Amigos de Dios y profetas

Lucía Ramón(Lucía Ramón Carbonell– Profesora de la Cátedra de las Tres Religiones de la Universidad de Valencia)

“La comunión de los santos de Dios nos recuerda que somos una comunidad de memoria que se ha fraguado en una larga historia de logros y sufrimientos compartidos”

Así se titula un bello y riguroso libro en el que Elizabeth A. Johnson aborda la comunión de los santos. Un tesoro de nuestra fe que a menudo recitamos en el Credo como si se tratara de un mantra, sin plantearnos lo que puede aportarnos. En este Occidente cada vez más ayuno de valores y anoréxico en lo espiritual, lo preocupante no es que Halloween se haya convertido en una fiesta popular. Considerar que puede dañar nuestras celebraciones de Todos los Santos y Difuntos me resulta tan insólito como culpar a las Fallas de la falta de devoción a san José Obrero. Lo verdaderamente preocupante es lo poco que saboreamos y hablamos los cristianos de ese símbolo central de la fe que es la comunión de los santos y las santas.

En una cultura individualista en la que escasean los referentes de bondad, compasión y entrega constante y paciente en favor de la justicia y la paz para toda la comunidad de los vivientes, es una experiencia espiritual que habría que reavivar. Nos revela nuestra profunda interdependencia material y espiritual con los que nos han precedido en ese camino y nos siguen acompañando con su ejemplo y su presencia en el Espíritu. También con los hombres y mujeres que en nuestro presente son compañeros en la esperanza y en la fidelidad creativa a Dios en la vida cotidiana. Y, finalmente, con las generaciones futuras y con toda la comunidad humana y cósmica, ante las que somos responsables.

La comunión de los santos de Dios nos recuerda que somos una comunidad de memoria que se ha fraguado en una larga historia de logros y sufrimientos compartidos, y que es, ante todo, una comunidad alentada por la divina Sabiduría y portadora de esperanza: de un impulso vital que inspira y da energía para actuar a favor del bien.

En el nº 2.682 de Vida Nueva.

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