Alberto Melloni: “Si la Iglesia no hubiese hecho el Concilio, habría acabado en la nada”

Atlas histórico del Concilio Vaticano II, de Alberto Melloni, PPC

Historiador, director del ‘Atlas histórico del Concilio Vaticano II’ (PPC)

Alberto Melloni, historiador italiano, profesor de Historia del cristianismo en la Universidad de Módena y Reggio Emilia

Entrevista a Alberto Melloni [extracto]

DARÍO MENOR (ROMA) | Alberto Melloni, profesor de Historia del cristianismo en la Universidad de Módena y Reggio Emilia, ha dirigido el Atlas histórico del Concilio Vaticano II, una magna obra publicada en español por la editorial PPC que permite conocer y entender el significado vital de aquella asamblea que marcó la historia de la Iglesia católica en el siglo XX.

PREGUNTA.- ¿Por qué hacía falta este ‘Atlas’?

RESPUESTA.- He trabajado con el Concilio Vaticano II (CVII) desde 1988 hasta el año 2000, elaborando la historia de la asamblea en cinco volúmenes dirigida por Giuseppe Alberigo. Acabada la historia, empezaron a salir otras obras, algunas interesantes y otras miserables, anticonciliares o con tesis imaginarias. Con el 50º aniversario del CVII, y en un contexto modificado por la llegada del papa Francisco, nos parecía acertado volver de nuevo a él. Francisco ha sido el primer papa ordenado sacerdote después del Concilio. No tiene, por tanto, una relación de tipo conceptual con él, sino que se trata de una relación vital. Es tan verdadera que no lo cita nunca, mientras que los papas anteriores lo citaban mucho, precisamente para evadirse de sus puntos clave. Algunos de estos pilares, como la sinodalidad o la pobreza de la Iglesia, eran asuntos totalmente impronunciables antes de Francisco. Precisamente son los temas con los que el papado hoy se la juega: en ellos muestra su carga y cómo las llagas sufridas por la Iglesia durante las últimas décadas derivan precisamente de intentar escapar de la importancia de estos dos temas.

P.- ¿A quién va dirigida esta obra?

R.- Espero que el Atlas sea útil para un público de cristianos comunes, que sea un modo para acceder al Vaticano II, no para vivirlo con nostalgia. Deseo que pueda ser un acceso al CVII para una generación de clérigos y laicos que desea entender la dimensión y la gracia que tuvo la generación que lo vivió. Es difícil en la historia de la Iglesia católica que a una generación le toque vivir un período como aquel: fue un período de reforma que, en lugar de generar divisiones entre las Iglesias, provocó unidad. Además, a distancia de unos pocos de años, produce un Papa que lleva dentro de sí las grandes tesis del Concilio.

Desconocimiento

P.- ¿Hay falta de conocimiento de los puntos principales del CVII?

R.- En el Atlas hablo del “nominalismo conciliar”. Existe la idea de usar el CVII como si fuera una especie de antología para hacer citas refinadas, pero sin afrontar el problema de cuál era su intención de fondo. Atlas histórico del Concilio Vaticano II, de Alberto Melloni, PPC

P.- ¿No se ha querido llevar a la práctica hasta el final?

R.- No se trata solo de la aplicación, sino que se daba una concepción que va un poco más allá. Aplicar el CVII no significa hacer las normas que se acordaron entonces. Por ejemplo, Francisco, ¿qué capítulo aplica del Concilio? Todos y ninguno. Se trata de poner la vida cristiana frente a los ojos de la fe. Esto no se hace aplicando una cita. El Papa, con su estilo propio, dijo el 8 de diciembre de 2015, durante el aniversario del CVII, una frase que se esperaba desde hacía décadas. Comentó que fue “un progreso de la fe”. Esta expresión tiene una importancia incalculable, pues dice algo sobre la fe y sobre el tiempo.

P.- En el libro se habla precisamente de su tiempo y espacio…

R.- La percepción común es que el CVII duró unos pocos segundos y se desarrolló en un momento en el que todas las cosas eran fáciles. Se confunde con el optimismo de los años 60 del siglo pasado. El CVII se piensa en el momento en el que la Guerra Fría está dando pasos importancias hacia la ‘guerra caliente’. Se anunció poco antes de la construcción del Muro de Berlín y comenzó once días antes del estallido de la crisis de los misiles en Cuba. Aquella situación estaba llevando al mundo a la Tercera Guerra Mundial, que hubiera sido la última. El CVII representa un esfuerzo dedicado no tanto a producir documentos, sino a dotar de una nueva experiencia de catolicidad a la Iglesia. No era un concilio como los precedentes, que se concretaban en decisiones dogmáticas y en condenas doctrinales. De hecho, por decisión de Juan XXIII no hizo definiciones ni dejó condenas.

P.- ¿Es normal que tras 50 años de su conclusión aún no se haya aplicado del todo?

R.- Si la Iglesia católica no hubiera hecho el CVII habría tenido el mismo fin que algunas de las grandes instituciones de finales del siglo XX, que creían que enrocarse ideológicamente era la respuesta adecuada, pero han acabado en la nada. Pensemos en lo que le pasó al comunismo soviético. El CVII permitió a la Iglesia atravesar un tiempo difícil como han sido los cincuenta años posconciliares, y salir de ellos como cristiana. Es un resultado muy grande. Es normal en los grandes concilios que después de medio siglo de su final sigan teniendo temas abiertos. Lo que estamos viendo hoy con el actual pontificado es exactamente un fruto del Concilio. En un cierto sentido, Francisco es el modelo de obispo del Vaticano II.

P.- ¿Es necesaria una actualización conciliar?

R.- El Concilio representa una dirección, no un manual de instrucciones para afrontar el futuro. Apuesta por una Iglesia que de manera convencida y seria acoge la instancia evangélica. El otro gran aspecto es que establece la colegialidad de los obispos e instaura así una instancia sinodal en la Iglesia. El papado y parte del episcopado se han resistido a ello durante un tiempo, provocando problemas inenarrables. El desastre de los abusos sexuales tiene que ver con ello.

P.- ¿En qué sentido?

R.- En los años 80 del siglo pasado, Tom Doyle (sacerdote experto en el trato a las víctimas de abusos) escribió unas líneas guía para los obispos americanos sobre la cuestión de la pedofilia. Decía una cosa seria: que el tema era difícil y comprometido y que ningún obispo podía afrontarlo solo. Pedía, por tanto, que discutieran entre ellos para conseguir unos criterios a seguir cuando se dan estos casos. El entonces cardenal Ratzinger se opuso, diciendo que las conferencias episcopales no podían dar órdenes a los obispos, pues eran órganos burocráticos. Eso propició el desastre de la pedofilia. Cuando en la Evangelii gaudium Francisco dice que las conferencias episcopales tienen una “verdadera autoridad doctrinal”, sepulta la tesis de Ratzinger y crea la premisa para que estos desastres no vuelvan a suceder. Ahora es posible que los obispos, de forma conjunta, afronten temas difíciles y esperemos que sean menos trágicos que el de la pedofilia.

“No hay nivel para un Vaticano III”

Alberto Melloni considera que hoy en día, en caso de que se quisiera convocar un nuevo concilio, no hay en el mundo católico un nivel suficiente para emprenderlo. “Una de las grandes tragedias de la Iglesia católica –argumenta– es la falta de una teología capaz de medirse con los problemas esenciales y grandes. Hemos cultivado durante largo tiempo una teología que se confundía con una forma de decir que el Papa tiene siempre razón o que el Papa siempre se equivoca. Pero no se medía desde el punto de vista intelectual con el mundo”. Según el profesor, “la teología contemporánea hoy se contenta con problemas fragmentarios y cuestiones minúsculas”, un problema general “que tiene que ver con la caída del nivel intelectual de la clase dirigente en todo Occidente”. “Ello va unido a que la gran explosión de las Iglesias jóvenes no ha venido de la mano de una explosión de tipo teológico”, concluye.

Publicado en el número 3.018 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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