Alejados: la asignatura pendiente de la evangelización

(Vida Nueva) Uno de los grandes desafíos de la Iglesia hoy son los cristianos alejados. ¿Cómo llegar a ellos?, ¿qué esperan ellos de la Iglesia? Las respuestas llegan en esta ocasión de la Asociación Cultural Karl Rahner y de la propia Iglesia, en concreto del obispo de Coria-Cáceres.

El reto de los centrifugados

(Sergio Damas Arroyo– Asociación Cultural Karl Rahner) En 1972, Joseph Ratzinger, actual Benedicto XVI, afirmaba que, con las condenas de Pío IX y Pío X a la Modernidad, “la Iglesia se quitó a sí misma la posibilidad de vivir lo cristiano como actual” (El nuevo Pueblo de Dios. Ed. Herder). En cada época hubo siempre un cristianismo actual; sin embargo, muchas veces se presenta un cristianismo rancio. ¿Cómo puede ser que la Iglesia siga perdiendo gente, cuando el Evangelio es tan actual? ¿Por qué la Iglesia es la institución menos valorada por los españoles, según señalan los informes sociológicos? Las causas son muy complejas, pero una de ellas es que la Iglesia se ha quedado anticuada en su misión de ser servidora del Reino de Dios. Como señalaba José María Mardones, el cristianismo está mal equipado, “había adquirido el estatuto dialogante con el proyecto de la modernidad cuando los vientos culturales soplaban ya en otra dirección”. El Concilio Vaticano II, que afrontó los grandes desafíos de la Iglesia frente a la Modernidad, quedó incompleto y bloqueado en muchos de sus planteamientos por la minoría conservadora. Pero si todavía tenemos problemas pendientes con la Modernidad, a la postmodernidad ni llegamos. 

Sin embargo, como dice Benjamín Forcano, “la modernidad ha representado un cambio irreversible, bueno y legítimo en muchas cosas; discutible y desacertado en otras. Pero ahí está la conquista de la democracia, con las consecuencias de la secularización, la igualdad, la libertad y el pluralismo”. Permanentemente, se cae en el error de presentar determinadas cuestiones, sobre todo bioéticas y de moral sexual y personal, como esenciales, y como si pertenecieran al depósito de la fe. Pero, es más, se utilizan como criterios excluyentes que delimitan la pertenencia a la Iglesia. Una moral anticuada, y realmente poco evangélica, se presenta como modelo de ortodoxia, al mismo tiempo que se olvida la ortopraxis: ser cristiano ya no es vivir como Jesús y seguirle, sino obedecer la doctrina. Junto a esto, observamos que la liturgia, el culto, algunas teologías, las estructuras eclesiales, permanecen en épocas pretéritas, o los cambios son meramente cosméticos. 

Este distanciamiento entre la Iglesia y la sociedad en general se muestra también respecto a un sector que aún se define como cristiano pero que se siente muy en la periferia, cada vez más ‘centrifugados’ por determinados pronunciamientos de la jerarquía, o por sus clamorosos silencios. Es un colectivo que intenta estar dentro sintiéndose empujados hacia fuera, porque a menudo suelen identificarse más con el no cristiano que se toma la vida en serio, que con los absolutamente convencidos con el mensaje de la jerarquía de la Iglesia. Personas que tienen fe pero que no están cómodas en la Iglesia, y que deberían ser escuchadas. 

Este colectivo es una realidad hoy que debería centrar la atención de la Iglesia y favorecer su acercamiento. Para ello, no se trataría de hacer proselitismo, sino de que la Iglesia apostara por la frontera y fuera valiente. Sin renunciar a lo esencial, pero sabiendo que esa esencia tiene que plasmarse en una forma histórica actual, sin miedo al futuro y sabiendo traducir el mensaje de Jesús a las nuevas inquietudes de la sociedad moderna. 

Este 28 de octubre se han cumplido 50 años de la elección de Juan XXIII como papa, y muchos de los centrifugados seguimos viviendo con esperanza la llegada de su sucesor. No nos vamos a ir de la Iglesia porque necesitamos vivir la llegada de esa transformación que ya entonces pedía el paso del autoritarismo al conciliarismo, del integrismo al compromiso con la historia, de la Contrarreforma a la reforma, de la Cristiandad a la Modernidad, de la alianza con el poder a la Iglesia de los pobres, y del anatema al diálogo. Ése es hoy nuestro compromiso y, a la vez, ése es nuestro dolor. Porque a muchos centrifugados “nos duele esta Iglesia”.

Porque creemos que la Iglesia debería dar una respuesta abierta, arriesgada y comprometida ante los retos que suponen los cambios en las estructuras sociales, como son los nuevos modelos de familia, los retos bioéticos y, sobre todo, los problemas relacionados con la Justicia Global y con la Ecología. Ahí, todos, cristianos o no, nos jugamos el ser o no ser. Necesitamos oír a la Iglesia denunciando el aprovechamiento que unos pocos poderosos han hecho del sistema capitalista, demandando de Europa el papel político que debe jugar en el concierto internacional, denunciando a los especuladores inmobiliarios que han amasado grandes fortunas a costa de unos jóvenes que veían frustradas sus aspiraciones de futuro… Necesitamos una Iglesia profética, centrada en los problemas reales de la gente, abierta al mundo y a los signos de los tiempos. Y, sobre todo, una Iglesia que escuche a la gente, una Iglesia que haga realidad el sacerdocio de los laicos, con estructuras que hagan realidad el pluralismo existente, y que incorpore a las mujeres, de una manera creíble, y no meramente testimonial; de esta manera, la Iglesia sería mucho más fiel al Evangelio. 

El reto que plantean los centrifugados puede y debe ser la oportunidad para que la Iglesia se acerque a la sociedad moderna. Necesitamos una Iglesia más centrada en la vida y menos en la religión. 

Unir Betania y Emaús: “Venid y lo veréis”

(Francisco Cerro Chaves– Obispo de Coria-Cáceres) Desde mi experiencia como laico, sacerdote y, ahora, Obispo, estoy convencido de que la asignatura pendiente, desde siempre, en la evangelización son los alejados. Desde todas las estancias, desde todos los foros, desde todas las comunidades, desde las parroquias, desde los movimientos, la pregunta es siempre: ¿qué podemos hacer para atraer a los alejados?; ¿cómo llegar a ellos?; ¿tenemos que dejarlo por imposible?

Siempre partiendo desde lo que he vivido, sobre todo, mi experiencia en el Centro Diocesano de Valladolid, donde se llevó una pastoral con alejados muy interesante desde el “Venid y lo veréis”. Es decir, quizás la única manera de atraer a los alejados es salir al encuentro y decirles lo del Evangelio: “Venid y lo veréis”, a mucha gente cansada de palabras y de poca vida; siempre haciendo válida aquella frase famosa de Pablo VI, que el mundo de hoy escucha con más gusto y sigue antes a los testigos que a los que enseñan; si escucha a los maestros de verdad, es porque son testigos.

Las tres claves que voy a exponer ahora aquí para esta Pastoral con alejados serán las de pasar de una Pastoral del mantenimiento a una Pastoral de “puertas abiertas”, de una Pastoral de la espera a una Pastoral de la propuesta, y unir Pastoral de “Betania” y Pastoral de “Emaús”.

1. El paso de una Pastoral del mantenimiento a una Pastoral de “puertas abiertas”. (Betania-Acogida):

Siempre me impresionó que, habiendo resucitado Cristo, los apóstoles son cristianos de puertas cerradas por miedo. Una pastoral con los alejados tiene que ser muy creativa, tiene que saber que hay que conservar y mantener, pero que las comunidades tienen que decir a todos los que nos encontramos por el camino: “Venid y lo veréis”. Siempre he dicho que los “alejados” no vendrán como no se sientan felices y acogidos los “acercados”. Aquí, la mejor “defensa” de mantenimiento es el “ataque”, es decir, que seamos de “puertas abiertas”, de un estilo, de verdad, acogedor. No sólo por imagen, sino porque estamos en las entrañas del mismo Evangelio. Los alejados, algunos de ellos, siguen acudiendo a las parroquias, a las comunidades, pero como no descubran “gente feliz”, gozosamente en su fe, vendrán pero se irán por donde vinieron. Es mi experiencia, a veces, dramática.

2. De una Pastoral de la espera a una Pastoral de la propuesta. (Emaús-Salir al encuentro):

Es preciso que salgamos (Éxodo) a proponer; que estemos en todos los ambientes. Que no sólo esperemos, sino que salgamos al encuentro. Que seamos capaces de crear propuestas lúcidas, sencillas, radicalmente evangélicas. No es el camino con los “alejados” el descafeinar el Evangelio y, mucho menos camino, el poner en tela de juicio todo lo que dice la Iglesia; es tener propuestas siempre evangélicas y, desde su propia realidad, decirles, una y otra vez, saliendo a su encuentro como Jesús en Emaús, que cuando el Señor irrumpe en la vida la cambia y nos lleva a entregarla a los más necesitados. Una pastoral de Salida, de Éxodo, como Jesús en Emaús. Debemos caminar cercanos a los que se sienten decepcionados y dicen “nosotros esperábamos” (Cf. Lc 24).  

3. Unir Betania (Acogida) y Emaús (Salir al encuentro):

Unir Betania y Emaús tiene que ser modelo y estilo de nuestras Comunidades Parroquiales, en nuestros grupos, lugar “cálido”, de “acogida”; donde se comparte; donde se celebra la vida. Donde la amistad es la referencia. Betania es la casa de los amigos de Jesús. Emaús es camino de encuentro. Porque, para decirles a los alejados (todos estamos alejados del ideal evangélico) ésta es tu casa (Betania), tenemos que salir al encuentro y caminar como Jesús con los decepcionados de la vida, de la fe, como los discípulos de Emaús, caminar a su encuentro. Como dice una oración: ni delante de ellos, por si no nos pueden seguir a nuestro ritmo, ni detrás, por si nos pierden; hay que caminar a su lado, al ritmo de ellos para, una y otra vez, uniendo  Betania y Emaús, decirles “quedaos con nosotros”, que “la mesa está servida, caliente el pan y envejecido el vino”.

Evangelizar el mundo de los “alejados” es unir, inseparablemente, la acogida de Betania como casa de “puertas abiertas” de los amigos de Jesús y salir a los caminos y, como Jesús con los de Emaús, y caminando a su lado, decirles lo del Evangelio: “Venid y lo veréis”.

En el nº 2.635 de Vida Nueva.

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