Samuel no vivió para contarlo

Aimé Kabamba, padre de Samuel, niño congoleño que apareció muerto en la playa de Barbate Cádiz y su madre Veronique en Argelia

“Siempre supe que el cuerpo de la playa era el suyo”, dice el padre del pequeño que apareció en las costas de Cádiz

Aimé Kabamba, padre de Samuel, niño congoleño que apareció muerto en la playa de Barbate Cádiz y su madre Veronique en Argelia

Aimé Kabamba, el padre del pequeño Samuel, durante el funeral

Samuel no vivió para contarlo [extracto]

RUBÉN CRUZ | Nicho 1.063 del cementerio de Barbate (Cádiz). Allí descansa Samuel, el menor congoleño de seis años que la marea arrastró hasta la playa de la Mangueta en Zahora. El 14 de enero, una embarcación con diez personas a bordo partía de Marruecos rumbo a España. Nunca llegaron. Ese mismo día el mar trajo los cuerpos sin vida de seis personas hasta la costa. Dos semanas más tarde aparecería Samuel. Y casi un mes después, su madre, Veronique Nzazi, con quien viajaba a nuestro país a la desesperada para buscar cura al cáncer que ella padecía y que, ante la falta de medios, no podían tratarle en República Democrática del Congo. De las otras dos personas que viajaban con ellos no se sabe nada. El Estrecho se los tragó.

“¡Samuel, aquí no, esta no es tu casa!”. Es el grito de dolor de un amigo de la familia, con lágrimas en los ojos, en el entierro del menor el pasado 10 de marzo. Es el único momento en que su padre, Aimé Kabamba, se rompió. Llevaba ocho meses sin ver a su hijo. Ante la recomendación del médico de que Veronique intentara tratarse en Europa, la familia gestionó, sin éxito, el visado en Congo. Samuel y su madre pusieron rumbo a Marruecos, donde pensaron que sería más fácil. Pasaron los meses y Veronique, sin avisar a su marido, emprendió el viaje en barco para encontrar cura, pero no solo para ella, sino para su hijo, quien padecía una afección pulmonar.

Al estar varios días sin poder contactar con su mujer, Aimé se temió lo peor. A través de un contacto en Marruecos se enteró de que su mujer y el menor de sus seis hijos habían desaparecido en el mar. Ha sido un mes de angustia. Al llegar a España para hacerse las pruebas de ADN, se confirmaron sus peores augurios. Mientras, en Argelia encontraban el cuerpo de Veronique. Ella fue enterrada allí. Decidieron no repatriar el cuerpo debido al estado en que se encontraba. Por ello prefirieron que Samuel descansara por siempre en España. Y es que “el hecho de que madre e hijo no yazcan juntos está mal visto por la sociedad congoleña”, explica el padre.

El cadáver de Samuel iba a ser enterrado en uno de los nichos altos del cementerio de Barbate. Sin embargo, una vecina adquirió uno de los de la primera hilera (1.600 euros) para que todos los vecinos puedan llevarle flores y limpiar su lápida con facilidad. “No habéis conocido a Samuel, pero lo habéis amado y le habéis abierto el corazón”, dijo el tío del menor a los asistentes al funeral. Más de 200 personas se despidieron de Samuel, puesto que el Obispado de Cádiz puso un autobús para que quien quisiera, acompañara a la familia congoleña en estos momentos.

La parroquia de San Paulino (Barbate) acogió el funeral, un acto ecuménico, puesto que su familia es evangélica; de hecho, su padre es pastor de una iglesia en Congo. El director del Secretariado de Migraciones de Cádiz, Gabriel Delgado, que ofició la ceremonia, señalaba que “el drama de la muerte de Samuel es un símbolo de la muerte de muchos niños migrantes. Más de un tercio de los inmigrantes fallecidos son niños. Además miles de ellos permanecen en campos de refugiados, pasándolo muy mal, a la espera de que Europa les abra las puertas”.

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También tuvo palabras de aliento para la familia, que no se cansa de agradecer al P. Gabriel el apoyo y la ayuda recibida: “Seguro que Dios escuchó el grito de Samuel y su madre, y el Buen Pastor bajó a rescatarlos a las profundidades del mar para llevárselos junto a Él”.

En Cádiz se han sucedido los actos de oración por la muerte de Samuel, que ha sacudido conciencias y ha puesto de manifiesto una vez más la dura realidad de miles de personas que cada día se juegan la vida para conseguir una oportunidad. El 1 de febrero, 200 personas se dieron cita en la playa de la Mangueta en un acto de oración convocado por la diócesis. “Debemos despertar de la anestesia egoísta de la comodidad y del individualismo que caracteriza hoy las relaciones humanas para unir nuestras fuerzas en la oración y en la acción”, explicaba el obispo de Cádiz, Rafael Zornoza, en un comunicado leído en el lugar donde se encontró el cuerpo de Samuel. “Digamos bien fuerte la palabra que expresa lo que vemos y sentimos: ¡VERGÜENZA!”, rezaba el obispo.

En lo que va de año, 28 personas han muerto intentando alcanzar la costa de Cádiz. A 11 de ellos ni siquiera se les ha podido dar sepultura. El mar se los ha tragado. Ese mar que, parafraseando a Francisco, es “el nuevo cementerio de Europa”. “Detrás de cada número de fallecidos o desaparecidos hay una persona, una familia, un pueblo, una nación; pero también una hambruna, una guerra, una persecución, una extorsión; y muchos miedos, abandonos, dolores, pérdidas, unidas a tantas ilusiones lícitas y a la esperanza de bien y de una vida mejor”, sostiene Zornoza.

El Aylan español

Uno es de Congo. El otro de Siria. Uno tenía 6 años. El otro 3. Uno buscaba una cura. El otro huía de la guerra. Uno apareció en España. El otro en Turquía. Samuel ha sido bautizado como el Aylan de Barbate.

En septiembre de 2015, el mundo abrió los ojos ante el drama de la inmigración a causa de la aparición del cuerpo del pequeño kurdo en la orilla de una playa turca. Aylan yacía en la orilla con su pantalón azul y su camiseta roja. Una imagen que no se borra de la cabeza. El mar lo devolvió. Lo mismo sucedió con Samuel. Ya lo pidió el Papa en su visita a Lampedusa: “Oremos por que nuestra frontera sea un lugar de encuentro y nunca un lugar de muerte y de tragedia”. También pidió por “nuestra sociedad, para que no se acostumbre al dolor humano ni se insensibilice ante este drama”. Samuel ha puesto de manifiesto ahora que no hay quien se acostumbre a decirles adiós.

Publicado en el número 3.028 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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