ALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid
“Jesús de Nazaret decía que la muerte es la puerta de la vida eterna, una esperanza que nos da la fuerza para seguir adelante en medio de los altibajos de cada día…”.
El año nuevo es ocasión de jugar y conjugar con el tiempo y con la eternidad.
Eternamente solo existía Dios. La eternidad duró eternamente. ¡Cuánto tiempo! Pero un buen día, Dios tuvo la ocurrencia de crear, y el tiempo acabó con la eternidad. Ahora, el Señor contaba estrellas, y a cada una la llamaba por su nombre, como dice el salmo 104.
Entretanto, en un pequeño rincón de una galaxia apareció un planeta que luego fue llamado Tierra. Después, pasaron miles de millones de años viviendo allí aves, insectos, mamíferos y peces. Y solo hace 35.000 años, llegó el homo sapiens. Y por entonces, nació un pino canadiense que fue creciendo durante cientos de años, sin que se oyera hablar de un tal Jesús de Nazaret, que llegó cuando el pino tenía ya 2.400 años, y apareció la Iglesia como una niña, que ya tiene veinte siglos. Y el pino sigue vivo…
O sea, que la inmensa duración del universo, al lado de la eternidad de Dios, es como un suspiro; que el tiempo de los hombres al lado de las estrellas, es como un instante, y la historia de la Iglesia, casi nada.
¿Y Jesús? La duración de su vida humana es muy corta al lado de la eternidad del Verbo. ¿Y cada uno de nosotros? Menos que un parpadeo del eterno Dios.
Probablemente, el hombre sea el único animal que sabe que tiene que morir, puede pensar en ello y, en cierta medida, prepararlo. El famoso fundador de Apple, Jobs, decía en sus últimos días que la muerte es el mejor invento de la vida. ¡Qué ocurrencia! Pero Jesús de Nazaret decía mucho más: que la muerte es la puerta de la vida eterna, una esperanza que nos da la fuerza para seguir adelante en medio de los altibajos de cada día.
Volviendo, entonces, al juego de las duraciones, en realidad, este tiempo de nuestra vida mortal es tan solo un brevísimo ensayo, aunque decisivo, de nuestro futuro inmortal. O sea, que somos tan breves y ¡tan eternos…!
¡FELIZ AÑO ETERNO…!
En el nº 2.784 de Vida Nueva.