A González Faus, desde el respeto y la admiración

(Alfredo Tolín Arias, sacerdote- Correo electrónico) Al leer su artículo de opinión titulado Año sacerdotal (VN, nº 2.667, p. 15), se me han ocurrido multitud de reflexiones y preguntas como un eco inmediato. Voy a expresar sólo algunas. En primer lugar me pregunté: ¿quien soy yo para contestar al gran teólogo González Faus? He leído muchos de sus escritos y admiro su saber teológico. Pero, el tema de este escrito no es de teología, es sobre los “curas”. Y yo, que soy cura, creo que puedo opinar y hacer consideraciones al respecto, desde la experiencia y los conocimientos que me dan mis años de sacerdocio.

Para empezar, no estoy de acuerdo con la descripción tan tópica y típica de los curas de hoy. ¿De verdad usted conoce tanto, tan bien y a tantos sacerdotes como para hacer suyas las palabras de que hay “un clero superficial y con pocos escrúpulos (salvo excepciones muy honrosas), más preocupado por el dinero, poder, celebraciones magníficas y aparatosas, pero que persigue a los que intentan ser fieles al mensaje de Jesús”?

Puesto en plan osado (perdone), le diría que es su palabra contra la mía. Los curas que yo conozco personalmente (y son bastantes), con todos sus defectos, no están en esa descripción (salvo alguna excepción muy deshonrosa…). En general, intentamos ser fieles, aunque seamos muchas veces rutinarios. Y, por supuesto, hay muchísimos curas que se dejan su vida calladamente y diariamente en el servicio a sus fieles y a todas las personas de su entorno (lo estoy viendo). Quiero reivindicar la entrega a su ministerio, en el que no entra lo del afán de poder y de dinero.

Además, creo que hay más parroquias de las que parece, si se conocen por dentro, en las que puede notarse, con sus imperfecciones, la existencia de “una comunidad que es viva y participativa y con gentes cálidas y acogedoras”. Esto no es tan excepcional como se dice, y es comprobable cuando hay una aproximación a las realidades parroquiales y no una visión rápida, anecdótica y superficial. Y además, que sea una visión contextualizada y evangélica. En muchas parroquias (por ejemplo las rurales o semirrurales) no hay jóvenes, porque no hay jóvenes en ese territorio. Y los mayores, ¿no deben ser servidos y atendidos como los pobres de hoy en muchos ámbitos? ¿No valen las celebraciones y parroquias con mayores? ¡Qué más quisieran muchos curas que tener “gente muy cálida y acogedora”! Para bien o para mal, la “culpa” siempre es del cura. ¿Así de simple? Desde los más tradicionales y desde los más progres, al final se llega siempre al mismo topicazo: la “culpa” es del cura si la parroquia es o no es ideal, y la culpa es de los curas si no hay vocaciones… ¿Las cosas en este mundo son tan simples? ¿Por qué siempre pagamos el pato los mismos?

Admitida nuestra cuota en este asunto, una pregunta: cuál es la imagen que reciben los jóvenes: ¿la del cura que conocen (si conocen a alguno), o la del cura y los cristianos que les ofrecen los medios (ya se sabe cómo son esas imágenes), o la de los jerarcas tal y como se la ofrecen por la tele (en su misma casa), siempre acartonada?

Juzgar rápidamente y condenar con simplismo no es muy correcto desde ningún punto de vista. Necesitamos otra mirada más profunda, más seria, más realista y, sobre todo, más educadora y más evangélica. Condenas… las menos. Exigencias… las justas y fundamentales. Y el marco de todo ello, el de la paciente pedagogía evangélica de Jesús (Cf. Mc 6 y Lc 10). Aquí entran la sociología y el talante evangélico mucho más que la teología, y por supuesto, muchísimo más allá de los prejuicios y los estereotipos.

Necesitamos una mirada más “personalizada” y una reflexión que comprenda, anime, motive, incluso convierta, desde la realidad que nos toca vivir en el mundo y la España de hoy. Una realidad del día a día sociorreligioso compleja y ciertamente difícil, en especial para las edades que ya estamos teniendo la mayoría de los curas.

Un Año Sacerdotal además, claro que sí, que signifique conversión de todos. De los curas, para ser más fieles a nuestra misión en nuestro mundo español tan cristiano-pagano, que no es el mundo de hace tan sólo veinte años. Conversión también de los que “tratan” sobre los curas (tal vez habiendo tratado poco y con pocos curas…), para que lo hagan desde el afecto comprensivo y un magisterio evangélico.

La espiritualidad sacerdotal, de la que sin duda estamos siempre necesitados, se fundamenta en el ministerio. Y el ministerio no es un ente abstracto, sino un día a día muy concreto y contextualizado (encarnado) en el mundo de hoy y con la gente de hoy, ni siquiera de otro continente, sino de este continente de la Vieja Europa y en esta piel de toro denominada España.< Me gustó mucho la lectura de un folleto, creo que muy conocido, válido no sólo por el análisis crítico que realiza de la Iglesia, sino, sobre todo, por el espíritu eclesial inmenso del que está imbuido y con el que se realiza esa crítica eclesial. De él recojo estas frase conclusivas: “Rahner profetizó que el cristiano del siglo XXI sería un ‘místico’ o no sería cristiano. Y nuestra Iglesia se ha vuelto incapaz de iniciar una verdadera experiencia espiritual: faltan en ella auténticos ‘mistagogos’ (maestros del espíritu) y sobran pretendidos maestros de la razón moral”. (Folletos CyJ, “¿Qué pasa en la Iglesia?”, Xavier Alegre, Josep Giménez, J. I. González Faus, Josep M. Rambla, p. 29). Pues eso… Y con eso, un dicho popular que puede venir bien a cuento: “Metámonos todos y sálvese quien pueda”

En el nº 2.670 de Vida Nueva.

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