Editorial

Una Iglesia de villas abiertas

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portada Vida Nueva Villa Patera Jorge de Dompablo acoge 14 inmigrantes 3023 febrero 2017 pequeña

EDITORIAL VIDA NUEVA | Un sacerdote acoge en su casa a catorce excluidos, la mayoría inmigrantes subsaharianos llegados a nuestro país en patera. Iglesia en salida, de puertas abiertas, no para que otros entren, sino para salir al rescate del moribundo que todavía hoy sigue caminando de Jerusalén a Jericó. Sin buscar protagonismo, la entrega de Jorge de Dompablo deviene en ejemplarizante para una Iglesia en plena reforma. Como esta casa de acogida, la Iglesia está en obras. De poco servirá la reforma vaticana si el Pueblo de Dios no asume como propia esa llamada permanente a dejar la zona de confort para poner en el centro a un Jesús de Nazaret encarnado en el otro.

Lo subraya más el Papa en el mensaje para Cuaresma. “Es un tiempo para abrir la puerta a cualquier necesitado”, reclama a los católicos recordando que “cerrar el corazón a Dios tiene como efecto cerrar el corazón al hermano”.

Por eso, además de condenar sin fisuras el empeño de quienes están dispuestos a levantar muros físicos para protegerse y aislarse dibujando amenazas donde solo hay fantasmas, cabe preguntarse sobre las vallas que cada cristiano levanta ante el diferente. O la facilidad para anestesiarse, para justificar el inmovilismo colgando la etiqueta de héroe inalcanzable a quienes, como Jorge, simplemente se han tomado en serio el seguimiento de Jesús.

Entre otras cosas, porque este sacerdote no actúa en solitario ni cuenta con poderes extraordinarios. Tan solo con la confianza plena en el Dios de la vida y una Iglesia que le respalda y alienta con un apoyo institucional, material y orante. Toda una red intraeclesial, desde su parroquia a Cáritas diocesana, hace posible que en esta particular “Villa Patera” se llegue a fin de mes y, lejos de ser un mero lugar para un asistencialismo dependiente, se plantee como un trampolín para devolverles la dignidad arrebatada en su particular éxodo, en el cayuco, en el salto a la valla, en la ausencia de papeles en regla…

Además de condenar a quienes se empeñan en levantar muros,
cabe preguntarse sobre las vallas
que cada cristiano levanta ante el diferente.
“No los abandonéis”, insiste el Papa.

Afortunadamente, la Iglesia española cuenta con otras muchas “villas” donde cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos se vuelcan para acoger e integrar a mujeres víctimas de la violencia o de la trata, adolescentes en riesgo de exclusión, niños abandonados, ancianos sin recursos… Ellos son la prueba de que el sueño bergogliano de una “Iglesia pobre y para los pobres” no es una quimera, como tampoco lo es la opción preferencial por los pobres.

Entre otras cosas, porque lejos de virar hacia una ONG, esta identificación con los últimos para hacer de la Iglesia un hogar se enraíza en un origen cristocéntrico, del Dios hecho hombre, del Dios que quiso hacerse pobre en una villa enclavada en los montes de Judea.

Publicado en el número 3.023 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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