La homilía, nuestro talón de Aquiles

Pistas para mejorar la preparación y celebración, con calidez y calidad

portada Pliego La homilía nuestro talón de Aquiles 3021

JOSÉ LUIS CORZO, SchP, Instituto Superior de Pastoral | La gente suele aburrirse en muchas misas; pero las homilías, sobre todo, cansan y muchas veces hasta irritan –o irritaron– a los oyentes y a los que ya no vuelven más a misa por este motivo. La mayoría de los autores que escriben sobre la homilía constatan su dificultad. El papa Francisco también: “Los fieles, como los mismos ministros ordenados, muchas veces sufren, unos al escuchar y otros al predicar. Es triste que así sea…” (EG 135).

Algunas citas famosas sobre la homilía:

  • “La predicación es útil porque somete a dura prueba la fe de quienes escuchan” (Julien Green).
  • “Todavía es posible encontrar fe en Francia, a pesar de las treinta mil predicaciones de cada domingo” (Yves Congar).
  • “La Iglesia ha colocado el Credo después de la homilía para invitarnos a creer a pesar de lo que hemos oído” (Thomas Spidlik).
  • “En ningún lugar se ven rostros tan inexpresivos como en la iglesia durante la predicación” (François Mauriac).
  • “Es un auténtico milagro que la Iglesia sobreviva a los millones de pésimas homilías de cada domingo” (Joseph Ratzinger).

Se ha escrito tanto sobre la predicación que es difícil resumir lo esencial y, además, casi todos se explayan en decir lo que no debe ser una homilía (una clase, una meditación, una pieza oratoria, un fervorín improvisado…), y no es fácil elegir y reunir en pocas palabras lo que debe ser. Solo esto último me gustaría explicarlo aquí brevemente, a sabiendas de que hay tantas variables que cada uno sabrá lo que hace en su comunidad.

I. Formas de mejorar las homilías

Estoy seguro de que hay muchos caminos para ello al alcance de cualquier fiel cristiano, ya sea predicador u oyente. La celebración es cosa de todos y entre todos hemos de elevar su nivel. Los fieles también necesitan situarse y disfrutar de la homilía. Hacerla dialogada resultó inviable en la inmensa mayoría de los casos y hubiera aumentado los problemas. Los curas necesitamos cierta formación permanente, es indudable. ¿O ya salimos aprendidos del seminario en todo y la sociedad no cambia? De joven, yo creía que los superiores y el obispo vigilarían mi forma de celebrar la liturgia, y no a traición, sino por su deber pastoral. Pero no ha sido así.

¿Quién nos enseña entonces –a diáconos, curas y obispos– a predicar mejor y a corregir los defectos? Cualquier cristiano dócil y cumplidor oye más de tres mil sermones desde la infancia hasta sus 60 años adultos. Suponen unas 520 horas de su vida (unas nueve al año, a 52 anuales de diez minutos cada una). En las ciudades hay donde elegir predicador, pero no siempre. Vale la pena esmerarse y acertar en este servicio o ministerio nuestro.

1. Un buen camino seguirá siendo el estudio de la Teología pastoral y litúrgica, como deben hacer los seminaristas, subrayando lo esencial y –a ser posible– entrenando en prácticas docentes los recursos de cada uno. Ejercitarse con otros tiene enormes ventajas de humildad y de estímulo.

2. Pero otro camino es escuchar las homilías ajenas, tomar notas, si es necesario, y hacer una crítica personal seria y razonada. Nos sería muy útil, y también a los fieles; se sacudiría la rutina de oír siempre al mismo sacerdote (o, la que es peor, la de oírnos solo a nosotros mismos). Estaríamos todos más atentos y los fieles participarían más. Un exalumno gaditano, cura y amigo, grabó, como ejercicio de clase, nueve homilías del mismo sábado/domingo madrileño. Con ellas hizo un magnífico estudio comparativo, teórico y práctico. También algunos periodistas saben “ir a misa” y contarlo. Alfonso Ussía anotó que “tampoco son recomendables los sacerdotes que hablan bien y se lo creen”, pero que lo más grave “es la extensión insoportable de los sermones dominicales”.

3. Un camino inverso es escuchar atentamente y sin pestañear las observaciones que nos hagan, si somos curas. Los fieles ya oyen los comentarios de los domingos a la salida de misa. Estaría muy bien que, en vez de esperar el chivatazo o de acudir al espionaje, el propio cura organizara de vez en cuando una reunión así con los fieles asiduos a la misma celebración dominical. Aprendería mucho el sacerdote (si logra escuchar en silencio), y los laicos vencerían mejor su timidez para estar más presentes y activos en la celebración. Muchas ideas de este Pliego han salido de una reunión así.

4. Todavía aprendí de mi querido compañero Jesús Burgaleta un camino más fácil, aunque menos comunitario, y lo adjunto en el anexo final: la autocrítica personal mediante algún cuestionario que también pueden responder los fieles. Otras preguntas pueden salir solas de la breve teoría que aquí resumo.

5. Hay también un atajo que parece resolverlo todo, pero es menos aconsejable, como ahora se verá: copiar alguna homilía de los especialistas que las ofrecen impresas o en la web. Pueden ayudar mucho, pero no suplen nuestro trabajo personal.

II. Maestros de la homilía

III. Una guía concreta y personal para preparar y celebrar la homilía

IV. Maravillosas excepciones

Anexo. Cuestionario sobre la celebración de la homilía (seminario de Jesús Burgaleta en el ISP, 2006).

 

Publicado en el número 3.021 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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