia a través de la televisión y en varios blogs dedicados a él, hablando de cuánto Jesús le ama como hombre homosexual y criticando al arzobispo Williams por haberle excluido. El pasado domingo día 12, un hombre interrumpió su sermón gritando “¡Hereje!” y “¡Arrepiéntase!”, siendo en un momento visto por millones de personas, gracias a la presencia de numerosos medios en el servicio dominical.

El arzobispo Williams tiene una estrategia clara: tratar de imbuir en su Comunión polarizada la capacidad para el compromiso que es tan fuerte en la Iglesia de Inglaterra. Podría ser un ejercicio quijotesco (el anglicanismo poscolonial se ha desarrollado en ambientes lejanos del liberalismo político inglés) pero no hay ninguna otra alternativa. Lo que une a un anglicano estadounidense (que considera un asunto de justicia histórica la aceptación por parte de Dios de la homosexualidad) con un anglicano africano (que cree que la homosexualidad es una abominación condenada por la Biblia) es más bien poco. Pero siempre y cuando no haya un cisma verdadero, ambos van a tener que aprender a vivir juntos. O bien, a tener vidas tan separadas que no sería apropiado hablar entonces de una Iglesia.

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