Agua

(Ángel Moreno, de Buenafuente) Tuve el privilegio de acercarme a la ‘Expo sobre el agua’, con la suerte añadida de un día con viento cierzo, que nos sirvió de alivio durante el recorrido por distintos pabellones, entre ellos el de la Santa Sede. Al escuchar al director del pabellón explicar el cuadro del milagro de la piscina Probática, sentí una fuerza especial. 

El texto que nos ofrecen las traducciones dice: “Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras  yo voy, otro baja antes que yo” (Jn 5, 7). Pero, según la explicación que luego comprobé en la versión latina y griega, dice: “No tengo hombre”

Y se despertaron en mí una serie de imágenes que, sin pretender manipular el texto, me llevaban a interpretar la expresión del tullido desde una dimensión interior.

La figura bíblica de un hombre postrado en su camilla se emplea en muchos casos para indicar la languidez de la fe. La expresión “No tengo hombre” me llevó a comprender la escena desde la bendición de David a Salomón: “Ten valor, sé hombre”. Y comprendí que la razón de llevar treinta y ocho años en la camilla, una enfermedad crónica, podía deberse a la falta de valor, de coraje, de agallas, para enfrentarse con la vida. Si Jesucristo, el hombre perfecto, curó al paralítico de su postración, el milagro se debió al encuentro con la humanidad plena.

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