Migrantes: la humanidad en fuga

 

Se han vuelto rutinarias las informaciones sobre el drama de millones de personas que buscan refugio en algún país del mundo y no lo encuentran.

Esas embarcaciones que se hunden con su carga humana, esas alambradas, perros y policías desplegados para rechazarlos, hacen parte del paisaje y, sin embargo, representan un drama humano que interpela la conciencia del mundo civilizado.

Los ideales de igualdad, libertad y fraternidad sobre los que se asienta el proyecto democrático de las naciones se revelan inexistentes o en crisis ante la repetida noticia de los migrantes muertos o cruelmente rechazados. La mala suerte de los migrantes está enjuiciando toda una civilización.

Hace ocho meses desembarcaron en Roma; venían con el Papa, que los había acogido en su avión en Lesbos. Son doce migrantes de Siria que hoy hablan italiano y se han integrado a la vida de los romanos. Cada mañana comienza para ellos una vida distinta.

Kudus es una colegiala de ocho años que en la mañana va a la escuela y en la tarde recibe clases de guitarra; Mour Essa, de treinta y un años, trabaja en un laboratorio de microbiología; Abdul Majid, de dieciséis años, y Rachid de diecinueve, estudian, prótesis dental uno, y el otro, programación informática. Ruba llegó con su esposo Fade y con su hijo Markus; viven en una parroquia de Roma y ella, con un solo brazo, se las arregla para mantener en marcha un taller de reparación de ropas.

El día en que se conoció su viaje en el avión papal, la noticia se recibió como un dato curioso, pero ¿qué podía resolver ese bonito gesto frente a un problema de dramáticas proporciones?

Hoy los hermanos de San Egidio se han hecho cargo de la manutención de estos migrantes y de prepararlos para un trabajo, después ellos vivirán por su cuenta. Pero, ¿qué es esto para responder a las muchedumbres de migrantes que en todo el mundo buscan una oportunidad?

Lo que hoy conoce el mundo es un movimiento de masas que abandonan sus países y buscan refugio en otros. Ha sido descrito como “el mayor de todos los tiempos”.

El azaroso viaje del migrante

El mundo casi se ha acostumbrado a esa imagen de unas embarcaciones precarias –son botes inflables– en las que aparecen apretujados durante una azarosa travesía por el mar en busca de puertos o playas de países en donde puedan rehacer sus vidas. La monotonía de esas imágenes repetidas noticiero tras noticiero se rompió con la de aquel bote inflable que se acercó a un barco pesquero al que había confundido con un barco de la guardia costera en Túnez.

La cámara de uno de los pescadores los ve acercarse, capta el momento en que los migrantes hunden su embarcación, convencidos de que la guardia costera saldrá en su ayuda, los ve saltar al mar sin salvavidas la mayoría, y sin saber nadar los más. El video registra, impasible, los manoteos desesperados, los gritos de los que se hunden, el gesto de impotencia de los que sobreviven. A su vez los pescadores asistieron impotentes al drama, sin que pudieran hacer nada en favor de los migrantes.

Esta escena, viral en las redes sociales, atrajo la atención del mundo sobre el hecho de los 4.655 migrantes ahogados en el mar, que hacen parte de un negocio criminal que está arrojando más ganancias que el narcotráfico. Se calcula que produce entre 7.000 y 10.000 millones de dólares al año. Sumado al tráfico de personas está generando 39.000 billones de dólares cada año.

Según datos de las Naciones Unidas, una tercera parte de la población mundial vive fuera de su país de origen; allí se incluyen los que emigran libremente junto a los que no tienen más alternativa que buscar refugio fuera de sus países.

Los expulsan las guerras, como las de Siria e Irak; los países vecinos de Siria han recibido a tres millones de migrantes; otros migrantes proceden del cuerno de África, expulsados por el hambre, por las guerras tribales, por la falta de oportunidades; la guerra de Somalia obligó a otros a buscar refugio en otras tierras; y es un grupo importante el de hombres que han huido de sus países africanos para librarse de la esclavitud que representa el servicio militar obligatorio.

El Papa encontró en Lesbos a los sirios expulsados por la violencia que destruye su país; del África Subsahariana emigran los que quieren escapar de las guerras tribales y de Libia llegan los que han encontrado en su territorio una estación de paso. De allí parten los que sueñan con llegar a Europa. En el 2013 fueron 60.000 y en el 2014 llegaron a 219.000 los que desafiaron las aguas del Mediterráneo en débiles y peligrosas embarcaciones. 3.500 murieron en esa travesía casi suicida.

El personal de migraciones de los distintos países ha hecho el triste descubrimiento de los bebés ancla, así llamados porque esos bebés en brazos de alguien, no siempre sus padres, son un argumento para obtener la piedad de los agentes de migración. Centenares de bebés han muerto ahogados en las travesías.

Los países de América Latina ostentan la más alta tasa de emigración en el mundo. Uno de cada diez latinoamericanos busca un país distinto del suyo, según la Organización Internacional de Migrantes (OIM).

Es toda una parte de la humanidad en fuga. El G8 ha inscrito este problema como el número 1 en su agenda. Sienten los presidentes de las grandes potencias que este 3% de la población mundial está descubriendo con su fuga las grandes fallas de la política mundial que hacen de los países unos hogares hostiles para sus habitantes.

Las causas

Las causas de la migración son elocuentes. Huyen de la miseria provocada por gobiernos y políticos incapaces; la incertidumbre económica que acompaña a regímenes al servicio de la parte más poderosas de la población; además de las causas más conocidas, el crimen organizado vuelve imposible la vida de los más pobres que, al emigrar, hacen más próspero el negocio de los traficantes de personas.

Para este complejo problema se están formulando propuestas de solución.

Las propuestas

Los economistas y los políticos están confundidos. La mayoría de ellos sostiene que si se ayuda al desarrollo económico de los países de donde salen los migrantes, se solucionará el problema. Se trataría de aumentar las oportunidades de empleo y de eliminar, por tanto, una de las raíces del fenómeno migratorio. La OIT respaldó esa propuesta en 1976: “la cooperación, al intensificar los movimientos de capital y las transferencias tecnológicas, evitaría la necesidad de emigrar”.

En la cumbre de Bratislava, en septiembre de 2016, la Unión Europea aprobó un programa de inversiones de 44.000 millones de euros para el desarrollo de los países africanos señalados como origen de los migrantes. A partir de la idea de que es la pobreza la madre de la migración se han orientado las políticas de desarrollo. Pero los estudios más recientes del fenómeno dan otra visión.

Desde su estudio en el Centro para el Desarrollo Global, en Washington, el especialista en migraciones Michael A. Clemens, citado por El Tiempo (21-02-17, p.11), ha concluido otra cosa: el freno a la migración solo ocurre cuando la renta per cápita alcanza el nivel de los 7.000 a 8.000 dólares anuales. Lo dice así el repaso de 45 años de estudios sobre desarrollo y de seis décadas de migraciones, que permiten concluir que el crecimiento económico y el desarrollo no disminuyen la migración, sino que la aumentan.

Una mirada distinta también es la del economista Dany Bahar, de la Universidad de Harvard. Él ve la migración como una oportunidad de creación de redes de transmisión de conocimientos y de generación de nuevas industrias de modo que, concluye: “si el objetivo de Europa es el de desarrollar los países pobres, entonces es abrir sus puertas y no cerrarlas lo que ayudará al proceso” (Cf. El Tiempo 21-02-17 p. 11).

Las masivas migraciones están notificando las precariedades de la civilización del siglo XXI, pero al mismo tiempo están mostrando las posibilidades que ofrecen la apertura y la integración con otras culturas y grupos humanos. Que es lo que el papa Francisco ha denominado la cultura de acogida y de la solidaridad.

La Iglesia y los migrantes

Mientras gobiernos y políticos ven en los migrantes una amenaza porque son pobres e improductivos, desempleados, enfermos y, en su mayor parte, sin educación, quizás terroristas y criminales, la Iglesia ve en ellos una suma de posibilidades.

Hablando en el Congreso Internacional reunido en Santa María de Leuca, en agosto del año pasado, el papa Francisco describía a los migrantes como una oportunidad creciente de intercambio cultural y religioso. Con ellos crece también la oportunidad del testimonio de caridad y favorecen el progreso de una cultura de la acogida y de la solidaridad.

En Madrid, durante un encuentro internacional sobre migraciones, se le oyó a un obispo la descripción de las parroquias que acogen migrantes como “gimnasios de la hospitalidad”.

En el mismo evento se destacó la importancia de trabajar juntos en la acogida e integración de los migrantes. Lo que ya se hace en parroquias y movimientos pastorales es lo que la Comisión Episcopal para las migraciones reclamó en la Cumbre de Naciones Unidas sobre refugiados y migrantes reunida en Nueva York el 19 de agosto del año pasado: acuerdos de los gobiernos para el reconocimiento, la acogida, trato y protección dignos, a los inmigrantes.

Los obispos de Texas y de México, ante la ofensiva antimigrantes del gobierno Trump, estudiaron acuerdos para mantener servicios de orden espiritual, legal y material a los migrantes y hacer de las iglesias “el único refugio seguro para el migrante, dentro de un proceso de redención de la política migratoria”.

Durante el VI Foro Internacional Emigración y Paz, la conclusión fue parecida: al migrante “acogerlo, protegerlo, promoverlo e integrarlo”. Tal acción “constituye un imperativo moral”. Este foro le pidió al Papa una encíclica sobre el tema, o un sínodo, dada la urgencia de una orientación pastoral sobre el tema.

No descarta la Iglesia la necesidad de que la sociedad tenga claridad sobre la prioridad que debe dársele a la suspensión de las condiciones que generan pobreza, violencia e injusticia; pero va más allá en su proyecto de erradicar las causas de la migración. El Papa piensa en los niños y adolescentes a quienes debe brindarse apoyo para que hagan el tránsito desde el miedo, que hoy los domina, a la cultura del encuentro.

Al mismo tiempo pidió políticas que favorezcan y promuevan la reintegración familiar de los migrantes.

Se examinan todas estas propuestas y es evidente el contraste entre las respuestas: a un problema de injusticia e impiedad no se le puede dar la solución de unas simples fórmulas económicas. La solución tiene que ser más integral puesto que el problema es integral y compromete la esencia de la civilización del siglo XXI.

Es, pues, la crisis migratoria una advertencia y una oportunidad. Advierte sobre el fracaso de una civilización para obtener una vida más humana en el mundo; pero ofrece una oportunidad para construir una sociedad nueva en donde todos los humanos tengan cabida y sean libres de ir de uno a otro rincón del mundo; pero también, un mundo en el que nadie se sienta obligado a abandonar el lugar de sus raíces.

Cuando un periodista le preguntó al papa Francisco sobre el alcance de su gesto de traer a los 12 migrantes en el avión que lo transportaba desde Lesbos, él recordó a la madre Teresa. Aludiendo a su limitado trabajo en ese mar de sufrimiento de Calcuta, la religiosa dijo que una gota que se altere hace que el mar sea distinto. Dejar todas las gotas intactas mantiene igual al mar. Los doce migrantes traídos a Roma se encuentran cada mañana con una vida distinta y son un testimonio de que sí es posible hacer más humana la vida de los migrantes.

Sólo que a las fórmulas frías de los economistas y políticos se les debe agregar la cálida acción de los que, por la fe, son capaces de ver en ellos la presencia de Cristo; y en la acogida al migrante, la acción de Dios, presente en el azaroso mundo de los migrantes. 

Javier Darío Restrepo

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