En el mundo de la postverdad

Imaginar una sociedad sin verdad y bajo el dominio de la mentira es un ejercicio que, cuando se hace, se vuelve pesadilla. Nadie cree en nadie, todos desconfían de todos, se vuelve imposible la vida en sociedad, la familia se convierte en nido de discordias y los manipuladores de la verdad emergen como amos.

La comprobación hecha por el Diccionario de Oxford al señalar la postverdad como palabra del año fue una advertencia: la pesadilla ha llegado, vivimos en el mundo de la postverdad.

Decir postverdad equivale a dejar la verdad atrás y optar por un sustituto, así como postguerra es dar por desaparecida la guerra y tener algo mejor, la paz.

¿Por tanto, entramos en la era en que la verdad queda como cosa del pasado y nos acogemos a su reemplazo: la postverdad?

La respuesta la tuvieron los promotores del Brexit, el movimiento para separar a la Gran Bretaña de Europa; ¿alegarían ellos hechos en favor de su propósito? La respuesta fue un contundente NO. “El equipo sabía muy bien que no ganarían la votación basándose en hechos”. “Los hechos no sirven. Eso no funciona, tienes que contactar a la gente a nivel emocional”, afirmó Arron Banks, principal inversionista en la campaña del Brexit.

Fue lo mismo que dijo, en otras palabras, el alto responsable de la comunicación en la campaña por el NO a los acuerdos de paz, el año pasado. En vez de hechos había que lograr que los votantes llegaran indignados, o sea, una conexión a nivel emocional con mensajes como: el dinero de las pensiones se utilizaría para pagar a los guerrilleros; Colombia se convertirá al castro chavismo. Si estos eran hechos verdaderos o no, no importaba, lo importante era la reacción emocional de los votantes.

Donald Trump durante un acto de la campaña que lo llevó a la presidencia de Estados Unidos

Explica la directora del diario inglés The Guardian, Katharine Viner, refiriéndose a la campaña del Brexit: “cuando los hechos no funcionan cada uno cree su propia verdad”. Antes de votar, ingleses y europeos creían los informes de campaña y así votaron. Unas horas después de la votación, comprobado el triunfo del Brexit, se conoció que aquellas informaciones eran falsas, como lo fueron las que llevaron a la presidencia a Donald Trump. En los tres casos no fue importante si el discurso de campaña había sido verdadero o no. Al votar, los electores habían escuchado las voces de su indignación o de su entusiasmo, no el mensaje de los hechos. En la conciencia de estos electores se había desmontado el culto al hecho, que es el punto de partida de la verdad. En vez del hecho mandaba el sentimiento. Así se inició el proceso de la postverdad. ¿Por qué se había llegado a esto?

El contexto

La exigencia de la información instantánea, servida en caliente, más la mezcla de información y entretenimiento que generó el híbrido información de entretenimiento, que se recibe como pasatiempo, degradó el concepto de noticia. Llegó a no importar cuál era la noticia ni su influencia, con tal de que cumpliera la función de entretener. Así se produjeron absurdos como el que relata la periodista Viner: “Si 99 expertos decían que la economía se desplomaría con el triunfo del Brexit y uno no estaba de acuerdo, la BBC nos decía que cada lado tenía una visión diferente”. No había una verdad y un error, solo había dos visiones diferentes.

Por su parte, el apremio comercial por el aumento de lectores, oyentes o televidentes malaconsejó que había que darle gusto al receptor emitiendo, no los hechos reales y verdaderos, sino lo que fuera de su gusto. Este papel de nana consentidora desgastó, hasta deteriorarlo, el sentido de verdad. Sólo existió la verdad del consumo comercial y desapareció la exigencia, la rigurosa distinción entre lo verdadero y lo falso, entre lo digno y lo indigno, entre lo trivial y lo de fondo, el único criterio que trazaba líneas diferenciadoras fue: información que vende y la que no vende.

Entonces llegó lo digital. Cada persona armada con su celular o su tableta pudo emitir noticias: las que quería y con el enfoque que quería, sin mandato profesional alguno. Lo que antes era el monopolio de los profesionales de la información llegó a todas las manos: difundir información. Nació entonces la confusión entre la verdad de lo real y la verdad de lo subjetivo, que es lo que la oficina de prensa de la Casa Blanca llama los hechos alternos.

El poderoso dueño o al control de un medio de comunicación, ante el hecho, contundente e innegable, monta el hecho alterno, que es el mismo hecho real pero visto de modo diferente, de modo que convenga a los intereses e ideología del personaje en el control. Antes se desacreditaba al mensajero de los hechos; hoy se habla de los hechos alternativos, de la otra mirada, y así se desdibuja la verdad del hecho. Cada uno ve lo que quiere ver y escoge la verdad a su medida. Es el imperio de la postverdad.

Esa información coloreada por el interés de cada quien en las redes sociales se difunde sin límites y muta a lo viral y masivo. Así se hizo viral la acusación de Trump contra el presidente Obama de haber “chuzado” su teléfono durante la campaña presidencial; o la del dinero de Odebrecht entregado a las FARC. Hagan lo que hagan los acusados, prueben o no su inocencia, la acusación se mantendrá.

El periodista de televisión Mauricio Gómez, urgido para que hiciera un diagnóstico de lo que cualquier lector encuentra hoy en los medios, afirmó: “la investigación se acabó; ese espacio lo han llenado las redes sociales que exigen inmediatez, la inmediatez está reemplazando a la verdad. Si una noticia pega en las redes sociales, sea verdad o no, es recogida por el periodista y publicada rápidamente. Las redes han pasado a alimentar al periodista y no al contrario, que es lo que debería ser”. Ha desaparecido o está a punto de desaparecer el criterio de verdad; emerge, en cambio,  el de lo viral. Se prefiere lo viral a lo verdadero.

El mundo de la postverdad

Hillary Clinton, excandidata a presidente de EEUU

Había pasado un año de cubrimiento de la campaña Trump cuando los medios periodísticos se preocuparon. Cada declaración escandalosa, su peculiar manera de hablarle a los electores, sus agresivas referencias a su rival, la señora Clinton, sus ataques al presidente Obama, todo eso mereció titulares llamativos, fotografías destacadas en los diarios; y en la televisión, extensos reportajes que crearon una verdad sobre Trump, dirigieron sobre él la mirada del público y mantuvieron la lealtad de los suscriptores.

Cuando la prensa estudió encuestas, surgió la hipótesis de una presidencia de este personaje y apareció el miedo ante lo que había comenzado como una información atractiva y se había convertido en una amenaza. Pero ya era tarde porque la maquinaria de esta candidatura avanzaba imparable. Sabían que todo allí era incontrolable, pero, a pesar de ser los más influyentes y poderosos medios de comunicación, comenzaron a presentir el triunfo de la mentira, de las medias verdades con que Trump se impuso en las elecciones. Fue, ciertamente, la mentira de la postverdad.

Por esos días el Diccionario de Oxford la consagró como la palabra del año, y en el futuro será inevitable la asociación de esta palabra con el triunfo de Trump. La filósofa belga Chantal Mouffe agregó otro elemento del fenómeno: “A mí el concepto de verdad no me gusta en la política porque no creo que exista, la política es una lucha de interpretaciones; cuando hablamos de hegemonía nos referimos a los que logran hacer un sistema coherente. A partir de los hechos siempre habrá interpretaciones distintas, lo que hay que hacer es reinterpretar los hechos para dar una explicación que corresponda mejor a lo que algunos sectores sienten”. Mejor no lo habrían podido explicar los asesores de Trump.

Es la filosofía que se ha tomado las campañas políticas en el mundo. En Colombia siempre se había hablado de clientelismo, de compras de votos, de conciencias y urnas mentirosas, pero no se había identificado el poder ni la influencia de la postverdad, empoderada por la tecnología digital. Las cifras asombran: los tuiters de Trump cuentan con doce millones y medio de seguidores y una campaña que hubiera costado 2.400 millones de dólares solo costó diez, merced a la cooperación inconsciente de los periodistas y al poder digital que pusieron en evidencia que a los electores los tiene sin cuidado la verdad de los discursos políticos, para ellos cuenta el discurso que coincide con sus intereses. Esa es la nueva verdad.

Las redes sociales obedecen a una lógica comercial: están diseñadas, lo mismo que cualquier producto de mercado, para mostrar a la gente lo que quiere ver. Esto explica que Facebook, con sus 1.600 millones de usuarios en el mundo, sea el medio principal para encontrar noticias breves, instantáneas, que informan lo indispensable para satisfacer la curiosidad y con temas ligeros y excitantes. Abra usted cualquiera de los cibernoticieros y haga la cuenta de las noticias de espectáculo, deportes, modas y actores, y entenderá lo que quiero decir sobre la conformación de un criterio ligero y trivial de la verdad noticiosa.

Cuando se mezclan los intereses comerciales —que manejan las noticias como mercancías— con los intereses políticos que buscan electores con el arma de la postverdad, el resultado no sorprende: en los medios predominan pandillas que difunden falsedades según las conveniencias de políticos, gobernantes, empresarios y comerciantes. Así se ha llegado a ese producto de la publicidad digital y la política en que no se distinguen lo falso de lo verdadero. Lo saben los periodistas políticos en los que no se ha apagado la llama de la crítica, y lo sabe también cualquier ciudadano que se proponga distinguir lo verdadero y lo falso del discurso político: lo verdadero y lo falso parecen ser la misma cosa.

En 2016 “postverdad” fue declarada como la palabra del año por el Diccionario de Oxford

El receptor de información se siente indefenso: el periodismo, que ejercía su profesión como el perro guardián, alerta contra el engaño, ahora es un perro adormilado por lo digital y por la vigencia de la postverdad en la información.

Una investigación del Observatorio de Medios de la Universidad Javeriana concluyó que la verdad de las negociaciones en La Habana había tenido carencias. Cada una de ellas ha conspirado, a su manera, contra la verdad de ese hecho: reflejaron estados de ánimo más que realidades; se atuvieron pasivamente a las declaraciones de unos y de otros, decidieron simplificar y clasificaron como buenos y malos a los participantes en la mesa, o como adversarios; se encerraron en el presente de los hechos y los despojaron de pasado y de futuro; las redes sociales reemplazaron la investigación, de modo que el trabajo de campo casi desapareció; importó más lo espectacular que lo profundo; destacaron incidentes, anécdotas, historias ligeras pero fueron escasas las informaciones sobre acciones de paz, de perdón, de reconciliación. Los esfuerzos de algunos medios  para entregar la verdad fueron de menor influencia que las publicaciones en las que la verdad desaparecía bajo gruesas capas de sensacionalismo y de intencionalidad política. Hechos como estos explican el ambiente enrarecido del mundo de la postverdad.

Cómo se llegó a la postverdad

Señala Katharine Viner que “en la era digital es más fácil que nunca publicar información falsa, que se comparte rápidamente y se toma como verdadera”. Las redes sociales se encargan de difundir la falsedad entre una audiencia que no está acostumbrada a pedir pruebas de nada, predispuesta a creerlo todo, especialmente lo que alimenta sus prejuicios e ideas políticas y religiosas.

El uso que se hace de la nueva tecnología es una causa de este deterioro de la verdad.

A fuerza de repetirse las noticias convierten en rutina el sufrimiento de las personas, la pobreza, la crueldad, la muerte, de modo que la verdad trágica de estos hechos se escapa por las rendijas de lo rutinario y acaban por perder su valor. Interviene además la banalización de la muerte y del sufrimiento. Al periodista Ryszard Kapuscinski le alarmaba que cuando un conflicto se prolonga “hay la tendencia a cubrirlo como un deporte y a desvincularlo de la muerte”. Consecuencia del anterior es el otro peligro: banalizar la muerte.

Son, pues, la rutina y la banalización otras de las explicaciones para la aparición de la postverdad.

The Economist examinó el tema del engaño de la política, en donde la verdad ha perdido importancia. Formada por los medios de comunicación, la sociedad contempla esa desvalorización de la verdad con indiferencia o porque no alcanza a ver su gravedad ni sus consecuencias o porque ha perdido la sensibilidad frente a la mentira. Consecuencia de esto es la pérdida de la autoridad de los hechos, ante la aparición del criterio de los hechos alternativos, o de la importancia mayor que han adquirido las interpretaciones sobre el hecho mismo.

Se agrava la situación de la verdad cuando la ideología política o religiosa se interpone como filtro que deja pasar lo que conviene a la ideología y rechaza lo que se le opone. Así la gente aprueba como real lo que le conviene.

En su columna de opinión en El Espectador (28-09-16) Arlene B. Tickner concluye: “la era de la postverdad invita a la mentira pública”.

¿Qué hacer para librar al mundo de la mentira?

“Las redes sociales obedecen a una lógica comercial”

Se trata de recuperar la salud de la verdad, que está contaminada por numerosos virus: el de las verdades a medias de la publicidad omnipresente; también la afectan las mañas de gobernantes y políticos que se lucran de la mentira y del engaño; la verdad corre peligro cuando lo digital se vuelve instrumento para difundir rumores y falsedades, para informarse de prisa, superficialmente y sobre lo trivial; también le hace daño la idea, común entre periodistas, de que todas las posiciones en política, en religión, en asuntos sociales o económicos se pueden poner al mismo nivel o resolver con una encuesta.

Con todos estos achaques y definitivamente debilitada, la verdad necesita:

1. Quién la defienda con la decisión personal y social de rechazar la mentira y de sostener el orgullo de decir y actuar con verdad.

2. Actos positivos de verdad. Las dos páginas de la revista Semana (No. 1.818, páginas 12 y 13) en que se denuncian las falsedades de políticos y funcionarios inspiran la buena práctica de desnudar las mentiras. Se le quita agua al pez venenoso de la falsedad cuando se la despoja de las capuchas del disimulo con la fórmula: esta información es mentira mientras no se exhiban pruebas. El silencio o la indiferencia ante las mentiras públicas tienen mucho de complicidad.

3. Ni en los medios digitales ni en los medios tradicionales debe encontrar lugar el chisme ni la insinuación maliciosa, y mucho menos la mentira. La información política, la judicial y la de asuntos sociales cambiarán el día en que se cierre la puerta a todo lo no comprobado.

4. Contribuirán a la recuperación de la verdad las agremiaciones periodísticas cuando decidan reaccionar ante la mentira con la misma fuerza con que lo hacen ante la censura.

5. Pondrán una base sólida los educadores, sean padre de familia, maestros, profesores o pastores religiosos, que formen en el culto a la verdad y el rechazo a la mentira.

6. Unos y otros pueden valerse de la tecnología digital para difundir, con la misma velocidad con que hoy viaja la falsedad, la verdad de los hechos y de las personas.

7. Recuerda la directora de The Guardian: “la verdad es una pelea. Es un trabajo muy difícil. Los valores del periodismo tradicional son relevantes, importan y vale la pena defenderlos”.

Están, pues en juego, la dignidad de las personas y de las sociedades pues un régimen de mentira solo pude producir una sociedad desconfiada y enferma; está en juego la inteligencia de las personas porque la adopción del engaño bajo formas de verdad aparente contradice la naturaleza humana; está en juego la libertad de las personas y de la sociedad puesto que solo la verdad permite decidir en libertad; no solo la verdad está en peligro, también lo están los humanos y su sociedad.

Javier Darío Restrepo

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