Francisco convulsiona Milán

papa Francisco come con un grupo de reclusos en su visita a Milán marzo 2017

En solo 11 horas, el Papa visita su extrarradio, la cárcel y se abraza con representantes de otras confesiones

papa Francisco come con un grupo de reclusos en su visita a Milán marzo 2017

Un momento del almuerzo con varios reclusos en la cárcel de San Vitore

ANTONIO PELAYO | Milán es la diócesis más grande del mundo. Según el Anuario Pontificio, hoy cuenta con una población católica que supera los cinco millones, más de mil parroquias, casi 2.000 sacerdotes y 800 religiosos. Todos esperaban ansiosos a Francisco hace un año, pero el viaje fue suspendido a causa del Año de la Misericordia y la espera, sin duda, ha acrecentado las emociones: este sábado 25 de marzo, en apenas 11 horas de estancia en la capital lombarda, Bergoglio ha sido saludado por más de un millón de personas; 700.000 en la eucaristía celebrada en el inmenso Parque de Monza, 80.000 jóvenes en el estadio de Giuseppe Meazza-San Siro y varios centenares de miles más en la Piazza del Duomo y en las calles.

“Una visita fuera de lo ordinario”, así la ha calificado el director de L’Osservatore Romano, Giovanni Maria Vian, que añadía en su crónica: “El Pontífice ha tocado el corazón de la diócesis ambrosiana”, que, a su vez, le ha recibido col coeur in man (con el corazón en la mano).

“Entro en Milán como sacerdote, como sacerdote”, fueron sus primeras palabras al llegar a la periferia de las Casas Blancas, en el barrio Forlanini, cuyos habitantes le habían tejido una estola que Bergoglio se puso inmediatamente. Allí protagonizó una anécdota cuando entró de improviso en un urinario portátil.

Después de este baño de multitudes, se dirigió al centro de la ciudad, a la imponente catedral, donde se encontró no solo con las “fuerzas vivas” de la Iglesia, sino también con representantes de todas las confesiones cristianas, así como con la comunidad judía y la musulmana. Al dirigirle su saludo el cardenal Angelo Scola (que dejará, por razones de edad, pronto la archidiócesis), deseó que su visita a la iglesia de San Ambrosio y de San Carlos Borromeo permitiera, como escribió este último santo a Pío V, “ver el progreso espiritual que el mundo espera de la piedad y del celo apostólico de Vuestra Santidad”.

A últimas horas de la mañana, el Papa se dirigió a la cárcel de San Vitore, donde saludó uno a uno a los más de mil detenidos, con los que almorzó. Los testimonios de algunos de ellos que ha recogido el Corriere della Sera son conmovedores. “Soy musulmán –ha escrito Chanim Larbi–. Hoy tu palabra estaba llena de amor. Hoy, una parte del mal que hay dentro de mí ha dejado espacio al bien”.

En el parque de Monza había centenares de miles de fieles. En su homilía, el Papa ensalzó la vocación de los milaneses para “acoger las diferencias e integrarlas con respeto y creatividad, y celebrar las novedades que provienen de los otros”. Y añadió: “Sois un pueblo que no tiene miedo a abrazar los confines, las fronteras; un pueblo que no tiene miedo de dar acogida a quien la necesita porque sabe que ahí está su Señor”.

Contra el ‘bullying’

Para concluir esta visita, se había previsto un encuentro con los jóvenes. El estadio Giuseppe Meazza-San Siro, habituado a celebrar los triunfos futbolísticos del Milan o del Inter, estaba lleno hasta la bandera. La vuelta al ruedo de Bergoglio en el jeep descapotable tuvo todas las características de una apoteosis irrepetible bajo los gritos incesantes de “¡Francesco, Francesco!”.

En diálogo con sus oyentes, cuyas edades oscilaban entre la niñez, la adolescencia y la primera juventud, quiso transmitir que no hay fiesta sin solidaridad, y les advirtió contra el fenómeno del bullying. “No lo hagáis ni permitáis que se haga alrededor vuestro”, les dijo antes de pedirles que se lo prometieran. La respuesta fue tan imponente que hizo temblar las gradas del estadio.

Publicado en el número 3.030 de Vida Nueva. Ver sumario

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