URUGUAY – La sencillez de lo heroico

El padre Chacho Alonso es siervo de Dios

Nihil obstat, es decir, no hay ningún obstáculo. En otras palabras, es dar una autorización. Ese fue el reciente pronunciamiento de la Congregación para la causa de los Santos sobre la solicitud de comenzar con el proceso de beatificación, y posteriormente de canonización, del sacerdote Rubén Isidro Alonso, más conocido como el padre Cacho. Desde ahora, este comprometido trabajador por el Reino lleva el título de siervo de Dios.

El anuncio lo hizo el cardenal Daniel Sturla, arzobispo de Montevideo, por el programa radial que conduce semanalmente llamado La alegría del Evangelio. Además de manifestar una gran alegría y subrayar que Cacho es una “figura entrañable” para la Iglesia uruguaya y de Montevideo, invitó a los fieles a pedir por su intercesión en la oración. Ya se han mandado a imprimir estampitas con una oración y su imagen con este motivo.

Ser declarado siervo de Dios es el punto de partida en el complejo camino hacia el reconocimiento de la santidad. Allí comienza oficialmente la causa de un candidato, porque la Santa Sede resuelve dar autorización a un pedido de apertura de este proceso. Para ello es necesario comprobar que la persona en cuestión tiene “fama de santidad”. El postulador de la causa, el sacerdote Daniel Bazzano, tuvo para esto que recolectar testimonios de personas que lo conocieron y que den fe que la suya fue una vida ejemplar y virtuosa.

Luego, se continúa estudiando el caso para comprobar que dicha persona haya “vivido heroicamente las virtudes humanas y cristianas”. Todos los pasos que se deberán dar a partir de ahora para armar el proceso de canonización seguramente sean más sencillos ya que, en el caso del padre Cacho, muchos de quienes lo conocieron están todavía vivos.

En Uruguay hay otras cinco personas que están en algún punto de este camino: el venerable Jacinto Vera, primer obispo del país; la beata Francisca Rubbatto, fundadora de las Hermanas Capuchinas; las beatas y mártires Dolores y Consuelo Aguiar Mella; y el joven siervo de Dios Walter Chango.

La imperiosa necesidad de ser un vecino

Con apenas 12 años, este hijo de un panadero y una lavandera entró a la casa de formación de los salesianos. Se ordenó sacerdote a los 30 años, en 1959, justo para sentir el impacto del Concilio Vaticano II y el posterior surgimiento de una voz fuerte de la Iglesia latinoamericana en Puebla y Medellín, de la mano de la Teología de la Liberación y la Educación Popular. Todo esto caló hondo en el joven sacerdote.

Inspirado en la experiencia de los curas obreros, y estando en el departamento de Rivera, al norte del país, decidió irse a vivir a un barrio en los márgenes de la ciudad junto a dos compañeros salesianos. Es allí donde encuentra el modo de vida al cual estaba llamado. Al volver a Montevideo, en 1977, vuelve con la idea de continuar este camino y se instala en la cercanía del asentamiento de Aparicio Saravia, en un rancho construido por los mismos jóvenes del barrio a los que se acercó.

“Siento la imperiosa necesidad de vivir en un barrio de pobres y hacer como hacen ellos. Necesito encontrar a Dios entre los que más sufren… Sé que vive allí, que habla su idioma, que se sienta a su mesa, que participa de sus angustias y esperanzas”, afirmaba Cacho por entonces. También sabía cómo quería habitar ese espacio: “No como táctica de infiltración, de camuflaje o demagogia, ni siquiera como gesto profético de nada (…) Tampoco como un padre despachador de sacramentos, sino como alguien que va a hacer junto a ellos una vivencia de fe, un camino compartido”.

“Cacho se propone ser un vecino más. Crear un vínculo horizontal donde compartir lo cotidiano. La intuición le dice que ese es el camino para llegar a un lugar que aún no existe, que será producto del encuentro con el barrio. No va a llevarles a Dios, va a encontrarlo”, afirma Mercedes Clara, autora del libro Cuando el otro quema adentro sobre la figura de este hombre. “Más que un cura fue un vecino”, afirma una de las personas que compartieron el barrio con él, recogida también en este libro. “Yo nunca había visto curas que vinieran a vivir al barrio, a pasar las buenas y las malas, a compartir la lucha. El dejó de vivir bien, digamos, por venir con nosotros, nos trató de igual a igual, como personas”, agrega.

Algunos frutos concretos de su trabajo fueron la creación de cooperativas de vivienda y de trabajo. Trabajó mucho también junto a quienes vivían de la basura, buscando especialmente luchar por su dignidad. Fue él quien impulsó que se los llamara “clasificadores”, defendiendo también así esta dimensión. Tal fue su vínculo con estas personas, las más olvidadas, que cuando muere en septiembre de 1992 su cuerpo es trasladado al cementerio en un carrito de clasificador, pasando por las obras que había impulsado. Tirado por un caballo blanco –el mejor que encontraron en el asentamiento– el carro fue acompañado por un silencioso cortejo de hombres, mujeres, niños y perros.

 

PABLO RAMALA. MONTEVIDEO



Pasos para la canonización

El primer paso para la santidad de una persona es ser declarado siervo de Dios, instancia que ya alcanzó el padre Cacho. Luego, se continúa estudiando el caso para comprobar que dicha persona haya “vivido heroicamente las virtudes humanas y cristianas”. Estas son la prudencia, la fortaleza, la justicia y la templanza por un lado, y la fe, la esperanza y el amor por el otro. Lo heroico implica una fidelidad más allá de lo común, y que muestra una generosa respuesta a la gracia de Dios. Después de que dos tribunales vaticanos coinciden en aprobar esto, la persona es decretada venerable. Para pasar a la categoría de beato es necesario que se obtenga y confirme un milagro gracias a su intercesión, y se necesita un segundo milagro para llegar a ser proclamado santo. Eso sí, este segundo milagro debe darse luego de la beatificación.

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