¿Qué decir sobre la violencia sexual contra las mujeres?

En el relato de la resurrección del hijo de la viuda de Naím, Lc 7, 11-17, tenemos uno de los encuentros más impactantes de Jesús en relación con el dolor y la muerte. Por una parte está un joven que muere, hijo único de una viuda, y por el otro una madre sola y pobre que sufre. En este contexto el evangelio nos dice que Jesús “tuvo compasión”. A la madre le dice: “no llores” y al joven muerto: “a ti te digo levántate”. Lo que llama la atención es que Jesús no pasa de largo ni es indiferente frente al dolor y la muerte. Su Palabra tiene la fuerza de la resurrección, es capaz de transformar la muerte en vida.

Colombia, una sociedad marcada por la muerte y el sufrimiento, tiene cerca de 8 millones de víctimas, fruto del conflicto armado y cuenta con una larga historia de violencia contra la mujer. Aún tenemos fresco el recuerdo de los feminicidios de Rosa Elvira Cely y de Yuliana Samboní. Según datos de Medicina Legal, la violencia sexual contra la mujer ha venido presentando cifras ascendentes en los últimos tres años. Cada 13 minutos una mujer es víctima de algún tipo de agresión. En los primeros diez meses del 2016 fueron asesinadas 731 mujeres, en comparación con las 670 fallecidas en 2015.

Se trata de hechos que todos repudiamos. Señalamos a los victimarios y pedimos las peores condenas para ellos. Pero nadie parece preguntarse qué es lo que sustenta y facilita este tipo de delitos, los cuales con frecuencia ocurren en nuestros hogares y los victimarios son familiares y conocidos.

¿Qué decir frente a esta realidad? Lo primero es aceptar que el Dios de Jesús, el Dios del Evangelio, es un Dios de vida y no de muertos; un Dios que rechaza la violencia y la muerte impuesta a miles de víctimas inocentes en el mundo entero. Se compadece y, al compadecerse, no solo consuela y acompaña a las víctimas; transforma esa realidad de muerte en vida, tal como sucedió en el texto relatado al inicio.

En varias investigaciones realizadas por teólogas es claro que la agresión y el abuso sexual contra la mujer no es una coincidencia o un hecho coyuntural en nuestra sociedad, sino que hacen parte de la violencia general que produce, sustenta y oculta la sociedad patriarcal contra las mujeres. Se trata de una sociedad que, en palabras de Carmiña Navia, desestima y oculta la opresión de género y la permanente agresividad que atraviesa las relaciones genérico/sexuales, en múltiples niveles”.

En nuestra sociedad, este tipo de violencia cumple un papel fuertemente simbólico en la cultura patriarcal, porque responde a un continuum de violencia de género que ha estado presente desde tiempos inmemoriales y desde el mismo comienzo de la vida de la mujer; además se trata de una violencia que muchas veces se ejerce en nombre del mismo Dios. Es ahí donde la teología debe buscar las palabras adecuadas que den cuenta de la experiencia de un Dios que no convalida, desde ningún punto de vista, con estas prácticas de violencia contra la mujer tan arraigadas en nuestros contextos, sino que rechaza cualquier tipo de opresión o de sufrimiento impuesto. Hoy no podemos seguir pasando de largo frente a la multitud de mujeres caídas a causa de la violencia, estamos llamados a trabajar en su erradicación y debemos comenzar ya.

Susana Becerra Melo

Teóloga

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