Acción Católica, el “seminario” de los laicos diocesanos

JOSÉ MANUEL MARHUENDA SALAZAR, consiliario general de ACG | En la Asamblea Constitucional de la Acción Católica General (ACG), celebrada en Cheste en 2009, Salvador Pié-Ninot describía así el recorrido histórico de la Acción Católica: “La AC no se presenta como una asociación más de laicos entre otras, sino que al gozar de un vínculo peculiar con la jerarquía, formulado como ‘mandato’ [AA 20], y explicitado más acertadamente como ‘una particular relación con la jerarquía’ [ChL 31], adquiere un valor oficial y público en la Iglesia, y así goza de una eclesialidad más institucional. Por eso, Pablo VI y Juan Pablo II, la describían siempre como ‘una singular forma de ministerialidad eclesial’”. [Siga aquí si no es suscriptor]

José Manuel Marhuenda

“¿Y qué significa esta ‘singular ‘forma de ministerialidad eclesial’? –seguía Pié-Ninot–. Significa que, tal como afirman los obispos: ‘La AC no es una asociación más, sino que en sus diversas realizaciones –aunque pueda ser sin estas siglas concretas– tiene la vocación de manifestar la forma habitual apostólica de ‘los laicos de la diócesis’, como organismo que articula a los laicos de forma estable y asociada en el dinamismo de la pastoral diocesana’ [CLIM, 95]. En efecto, así como a nivel territorial la diócesis se estructura fundamentalmente en parroquias, de forma similar la AC tiene la vocación de agrupar habitualmente ‘los laicos de la diócesis’. Y esto no es fruto de un carisma fundacional o de un privilegio específico de este grupo, sino que surge de la misma teología de la Iglesia diocesana y de la necesidad que tiene de estimular y asegurar su misión evangelizadora en el mundo por medio de sus laicos”.

Bien se puede deducir que esa vinculación estrecha para hacer posible la promoción del laicado diocesano por parte de los obispos ha significado una apuesta de la Iglesia por la AC. Y esta apuesta la podríamos comparar con el seminario diocesano.

En una diócesis podemos encontrar el seminario y también noviciados de órdenes religiosas. Los obispos tienen la obligación de cuidar y potenciar sus seminarios. No así los noviciados, que dependen de las órdenes religiosas. Y no hace falta indicar que el que los obispos cuiden y potencien el seminario no supone un desprecio a los noviciados.

A mí me gusta llamar a la ACG el “seminario de los laicos”, pues, como dicen los obispos en Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo (CLIM), “la AC no es una asociación más, sino que en sus diversas realizaciones  tiene la vocación de manifestar la forma habitual apostólica de ‘los laicos de la diócesis’, como organismo que articula a los laicos de forma estable y asociada en el dinamismo de la pastoral diocesana” (95).

La AC no tiene un fundador con un carisma específico. Como indica Pié-Ninot, su identidad “surge de la misma teología de la Iglesia diocesana y de la necesidad que tiene de estimular y asegurar su misión evangelizadora en el mundo por medio de sus laicos”. Por eso, la AC no tiene sus propios y particulares objetivos apostólicos, no puede tener otro objetivo apostólico diferente del fin global de la Iglesia, la evangelización, que ha de poner en práctica a través de los planes pastorales y prioridades que le marca la Iglesia; concretamente, la propia diócesis.

Mutua implicación entre pastores y laicados

De ahí que la 4ª Nota definitoria de la AC señale la comunión orgánica con el ministerio pastoral. Se subraya de este modo que las cotas de comunión necesarias para toda asociación de fieles cuya finalidad es el apostolado, adquieren en la AC un mayor nivel, que surge como voluntad de una mutua y explícita implicación entre los pastores y el laicado para llevar adelante la misión de la Iglesia. De ahí que el ministerio pastoral promueva tales organizaciones y adquiera respecto a ellas una responsabilidad especial.

Esta mayor vinculación también significa que el ministerio pastoral se compromete especialmente con la AC, “asociándola más estrechamente a su propia misión apostólica (…) sin privar, por ello, a los seglares de su necesaria facultad de obrar espontáneamente”.

¿Esto quiere decir que los obispos, por esa vinculación más estrecha con la AC, no estén a favor de las otras formas de apostolado seglar o de los nuevos movimientos? No. Los pastores deben promover y orientar la vitalidad y acción de todas las formas de apostolado; pero, en el caso de la AC, es preciso ir más lejos. La AC tiene la vocación de agrupar habitualmente a “los laicos de la diócesis”, y esto significa que, de acuerdo con el espíritu de los textos conciliares, el ministerio pastoral ha de proporcionar a la AC una orientación más concreta sobre las prioridades pastorales, a la programación de actividades y al estilo eclesial de acción. La comunión orgánica con el ministerio pastoral ha de traducirse en un diálogo constante y confiado.

Y del mismo modo que podemos llamar a la AC “el seminario de los laicos”, podemos pensar en los nuevos movimientos como en “el noviciado de los laicos”. Estos movimientos han surgido del carisma que el Espíritu ha suscitado en un fundador, con sus propios y particulares objetivos apostólicos. Y así, como ese “noviciado de los laicos”, y desde su carisma concreto, se ponen al servicio de la Iglesia en la diócesis.

Es verdad que no todas las órdenes religiosas están presentes en todas las diócesis, pero sí vemos que en todas ellas se procura que haya un seminario diocesano. Igualmente, es verdad que no todos los nuevos movimientos, por ser tantos y tan plurales en sus carismas, pueden estar presentes en todas las diócesis. Pero la AC, con estas u otras siglas, sí debe estar presente en todas las diócesis, por tener la vocación de manifestar la forma habitual apostólica de “los laicos de la diócesis”, como organismo que articula a los laicos de forma estable y asociada en el dinamismo de la pastoral diocesana.

Por eso, si defendemos que la AC es el “seminario de los laicos” y que los obispos la deben apoyar, cuidar y potenciar, esta afirmación no supone un desprecio de los nuevos movimientos, como “noviciado de los laicos”. Todos, como miembros de un mismo cuerpo (cfr. 1Cor 12), nos necesitamos y colaboramos para el crecimiento de la Iglesia.

Pero, del mismo modo que no sería lógico que un obispo potenciase en su diócesis un noviciado concreto en detrimento del seminario diocesano, tampoco cabría en la cabeza que un obispo en su diócesis apoyase a los nuevos movimientos en detrimento de la AC.

Un problema real

Fernando Sebastián, en Evangelizar (pp. 221-222), escribe: “La importancia que hoy tienen los grupos y movimientos dentro de la Iglesia, hace que el obispo diocesano se encuentre a veces sin saber a quién recurrir para impulsar sus proyectos pastorales: unos sacerdotes están en los movimientos y cumplen sus respectivas consignas; otros forman parte de otras asociaciones parecidas; lo mismo ocurre con grupos importantes de seglares. Todos ellos viven y trabajan ejemplarmente, pero cada grupo responde a sus propios dirigentes y a sus propias consignas: no se sienten afectados por las convocatorias del obispo. Solo cuando sus respectivos superiores lo recomiendan así, acuden a los actos diocesanos. En estas condiciones, las posibilidades de actuación del obispo están muy reducidas y, a veces, no tiene más salida que ponerse en manos de un movimiento o de una institución particular, distinta de la diócesis”.

“Si, además, las parroquias, en vez de imitar el fervor de estos cristianos asociados, viven tibiamente, dominadas por la crítica, más o menos al margen de la comunión diocesana –continúa el arzobispo–, el obispo se siente impotente para impulsar la vida de la diócesis. La unidad de vida y acción en nuestras Iglesias es hoy un problema real, a veces un problema agudo, que oscurece la alegría de la comunión eclesial y merma nuestra capacidad apostólica y misionera; bien merecería una revisión de conjunto, humilde y sincera”.

En mi corto recorrido como consiliario general de ACG, estoy viendo que en algunas diócesis y entre algunos obispos se ve a la AC como un movimiento más. Ya no la ven como el “seminario de los laicos” de la diócesis, sino como un “noviciado de los laicos”, junto a otros, y sin sentir ninguna vinculación especial hacia ella.

Con lo que me surgen preguntas: si la AC deja de ser el “seminario de los laicos” en España, ¿quién se va a ocupar ahora de la formación de los laicos diocesanos que no se identifican con ningún carisma particular, grupo o movimiento de la Iglesia, sino que son precisamente eso, laicos diocesanos, sin otro “apellido”?

Y, si una diócesis, aunque tenga noviciados de órdenes religiosas, no debe estar sin seminario diocesano para la formación de los futuros presbíteros, ¿puede esa misma diócesis estar sin ese “seminario de los laicos” diocesanos que es la AC?

Como respuesta a la Nueva Evangelización, a la revitalización parroquial, se aprobó el Proyecto de Acción Católica General, “A vino nuevo, odres nuevos” (Mc 2, 22), y hace dos años que la Conferencia Episcopal, en su XCIII Asamblea Plenaria, aprobó sus Estatutos. En Evangelizar, Sebastián habla de la Acción Católica Parroquial, y uno de sus capítulos, el VII, lo titula “A vino nuevo, odres nuevos”. Si se lee este libro y el Proyecto de Acción Católica General, se verá que están en total sintonía, en esa misma clave misionera.

Hay un gran desconocimiento del Proyecto, lo que impide que se pueda apostar por él. Sería muy importante hacer el esfuerzo de conocerlo para hacerlo realidad. Así, todas las diócesis tendrían su “seminario de los laicos diocesanos”, porque en todas ellas, junto a las demás formas de apostolado seglar y los nuevos movimientos, estaría presente la AC para, en comunión con el ministerio pastoral, articular a los laicos de forma estable y asociada en el dinamismo de la pastoral parroquial y diocesana.

En el nº 2.757 de Vida Nueva.

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