A Fernando García de Cortázar

JAVIER ELZO, San Sebastián, catedrático emérito de Sociología en la Universidad de Deusto | Apreciado Fernando: Tu artículo La sal del infierno (VN, nº 2870) me ha apenado profundamente. El texto está inspirado en tu, legítima, ideología política. No tengo, obviamente, nada que decir al respecto. Pero sí, y mucho, sobre tu utilización de la fe cristiana para avalar opciones político-partidistas.

Valga este párrafo de tu texto como botón de muestra. “El cumplimiento de la ley injusta llevó a Jesús a la Cruz. Que nada empañe la energía con la que ahora, más que nunca, tenemos que defender, y defender como cristianos, la dignidad de las víctimas burladas. Que nada nos aparte de denunciar lo aberrante de las normas jurídicas que permiten que el crimen quede impune en alguna medida”. Equiparas la “ley injusta que llevó a Jesús a la Cruz” con la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, y a Jesús con las “víctimas burladas”.

Tu ideología, querido Fernando, te impide ver que, además de las “víctimas burladas”, víctimas del terrorismo de ETA, que han sentido el más que comprensible dolor de ver cómo sus victimarios salen de cárcel antes de lo que ellas esperaban, hay otras víctimas, también del terrorismo de ETA, sin olvidar a las de los GAL, el Batallón Vasco-Español o las que murieron como consecuencia de las torturas de miembros de la Guardia Civil. Entre estas “otras víctimas”, no pocas mantienen otras posturas, bien distintas. Por lo menos, tan respetables como las que tu denominas como “víctimas burladas”.

Te invito a visitar la web de Deusto Forum, de tu Universidad de Deusto, y seguir la sesión “Encuentros restaurativos en terrorismo”, del 10 de octubre. Se presentó el libro Los ojos del otro (Sal Terrae, 2013), donde se relatan algunos encuentros entre asesinos de ETA y familiares de sus víctimas. El 7 de noviembre pasado se presentó la experiencia Glencreen, de encuentros entre víctimas de diferentes victimarios. Salí conmovido.

Al día siguiente me trasladé a Zaragoza, al Centro Pignatelli, que conoces bien, para cerrar con José María Tojeira –que, como sabes, era el superior de los jesuitas en El Salvador cuando el poder militar asesinó a Ellacuría, a sus compañeros y a dos acompañantes– su habitual Seminario Internacional sobre la Paz. Entre los muchos asistentes al acto de esta institución jesuita y al seminario posterior, había policías, militares y algún miembro de la Inteligencia española, amén de sociólogos, psicólogos, filósofos, historiadores, personas interesadas en los derechos humanos, miembros de órdenes religiosas, laicos cristianos, etc.

En mi intervención, hablé claro. Dije lo que pensaba y considero que tuve una buena acogida. Volví a casa con la esperanza de que la convivencia era posible. Incluso, a medio y largo plazo, creo que también lo es la reconciliación. Desgraciadamente, no puedo decir lo mismo tras leer tu texto. Y créeme que también me apena decirlo.

Fraternalmente.

En el nº 2.874 de Vida Nueva

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