Pastores para una Colombia con necesidad de reconciliación

Obispos que desarrollan su labor en zonas de conflicto dan pistas para la formación inicial

Entre los desafíos que se plantean para la redefinición de la formación inicial en Colombia se cuenta la necesidad de que el sacerdote llegue a ser un actor de reconciliación. Vida Nueva entrevistó a cuatro obispos que ejercen su labor pastoral en zonas cuyos habitantes han sufrido el conflicto armado. A continuación, las pistas que proponen para tener en cuenta al momento de concebir el perfil del ministro ordenado, en relación con la situación del país en regiones como las suyas.

Según Héctor Epalza, obispo de Buenaventura, el gran desafío de la formación sacerdotal en Colombia radica en formar para saberse situar en la realidad y comprender el dolor que ha vivido la gente. “No se puede afirmar que se ama a Dios, si no se ama a la persona humana en su situación concreta”. La expresión es de monseñor Gerardo Valencia Cano. A 45 años de su muerte y a cien años de su nacimiento, el antiguo obispo de Buenaventura se constituye en una figura programática y profética para pensar el quehacer de la Iglesia hoy en día y el perfil del sacerdote en la región.

La realidad del Pacífico colombiano desafía la acción eclesial. Solo en Buenaventura el conflicto armado ha afectado directamente a más de ciento setenta mil personas, quienes requieren acompañamiento afectivo y efectivo, tanto a nivel humano como espiritual. Según Epalza, los futuros sacerdotes deben tener un corazón capaz de preocuparse por quienes han vivido la violencia, sean víctimas o victimarios. Haciendo alusión a lo expresado por el Concilio Vaticano II, sostiene que nada de lo que es humano puede serle ajeno al presbítero.

Jaime Muñoz, obispo de Arauca, sostiene que en lugares alcanzados por el conflicto hay que prepararse para sanar las heridas. La formación debe favorecer que el ministro ordenado se pregunte “cómo sanar bien por dentro, cómo construir y reconstruir la vida, a partir de la herida e incluso a partir de la cicatriz que queda”. La diócesis de Arauca se ha propuesto una misión en este sentido al promover en la región el conocimiento de la espiritualidad que acompaña la devoción a la Virgen de Czestochowa, rebautizada como la Morenita del Piedemonte y la Sabana. La imagen de la Virgen con el rostro herido se convierte en una ocasión para profundizar la comprensión del proceso de reconciliación, a partir de la religiosidad popular.

En el corazón del Evangelio

 

 

“Donde se han vivido experiencias muy fuertes de violencia, donde hay presencia de tantos intereses que se contradicen, especialmente narcotráfico, paramilitarismo, sindicatos, se necesita un sacerdote que tenga una identidad muy clara por la atención a las personas más débiles”, plantea Hugo Alberto Torres, obispo de Apartadó. A su parecer, en zonas como Urabá “el sacerdote tiene que ser más de la calle que de la sacristía”, desarrollando su ministerio con una gran dimensión social, “comprometido por resolver problemas de pobreza y persecución”.

En relación con las dimensiones de la formación, el prelado insiste en la necesidad de contar con sacerdotes maduros afectivamente, con una espiritualidad muy fuerte: “la gente, más que pedir ayudas materiales, necesita ayuda espiritual. Si el sacerdote no tiene una espiritualidad clara, una identidad concreta con la diócesis, termina de abrir más las heridas”. En un contexto de diversidad de expresiones religiosas, un desafío más está vinculado a una formación académica muy segura doctrinalmente, según indica.

Para hacer frente a los retos que la realidad de las regiones plantea, según Juan Carlos Barreto, obispo de Quibdó, es necesario que el énfasis en el sacerdote como ministro de la reconciliación se tenga en cuenta en cada seminario y vaya llegando a los planes pastorales de las diócesis. “Estamos en un momento coyuntural en que esa temática adquiere un relieve particular”, afirma.

La última asamblea de la jurisdicción que preside estuvo dedicada a la pastoral de la paz, en la perspectiva del posconflicto. En el marco de la reunión se abordó la reconciliación como eje fundamental; una forma de reconciliación que incluye a la persona en su relación con Dios, a las personas entre sí, como miembros de una sociedad; y a la Iglesia como factor de reconciliación en la comunidad humana.

La diócesis de Quibdó se ha propuesto llevar a cabo misiones de reconciliación que favorezcan hacer eco de los acuerdos de paz. Igualmente hay la idea de que el reto de la reconciliación interpele a sacerdotes, religiosos y laicos en el plan de formación permanente.

En cada aspecto de una nueva ratio nacional para la formación inicial de futuros presbíteros el tema debe quedar explícito, según plantea. “Ser un ministro de la reconciliación está en el corazón del Evangelio y en la predicación de san Pablo”. En Colombia, el sacerdote tendrá que asumir, a su parecer, la dinámica de resolución de conflictos desde una perspectiva antropológica inspirada por los fundamentos de fe y así poder contribuir a la reconciliación en la familia, en los ambientes institucionales, en las regiones.

Miguel Estupiñán

Compartir