Que pase primero el oso

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

El invierno se hace duro y casi se nos había olvidado su textura de nieve, lluvia y frío. Nos vamos acostumbrando a vivir en invierno, ateridos por el frío y la férrea disciplina de sus cuarteles. En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche viene una aurora sonriente. Les cuento una anécdota que hace poco me relataba un prelado ya emérito. Un viejo sacerdote subía por un alto sendero acompañando al joven que llegó para sustituirlo en la parroquia. Era una senda estrecha y siempre nevada. El veterano clérigo le advirtió de la presencia permanente de un oso por aquellos riscos. Alarmado, el joven le preguntó qué hacer. El viejo, sonriente, le respondió: “Que pase el oso; déjalo pasar. Después pasa tú”. Hay que dejar pasar al oso, porque si no, te devora, te destroza, te aniquila con su garra y desdén. Cuando llegue la primavera, el oso se marchará y el camino quedará abierto. Hay quienes gustan del invierno largo, porque temen a la primavera pujante. Hay quienes prefieren controlar al sol y darían su vida para que siempre fuera invierno. Son los señores de la guerra y de la nieve, los ogros de la montaña, lobos esteparios que acechan a la presa. El invierno no es un cementerio, sino una estación en la que hay que dejar pasar al oso mientras arrecia el frío y la borrasca persiste cansina, llorosa, anodina, tétrica. Se abrirá el tiempo y los cuarteles de invierno quedarán abandonados entre nostalgias y telarañas. Aprovecha tus abriles. El invierno es largo y corta la primavera. Pero que pase primero el oso de estos inviernos crueles y anodinos.

Publicado en el nº 2.696 de Vida Nueva (del 20 al 26 de febrero de 2010).

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