¿Y qué significa la paz?

A estas alturas de la implementación de los acuerdos de paz, habrá que hacer una pregunta que podría parecer extemporánea o fuera de tiesto. ¿Y qué es la paz? La hacemos cuando estalla la guerra, de cara a una paz perdida, y también al final de esa guerra, cuando “estalla” la paz.

En el fondo de todo conflicto suele existir un problema lingüístico. Las partes en pugna dan diversa y a veces encontrada significación a las mismas palabras y ese no entendimiento es el que acaba por desatar la lucha. De hecho, el lenguaje es la primera institución que se derrumba a la hora de iniciarse el caos institucional de una sociedad. Cuando fallan las palabras y sus significados se resquebrajan los fundamentos de cualquier edificio social. Eso está pasando en Colombia. Siempre ha pasado. Se endurecen las posiciones y así desaparece la concordia, la posibilidad de diálogos sensatos que lleguen a buen término.

La palabra “paz” está significando cosas distintas para quienes buscan la paz, la discuten o la rechazan. Pero las palabras, aunque parezcan frágiles, no se dejan manosear por nadie y acaban siendo explosivas, peligrosas. Se vengan a sí mismas. Se requiere una gran pureza de intención, limpieza de alma y de mente, para usar bien las palabras. Si queremos aherrojar dentro de nuestros intereses creados un vocablo, este acabará desquitándose e implantará su antónimo bajo la máscara que le hemos puesto.

Si, por ejemplo, tengo intenciones torvas al hablar de amor, ese amor acabará significando odio. Si inescrupulosamente hablo de alegría, esta terminará siendo tristeza. Si detrás de la palabra “paz” se esconden otros intereses, otras intenciones, otras motivaciones, cuando digo paz lo que estoy diciendo es guerra. Y eso, por desgracia, parece estar ocurriendo en medio esta búsqueda de la paz que nos tiene tensos, radicalizados.

Puestos ya en la recta final, según parece, de lograr el fin del conflicto, a nadie escapa que una cosa está significando la palabra “paz” para el Gobierno, otra para las FARC, otra para las Fuerzas Militares, otra para los paramilitares y los grupos delincuenciales, otra para los políticos y sus apetencias electorales. Una para los del “no”, otra para los del “sí”. Una para Santos, otra para Uribe. Y otra cosa, por supuesto, para el pueblo raso que ha sufrido la guerra y es el que realmente necesita la paz.

Una auténtica torre de Babel. Ya no nos entendemos. Y ese no entenderse, ese haber destruido el significado y el valor de la palabra “paz”, es el lenguaje de la posguerra o el primer paso para una nueva guerra, así se haya firmado una paz que está significando cosas distintas, según el color con que se haya mirado.

Con el agravante de la diarrea verbal que nos caracteriza. Todo el mundo habla de todo, sin sopesar el valor que tienen las palabras dichas. Ya no pensamos, hablamos. Olvidamos que el silencio es el terreno fecundo para poder hablar con propiedad y sobriedad.

Todos queremos la paz. Pero se impone una real disciplina mental, para no seguir maltratando lo que esa palabra significa y ponernos de acuerdo sobre su sentido. No podemos convertir la paz en un juguete lleno de explosivos. Puede estallar. Y ese día no se llamará paz. Se llamará, otra vez, guerra.

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