Al otro lado de la ribera

papa Benedicto XVI a Reino Unido septiembre 2010

Celebración en la Abadía de Westminster 2010

JIMMY BURNS MARAÑÓN, escritor y periodista | Recuerdo, en 2005, la nube oscura que envolvió al que escribe y a sus amigos, tanto católicos como no católicos, al escuchar la noticia de que Joseph Ratzinger había sido elegido Papa. Para los que habíamos visto crecer nuestra fe a través del Concilio Vaticano II, basada en la esperanza de una Iglesia descentralizada y capaz de responder con generosidad de espíritu a los retos de la sociedad moderna, la llegada a la cúpula del conservador prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe suponía una condena a sufrir el ultramontanismo.

Ratzinger, el Rottweiler, con su historia en las juventudes hitlerianas, nos servía de caricatura. La imagen la construía la subconsciencia colectiva británica, alimentada por la memoria de dos guerras en el siglo XX. Pero mi reacción, como católico inglés educado en un colegio de los jesuitas, y que siente cierto orgullo del sistema político y social que me toca como ciudadano británico, tenía raíces más profundas.

Como bien escribió hace unos días mi colega de The Tablet Cliffor Longley, la libertad de expresión forma parte del ADN anglosajón, sobre todo los que somos católicos. En mi colegio, nuestros héroes eran los curas mártires de la represión del Estado en los siglos XVI y XVII, y Sir Thomas More, el gran santo renacentista. Somos los herederos de John Wilkes, Edmund Burke, John Henry Newman y muchos otros creyentes en la libertad de conciencia como el salvoconducto de nuestra relación con Dios.

Han pasado ocho años, y miro a Benedicto XVI con agradecimiento. El mero acto de su renuncia lo considero un gesto supremo de conciencia, valentía y humildad; la consecuencia, sin duda, de un ejercicio de autoexamen espiritual que, espero, ayude a desmitificar la figura del Papa y a resucitar el concepto de colegialidad.

Benedicto XVI nos habló de
un nuevo y constructivo camino hacia el futuro
en el cual la fe y la sociedad secular
tuviesen una coparticipación.

Desde una perspectiva más negativa, recuerdo el extremo al que llegó la ortodoxia del pontificado en la primera década del nuevo siglo, suprimiendo un debate más abierto sobre el celibato y el futuro del sacerdocio, y la manera en que los nombramientos de cardenales han sufrido de un prejuicio tanto político como teológico.

La nueva estructura canónica aprobada por el Vaticano que permite la entrada en la Iglesia católica de sacerdotes anglicanos casados, ha atraído a nuestra Iglesia a sectores más tradicionalistas sin tocar el tema de los sacerdotes católicos. Confusión y división ha sido el resultado, en perjuicio de un verdadero ecumenismo.

Por eso, supuso para mí algo alentador la encíclica Caritas in veritate –más expresiva y convincente en su crítica a la crisis bancaria que cualquier manifiesto socialista–. Pero, sobre todo, fue para mí una sorpresa sumamente agradable la manera en la que se desarrolló la visita de Benedicto XVI al Reino Unido en 2010, durante la cual homenajeó a la gran tradición democrática anglosajona y beatificó a Newman.

Fuimos no pocos los que le habíamos esperado con cierto temor. Pero, en vez del Rottweiler, el que atravesó nuestra tierra desde Escocia a Londres en cuatro días se mostró como un hombre no solo de un gran intelecto, sino también de una profunda sensibilidad histórica, social y, por qué no, humana, sin proyectar el carisma mediático de su predecesor.

Benedicto XVI nos habló de un nuevo y constructivo camino hacia el futuro en el cual la fe y la sociedad secular tuviesen una coparticipación. Terminamos siendo muchos menos los británicos que nos sentíamos amenazados por este Papa.

En el nº 2.838 de Vida Nueva.

NÚMERO ESPECIAL VIDA NUEVA: BALANCE DE UN PONTIFICADO

ESPECIAL WEB: BENEDICTO XVI RENUNCIA

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