Flandes, en el corazón de Madrid

Nuevo Museo Carlos de Amberes

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Un agente en Madrid de la Imprenta Plantiniana de Amberes, llamado Jan van Vucht, encargó en 1636 a Pedro Pablo Rubens un lienzo para la iglesia del Real Hospital de San Andrés de los Flamencos, en pleno corazón de la capital de España. Tres años después, en 1639, El martirio de San Andrés colgaba del altar mayor. “Es una obra perteneciente a la última etapa de la producción del maestro flamenco, que realizó en los mismos años en los que trabajaba por encargo de Felipe IV para el proyecto de la Torre de la Parada, el pabellón de caza de El Pardo”, explica Fernando Checa, exdirector del Museo del Prado y cabeza visible del nuevo Museo Carlos de Amberes, recién inaugurado de Madrid en torno a esta obra maestra del pintor barroco, nacido en 1577 en Siegen (Alemania), a donde habían huido sus padres desde Amberes antes de convertirse al catolicismo.

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La elección del lienzo como eje del nuevo museo está lleno de simbolismos. Aquel hospital fue fundado en la calle de San Marcos en 1606 por la Real Diputación San Andrés de los Flamencos, institución creada en 1594 tras la muerte de Carlos de Amberes, quien dejó en herencia varios inmuebles con la finalidad de dar cobijo a los pobres y peregrinos procedentes de las diecisiete provincias de los Países Bajos. Hoy, aquella Real Diputación es, 420 años después, la Fundación Carlos de Amberes, dedicada a mantener relaciones –básicamente culturales– entre España y Bélgica, Holanda, Luxemburgo y el norte de Francia. “Es muy probable que el encargo de este lienzo estuviese relacionado con la intención de atraer a esta iglesia la festividad de san Andrés, que se celebraba habitualmente en la Real Capilla de los Austrias, y estuviera vinculado a la Orden del Toisón de Oro, por ser patrono de la Casa de Borgoña y de los estados de Flandes”, añade Checa. La Fundación heredó no solo el lienzo de Rubens y la advocación a san Andrés; también el fin de dar cobijo a quien llega de las antiguas provincias de Flandes, aunque sea cultural: “Ahora es otra sociedad; no son peregrinos, pero son turistas”, dice Checa pensando en el público potencial del Museo.

 

Préstamos a largo plazo

Sea o no, la obra maestra de Rubens parte de la composición creada por Otto Vennius para la iglesia de San Andrés de Amberes –en el Museo Boijmans van Beuningen de Rotterdam se conserva un dibujo preparatorio– y representa al apóstol sobre una cruz en forma de aspa, emblema de los tercios de Flandes. “En este lienzo, Rubens –añade Checa– representa un fragmento del martirio de san Andrés que aparece descrito en La leyenda dorada de Jacopo della Vorágine”. Es decir: “Envuelto por una luz misteriosa venida del cielo, que ofuscaba la vista de los presentes y les impedía fijar los ojos en él”. Hoy, ese cuadro, que aún sigue atrayendo a quien lo contempla como un imán, da sentido a la nueva pinacoteca madrileña, que nace con un eje temático muy preciso: exhibir las obras de “maestros flamencos y holandeses” del siglo XVI y XVII, íntimamente unidos al relato histórico de la monarquía, la religión y el arte español.

“El criterio de selección ha sido mostrar al público la gran calidad de retratos, obras mitológicas, iconografía religiosa, bodegones, paisajes, escenas de género y representaciones de animales que dieron vida a esta escuela”, explica Checa, que es asesor científico y patrono de la Fundación. La transformación en museo se debe al préstamo de 32 lienzos y 11 grabados, procedentes del Real Museo de Bellas Artes de Amberes –cerrado por reformas hasta 2017–, del Museo del Prado y de Patrimonio Nacional, con obras maestras de Rubens, Van Dyck, Jordaens, Cornelis de Vos, Bernard van Orley, David Teniers II o Brueghel el Viejo, entre otros. “Un pequeño pero muy selecto museo”, como dice Checa, sin colección propia y que “va a funcionar con préstamos a largo plazo”. De momento solo tiene tres salas. “En una tenemos pinturas de paisajes –lo sigue describiendo Checa–, pero también paisajes en relación con el personaje, algunos clave en la historia, como el archiduque Alberto de Austria o la infanta Isabel Clara, pintados a cuatro manos por Rubens y Jan Brueghel, un tipo de retrato que es un género típico de Flandes. En la segunda sala, la capilla, está la pintura religiosa y mitológica de gran formato. Y en la última sala, la pintura de género, de tabernas, los bodegones del XVII y pintura de interior”.

jcrodriguez@vidanueva.es

Artículo íntegro para suscriptores en el nº 2.917 de Vida Nueva

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