Olegario González de Cardedal, paisaje exterior y mundo interior

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ÁNGEL CORDOVILLA, teólogo, profesor de Teología en la Universidad Pontificia Comillas | La trayectoria biográfica y la figura personal de Olegario González de Cardedal (1934) como hombre, cristiano, sacerdote y teólogo se pueden descifrar desde el símbolo que representan cuatro ciudades que tienen que ver con su biografía: Ávila, Munich, Salamanca y Madrid.

La primera ciudad es Ávila, donde el joven seminarista forja su primera formación intelectual y adquiere la base de su formación espiritual en el seminario diocesano bajo la guía de Baldomero Jiménez Duque y Alfonso Querejazu. En la persona de Olegario hay un realismo de la vida humana y una reciedumbre de la vida sacerdotal que nacen de este enclave geográfico y espiritual que está simbolizado en la ciudad de Ávila.

La segunda es Munich, capital de Baviera, que en 1960 representaba el culmen de la cultura universitaria. Para el joven sacerdote, esta ciudad alemana siempre ha significado la necesidad que tiene el teólogo de salir de sus fronteras y abrirse al horizonte de la mejor teología, para así poder realizar un ejercicio riguroso del quehacer teológico a la altura de la conciencia contemporánea.

Munich representa el lugar de encuentro con los grandes de la teología del siglo XX, como el famoso teólogo K. Rahner o el joven profesor J. Ratzinger, donde de alguna forma se fraguará la posterior colaboración y amistad personal en el trabajo de la Comisión Teológica Internacional (1969-1978).

La tarea sagrada, en Salamanca

La tercera ciudad es Salamanca, lugar donde el teólogo ha vivido cotidianamente su misión teológica en la Universidad Pontificia (1966-2005), ejercida a través de la docencia en cursos, conferencias, seminarios; en la dirección y acompañamiento de innumerables alumnos en tesinas y tesis doctorales; en la investigación expresada en más de 500 títulos publicados; y en la gestión desarrollada dentro de la Facultad de Teología en momentos delicados de necesaria reforma institucional.

A lo largo de cuarenta años, esta ha sido su tarea sagrada y su lugar de implantación real. Como si de un monje benedictino se tratara, Olegario hizo “voto” implícito de permanencia en esta ciudad y en esta tarea. Ella es signo de su fidelidad a la teología, de su consagración a la verdad, desde la profunda convicción de que toda revolución social o renovación eclesial tienen sus raíces en la labor callada y paciente de los que escondidos en su laboratorio buscan afanosamente la verdad; y de que ambas siempre han de ser acompañadas para su verdadero desarrollo desde su vinculación a la palabra de la verdad.

La cuarta ciudad es Madrid, lugar donde Olegario ha dado testimonio público de la fe a través de una ciudadanía responsable y una cristianía razonable. La Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas, de la que Olegario es miembro desde 1986, es para él un símbolo y lugar concreto de realización de la intrínseca dimensión cultural, moral y social de la fe y de la teología en diálogo con el mundo secular.

Ávila o la reciedumbre espiritual; Munich o el rigor intelectual; Salamanca o la fidelidad a una misión; Madrid o el testimonio público de la fe son el paisaje exterior y el mundo interior que forman el semblante personal de Olegario González de Cardedal.

Dios, hombre y Cristo

Si cuatro ciudades nos revelan a la persona y su misión, tres conceptos nos ayudan a descifrar el núcleo de su teología: Dios, hombre y Cristo.

Aunque su obra teológica no ha respondido a un esquema previo o a una estructura preconcebida, podemos decir que el centro de su teología es Dios y el hombre comprendidos desde la persona de Cristo. Él ha ido afrontando los temas centrales de la teología (Dios, Cristo, Hombre, Salvación, Iglesia, Destino) en el curso del tiempo que le ha tocado vivir. En ella ha tenido un lugar destacado la reflexión sobre la persona de Cristo, como camino, verdad y vida para el hombre en su encuentro definitivo con Dios; la contemplación del misterio trinitario de Dios, como fuente y cumbre de la vida del hombre; y, finalmente, el análisis de la vida del hombre concreto, en su quehacer moral, su educación cívica, su capacidad creativa, su fidelidad creadora y su muerte esperanzada abierta a un destino definitivo.

De todo ello, hay una palabra y realidad permanente hacia la cual Olegario siempre ha tendido y pensado con pasión, profundidad y belleza: el misterio de Dios.

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