Fuego en el mar

 

Lampedusa: entre el naufragio y la esperanza

Fuego en el mar es un poema cinematográfico que nos enfrenta a dos mundos: el de Samuele, un niño habitante de la isla italiana de Lampedusa, y el de los inmigrantes de África, Asia y Medio Oriente que desean ingresar a Europa, atravesando el Mar Mediterráneo, aún a costa de su propia vida. En medio de estos dos mundos, narrados desde la crudeza y belleza del género documental, Gianfranco Rosi nos expone a los significados por los que transitan las vidas de los protagonistas. Para Samuele, Lampedusa es su familia, su lugar de juegos, su vínculo con la tradición pesquera de generaciones. Para los inmigrantes, la isla es la exigua posibilidad de sobrevivir a cambio de la certeza de muerte que se cierne sobre ellos, en sus propios países, a causa de la pobreza y la guerra. Los mundos próximos que no se tocan generan en el espectador la insistente pregunta de cuál es su conexión. La respuesta está, en parte, en la mirada de Samuele, que tiene problemas de visión. Según Rosi, “en el ojo perezoso del niño hay una metáfora de la mirada perezosa que los occidentales tienen con los inmigrantes”. La respuesta se completa al entender que la distancia entre Samuel y los inmigrantes no es casual. Aunque el mar es un puente hacia Lampedusa, Europa ha corrido sus fronteras y las embarcaciones que en otro tiempo llegaban a las costas de Lampedusa, ahora se interceptan en mar abierto, para crear una distancia entre los isleños y los inmigrantes. Con todo, la tragedia se testimonia en la radio y, de vez en cuando, los isleños elevan una plegaria por “esos pobres cristianos” que naufragan.

El documental se hace más difícil de ver a medida que se acerca a las embarcaciones “rescatadas”, a los trámites que deben seguir los inmigrantes que han logrado sobrevivir a la travesía y al escuchar sus oraciones y cantos de agradecimiento a Alá y al Dios cristiano. A pesar de pagar inmensas cantidades de dólares o de euros para tener un lugar en la embarcación, quienes huyen de la guerra navegan en condiciones inhumanas. La muerte los encuentra en las embarcaciones o en el naufragio y nada les asegura ser bien recibidos en Europa o que no sean deportados. Debería ser elocuente para la sociedad el hecho de que la desesperación de estos miles de seres humanos los lleve a preferir el horror de puertos ajenos. Más que oportuna la oración del papa Francisco en Lampedusa: “¿quién es el responsable de ese grito de dolor que se eleva por encima del mar de color turquesa? ¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos? (…) Te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que conducen a estos dramas”.

VNC

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