¿Agradecido a Maciel?

MARIBEL SERRANO (SEGOVIA) | He leído las declaraciones de Sylvester Heereman, vicario general de la Legión de Cristo, en la entrevista publicada en Vida Nueva, en el nº 2.855, y me he sentido en la necesidad de responder.

Hablamos de una organización religiosa que fundó Maciel, al que Benedicto XVI le aplicó las palabras más duras de su pontificado. Y hablamos de que hay víctimas que, durante más de 60 años, lo han padecido y han sido silenciadas y culpabilizadas por esa congregación, que ha tenido que “asumir el problema” cuando el escándalo no se ha podido ocultar.

Esto no se puede zanjar diciendo que “están como congregación en un renacer de la propia identidad, con más autenticidad evangélica… y la gloria del reinado de Cristo”. La gloria de Dios no puede tener otro sentido que el de ser un paso hacia la justicia, la convivencia fraterna y la luz de la verdad. Ni un rasgo de pedir perdón aparece en la entrevista, ni de reconocimiento de las víctimas.

¿Las han incorporado al diálogo de ese nuevo renacimiento? ¿Se podrá renacer de nuevo, con identidad evangélica, sin hacer presentes a las víctimas y el daño sufrido por ellas y sus familias, con el silencio de la congregación? Justifica a Maciel con una teología que me pone los pelos de punta, diciendo que “Dios se ha querido servir de él, un hombre pecador, para trasmitir sus deseos”. Así quiere convertirle en instrumento necesario de Dios… Una burla a las víctimas.

Hacer teología de la paternidad irresponsable y delictiva de este hombre, diciendo que “hay muchos padres en la sociedad que no son buenos padres”, me causa gran tristeza. Solo decirle que, en la sociedad civil, el padre que abusa de sus hijos va a la cárcel y le retiran la patria potestad y tutela de lo mismos.

El acusar veladamente a otras congregaciones de que “pueden tener la tentación de sobredimensionar al fundador y opacar la figura de Cristo”, diciendo que ellos están ahora liberados de esa tentación, es como el niño que se tapa los ojos para que no le vean los otros. ¿Quién, cuando oye hablar de santa Teresa, no siente en su corazón que ¡solo Dios basta!; o a san Ignacio, que nos pide discernir la voluntad de Dios para su mayor gloria y honor; quién no reza con la vida toda al escuchar hablar del pobre de Asís…?

Me ha impresionado el último y sentido alegato sobre Maciel: “Por más males que haya cometido, sigue siendo alguien a quien debo mucho, a quien recuerdo con una mezcla de gratitud y compasión”. Esta frase me inquieta, pues se dice de un hombre cuyas execrables perversiones sexuales son innombrables, y sabiendo que este mal es exponencial porque ha hecho tanto mal a tanta gente (sin entrar en la financiación de esta doble vida de un hombre con voto de castidad y pobreza). Se dice de que aquel al que Benedicto XVI calificó de “carente de escrúpulos, de verdaderos sentimientos religiosos y con comportamientos gravísimos y objetivamente inmorales”. Yo me preguntaría: ¿de qué le estoy tan agradecido?

En el nº 2.861 de Vida Nueva

director.vidanueva@ppc-editorial.com

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