Voces que claman en el desierto de la guerra
ALBERTO EISMAN | Prácticamente al mismo tiempo en que se conocía el llamamiento del papa Francisco por Sudán del Sur y su intención de viajar allí en misión de paz junto al primado anglicano, Justin Welby, la Conferencia Episcopal del joven país africano concluía su Asamblea Plenaria con una carta titulada Una voz clama en el desierto. En ella, los obispos reconocen sin tapujos que las pastorales publicadas estos años apenas han tenido impacto en el momento actual del país, que ha empeorado de forma alarmante en los últimos meses por la crisis alimentaria derivada del conflicto armado que se libra en varias regiones.
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El Programa Alimentario Mundial (PAM) de la ONU cifra en 100.000 las personas que sufren ya hambruna, mientras que un millón más corren el riesgo de enfrentarse a una situación similar y, si no se remedia, el número de afectados alcanzará los cinco millones y medio cuando llegue la estación seca. Esta grave crisis humanitaria ha sido, precisamente, el detonante que ha causado la petición papal de ir más allá de los mensajes de solidaridad y proporcionar ayuda alimentaria urgente al país.
El documento episcopal sostiene abiertamente que tal emergencia está “causada por la mano del hombre”, ya que es la consecuencia de una “política de tierra quemada” llevada a cabo de la manera más impune, tanto por parte de fuerzas gubernamentales como de otros grupos armados.
Los esporádicos ataques contra la población civil se traducen en la imposibilidad de cultivar y cosechar los productos que necesitan para su supervivencia. Se llega incluso a hablar de un “castigo colectivo”, ya que se da la circunstancia de que las zonas más afectadas por la hambruna –los condados de Leer, Mayendit y Koch– son la región originaria de Riek Machar, antiguo vicepresidente y aliado pero hoy enemigo declarado del jefe del Estado, Salva Kiir Mayardit, y líder de un grupo disidente que se levantó en armas contra las fuerzas gubernamentales.
La Iglesia, “altamente sospechosa”
Los prelados desvelan también en su carta que, para ciertos elementos del Gobierno, la Iglesia católica se ha convertido en una institución “altamente sospechosa”. De hecho, los miembros de la comisión ecuménica que –junto al primado anglicano Welby– se reunieron con el papa Francisco el año pasado llevan desde diciembre esperando a ser recibidos por el presidente Kiir.
Aunque se oyen voces que sitúan a “la Iglesia en contra del Gobierno”, la última pastoral aclara con rotundidad que “la Iglesia no está a favor o en contra de nadie, sea Gobierno u oposición… La Iglesia está en contra del mal, independientemente de dónde tenga lugar y quién lo practique”.
La jerarquía eclesial sursudanesa concluye renovando sus esfuerzos y compromiso para alcanzar la paz y su disposición a sentarse con cualquier actor social para contribuir a “un cambio positivo de la situación social y política”.
El milagro de la paz
“[Antes de la independencia] los diferentes grupos étnicos estaban unidos contra el odiado Norte, pero no lo estaban a favor del objetivo de convertirse en un estado unitario. Ahora, se trata de conseguir la paz como condición previa para cualquier tipo de desarrollo, y solo un milagro puede hacerla posible”, explica a Vida Nueva el misionero comboniano Hans Eigner, recién salido del país.
Y añade: “Los cristianos –y muchos otros sursudaneses de buena voluntad– esperan y oran ya para que la ansiada visita de Francisco pueda obrar ese milagro, ese punto de inflexión que contribuya decisivamente al cambio que el país necesita tan profundamente”.
Publicado en el número 3.026 de Vida Nueva. Ver sumario
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