Memoria y Tolerancia

Un museo mejicano  que promueve el paso de una cultura de guerra a una cultura de paz

El Museo Memoria y la Tolerancia, ubicado en Ciudad de México, invita a sus asistentes a recorrer los acontecimientos más lamentables de la historia reciente con el propósito de crear conciencia sobre la importancia de la memoria histórica, alertar sobre las consecuencias de la indiferencia, la discriminación y la violencia y promover reflexiones que desemboquen en acciones sociales a favor de la tolerancia y los derechos humanos. Además de ser reconocido por su labor social, el Museo Memoria y Tolerancia ha sido premiado por su arquitectura, diseño interior y por sus ambientes incluyentes. Está distribuido en cinco niveles que contrastan con diferentes tipos de luz, a medida que se transcurre entre las tragedias del pasado, los debates del presente y el deseo de un futuro de no repetición. Cada sección contiene fotografías, instalaciones, materiales interactivos, objetos donados por algunos sobrevivientes de los genocidios y máximas contundentes. El espacio museográfico ha dedicado la mayoría de sus salas a la exposición del holocausto nazi, las caravanas de la muerte de los armenios, la desaparición de Yugoslavia, la guerra civil en Ruanda, el etnocidio y crímenes por las creencias religiosas en Camboya, los crímenes de estado en Guatemala y el actual conflicto de Darfur. Otras de sus salas contienen una biblioteca, una sala de exposiciones temporales, un auditorio y un centro educativo.

Recordar para no repetir

Una religiosa guatemalteca, fotografiada mientras denunciaba crímenes de estado

¿Qué de bueno podría extraerse de los genocidios y los crímenes de lesa humanidad de nuestra historia? La tesis que sostiene la exposición del museo es que “el estudio de los genocidios es fundamental para desarrollar estrategias que los prevengan y detengan”; por ello, ha dedicado gran parte de su exposición a describir los genocidios del siglo XX con el fin de “recordar para aprender; aprender para no repetir”. En cada sección se hace énfasis, más que en los crímenes, en todos aquellos factores que los posibilitaron y en la responsabilidad que tuvo la sociedad. Las ideas racistas que se cultivaron a inicios del siglo XX en Europa, sumadas a las consecuencias de la Primera Guerra Mundial que sumieron a Alemania en una crisis, fueron las que condujeron al ascenso de un líder que supo aprovechar el resentimiento popular y que prometió “devolver a Alemania la grandeza de otros tiempos”. Sin embargo, se sigue insistiendo en las preguntas de “¿cómo la ejecución de un genocidio contó con el consentimiento de la gran mayoría, en un país desarrollado y ejemplo de la cultura y la civilización? ¿Cómo fue que autoridades estatales planificaron y ejecutaron un plan de exterminio de un pueblo con el cual no estaban en lucha? ¿Qué es lo que transformó a las personas ordinarias en asesinos o en observadores pasivos?”. Se conjugaron varios factores. En la legislación alemana se fueron restringiendo las libertades de los judíos, los gitanos, los discapacitados, los homosexuales, los disidentes políticos y los comunistas. En el discurso político y la propaganda se justificaron las razones del exterminio y la guerra. Joseph Goebbels, ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, afirmó que “la guerra hace posible una ‘solución’ de algunos ‘problemas’ que no se pueden resolver en tiempos de paz”.

La historia nos interpela

La estructura evoca el árbol de olivo, símbolo de la paz; en su interior conserva un monumento en memoria de los niños y niñas víctimas de los genocidios

Otros casos emblemáticos, pero menos recordados son el exterminio y desplazamiento de 1.2 millones de armenios cristianos, entre 1915 y 1916, por parte del imperio Otomano como ‘estrategia’ ante la oposición. El genocidio en 1994 en Sarajevo a manos de líderes nacionalistas serbios que establecieron como objetivo que todos los serbios, dispersados por las distintas repúblicas, vivieran en un mismo país, para crear la “Gran Serbia”. El costo fue que de los 4.4 millones de habitantes que vivían en Bosnia-Herzegovina, 300 mil murieron en la guerra, 1.2 millones huyeron y un millón de personas fueron desplazadas forzosamente y, 1.5 millones de minas antipersonales continúan sembradas en su territorio. Hoy, Bosnia-Herzegovina sigue trabajando en la reconstrucción del estado y en la reconciliación. Desde mediados del siglo pasado, Guatemala vivió una dictadura que dividió a la nación. Ante el enfrentamiento armado, el estado respondió con represión. La dictadura en Guatemala, como muchas otras en América, contó con el apoyo de Estados Unidos justificándose en lo que denominaron “la amenaza comunista”. Debido al apoyo que algunos pueblos indígenas mostraron hacia la insurgencia, el gobierno guatemalteco inició una campaña en contra de toda la población indígena maya a través de torturas, violaciones, desplazamientos forzados, asesinatos y desapariciones. Al exterminio se sumó la devastación de las aldeas y los cultivos, la contaminación de fuentes de agua, la matanza de animales y la destrucción de los sitios sagrados. Después de 34 años de guerra se firmaron los acuerdos de paz. En 2013 un tribunal guatemalteco condenó al ex dictador Efraín Ríos Montt a 80 años de prisión por masacres cometidas en contra de comunidades indígenas durante su régimen. Sin embargo, la Sala Primera de Apelaciones anuló el proceso. En 1923, la colonia belga en Ruanda vio como una oportunidad de gobierno la división de los pueblos hutus y tutsi, por lo que promovió la idea de que “los tutsis eran una raza superior, más civilizada, cercana a los europeos, más aptos e inteligentes, para gobernar” que los hutu. Las políticas de discriminación por parte de los belgas fueron respondidas con anticolonialismo por parte de los tutsis, por lo que Bélgica, acompañada por sectores de la Iglesia Católica, promovió una nueva élite social de hutus en contra de los tutsis. Luego de la independencia de Ruanda, el general Juvénal Habyarimana dio un golpe de estado, dirigió milicias juveniles de hutus radicales e instó una campaña mediática promoviendo la eliminación total de la etnia tutsi. En menos de cien días, casi un millón de personas fueron asesinadas en Ruanda. En la actualidad se sigue un proceso de reconciliación nacional. No obstante, la sociedad sigue dividida, en un país donde víctimas y victimarios conviven cotidianamente y los enfrentamientos entre etnias persisten, así como la pregunta por la responsabilidades de quienes promovieron el genocidio, Bélgica y sectores de la Iglesia Católica;  de quienes la apoyaron con armamento, Francia, y de quienes no la detuvieron a tiempo, la ONU.

¿Nunca más?

En respuesta a las tragedias del pasado y el presente, el museo ha destinado algunas de sus secciones a la promoción de la no repetición y de la tolerancia, entendida como el aprecio a la diversidad de las culturas del mundo y como la que posibilita el paso de una cultura de guerra a una cultura de paz. En varias secciones, mediante obras de arte, experimentos sociales y la interacción, la exposición ejemplifica la manera en la que la ignorancia, el miedo y los prejuicios, creados o afianzados por los medios de comunicación, dan lugar a la negación de los derechos fundamentales y promueven la injusticia.

Nuestro país, cada vez más cerca de lo que se ha denominado posacuerdo, tiene muchas lecciones que aprender de la memoria histórica del mundo y de su propia historia. Debe decidir si ve la realidad como una eventualidad ajena, o como un reflejo de sí mismo que le puede ayudar a no repetir nunca más su tragedia.

Biviana García

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