Abortos

Lucía Ramón(Lucía Ramón Carbonell– Profesora de la Cátedra de las Tres Religiones de la Universidad de Valencia) 

“En la Iglesia se habla mucho del aborto voluntario y muy poco de estas experiencias [involuntarias], más frecuentes de lo que el tabú cultural y el miedo al dolor propio y ajeno nos permiten admitir.  Mientras la maternidad siga viéndose como algo puramente natural y biológico, difícilmente podremos comprender, consolar y acompañar en estas situaciones”

Mi primer hijo, Joan, murió una semana después de nacer. Como muchos otros niños prematuros o cuyos corazones dejan de latir misteriosamente en el vientre materno. Me extraña nuestro silencio sobre estos abortos involuntarios. Sin embargo estas son experiencias cotidianas y liminares de la vida y de la muerte que pueden ser vividas como experiencias de esperanza en el Dios de la Vida que ama tiernamente a todas sus criaturas, especialmente a las más frágiles, incluso en medio del dolor y la impotencia. Para ello hace falta un acompañamiento pastoral y espiritual ausente en la mayoría de nuestros contextos eclesiales. Esta pastoral de la vida está por hacer. Todavía recuerdo con horror el ritual para las exequias de los niños muertos sin bautismo.

Aunque nuestra tradición católica está llena de riqueza y sabiduría en este terreno, nos falta la sensibilidad para actualizarla y ponerla al servicio del dolor humano en estas situaciones. Y es precisamente en estos contextos, experiencias extremas de la vida y de la muerte, donde el Evangelio cobra cuerpo, revela toda su hondura y puede ser significativo. En la Iglesia se habla mucho del aborto voluntario y muy poco de estas experiencias, más frecuentes de lo que el tabú cultural y el miedo al dolor propio y ajeno nos permiten admitir.  Mientras la maternidad siga viéndose como algo puramente natural y biológico, difícilmente podremos comprender, consolar y acompañar en estas situaciones. El embarazo, real o imposible pero intensamente deseado, es un proceso cultural y espiritual, igual que todo parto. Con ellos comienzan a ejercer la mujer, y cada vez más el varón, el ministerio de la vida, que es el ministerio más sagrado y del que menos se habla en la predicación y en los libros de teología.

En el nº 2.662 de Vida Nueva.

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