Tres décadas de memoria y evangelización

Cristianismo y defensa de los derechos humanos en Medellín del Ariari

Desde el año 1993 los misioneros claretianos han venido acompañando la región del Alto Ariari, en el municipio de El Castillo (Meta). Han sido épocas de muchas alegrías, pero también de mucho llanto en medio de la guerra, la exclusión, el abandono estatal y una victimización por parte del Estado sobre el pretexto de ser una zona de presencia de la Insurgencia de las FARC—EP.

Una región que ha sufrido los rigores de la guerra, la invasión paramilitar y el asesinato de más de 500 personas en más de cinco décadas de conflicto armado; una región que ha construido estrategias de protección del territorio, la vida y la naturaleza, donde la acción pastoral se ha constituido en una compañía silenciosa de esta historia de esperanza.

Medellín del Ariari, un pueblo en el hermoso pie de monte llanero, fue cruelmente azotado por la violencia. Sus tierras y sus aguas fueron teñidas de sangre inocente. Muchas personas fueron asesinadas o desaparecidas; otras, salieron a refugiarse; pero hubo quienes se quedaron y resistieron valerosamente el asedio de la muerte.

Hoy se perciben claros signos de esperanza y la gente vuelve poco a poco a habitar sus lugares abandonados; empieza a sanar sus heridas; a perder el miedo, repartiendo abrazos fraternales y procurando que germine cada día en plenitud la reconciliación y la convivencia.

Los recuerdos de tantos seres queridos separados trágicamente están presentes en cada uno de sus habitantes. Buscamos, entonces, un lugar en el templo santuario para rendirle tributo a su memoria. Encontramos que, a través del color, los símbolos, las formas hechas de manera colectiva, podíamos transmutar ese dolor y transformarlo en hechos esperanzadores y en acciones concretas de paz y reconciliación; quizás, darle cumplimiento a los sueños truncados como el mejor tributo a su memoria; sobre todo, mantener la promesa de no permitir que la guerra se anide en estos bellos territorios.

Fueron varios los momentos de encuentro y de conversaciones con los familiares de las víctimas, para encontrar ideas, sentimientos y sentires; para plasmarlas en los muros de la iglesia de una manera participativa.

Recogimos las propuestas, elaboramos los bocetos y luego, con varias personas, empezamos a pintar los fondos para dar paso a los bocetos en el muro con la tiza.

El muro de la memoria

Escena de uno de los murales del santuario

Recordaron la historia de su llegada como consecuencia de la violencia entre liberales y conservadores; por eso, una de las primeras escenas del mural nos muestra cómo llegaron: cruzaron ríos y, a lomo de mula, llevaron lo poco que pudieron, ante todo un montón de sueños e ilusiones de una vida mejor; y se asentaron allí guiados por el vuelo de la corocora, que les enseña el camino. Los pies descalzos evidencian el apego a la madre tierra, la humildad y sencillez de la gente campesina.

En el otro lado, simbolizando las víctimas, plasmamos siluetas de los líderes, las mujeres, los campesinos y recordamos su ejemplo, sus valores, sentimientos y virtudes, siempre presentes en el recuerdo de la comunidad; que les sirven de guía en su caminar. Decíamos que están y no están. Están en el recuerdo, en el ejemplo que dieron, en las luchas que libraron; pero están presentes, de eso no hay duda.

En el centro del pasillo aparece el Árbol de la Vida. Medellín del Ariari tiene en su parque principal un emblemático, robusto y legendario samán, testigo de las alegrías, las tristezas y de los acontecimientos cotidianos de la gente. También, en Puerto Esperanza, encontramos el Árbol de la vida, como un monumento viviente en memoria de las víctimas: sus nombres están escritos en muchas piedras alrededor de la ceiba.

El árbol, entonces, es un gran símbolo de vida y adquiere mayor importancia y significado cuando representa a la comunidad en general; aunque le falten algunas ramas, que fueron violentamente cercenadas, su tronco y raíces están muy firmes y fuertes. Representa, además, la rica biodiversidad expresada en cenefas circulares con aves, lagartijas, peces que giran en su entorno. Nos reitera que todos, incluyendo las plantas, los animales, el agua, somos parte integral de este mundo; no solo las personas. Por lo tanto, el respeto y la convivencia debe ser entre todas las manifestaciones de vida.

En la parte inferior, con pedazos de cerámica que fuimos juntando pacientemente, hicimos un camino para recordar nuestra vocación de caminantes en la búsqueda de un mundo en armonía, paz y justicia.

Y en todo el pasillo una serie de tiras con los nombres de cada una de las víctimas, sus nombres ondean con el viento. Como aquella ausencia que sigue presente, los nombres nos recuerdan aquello que no debe volver a suceder.

Celebrando la vida

A pesar de las situaciones vividas por la gente, hay lugar para la esperanza. Por ello celebran la vida, cuidan la Madre Tierra y protegen los seres que allí cohabitan: los animales, los ríos, los bosques, temas que afloraron en las permanentes conversaciones; aparece una mujer que riega generosamente las semillas con la esperanza de verlas germinar y dar buenos frutos.

Vuelven a fortalecerse los lazos de amistad, recuperan sus sanas costumbres, su fe y su espiritualidad son acompañadas de la presencia solidaria y fraterna de los misioneros claretianos. Se expresa esto en la imagen de un Jesús liberador que camina con la gente anunciando la vida y celebrando la paz con justicia social. Los niños alegres caminan al encuentro con la vida en plenitud y armonía.

En la noche oscura las mujeres cuidaron y defendieron a su familia con valentía y coraje, al no doblegarse ante los horrores de la guerra, afrontando cada situación difícil con su infinito amor y ternura. En uno de los muros se pintó esta figura materna que nos recuerda uno de tantos momentos vividos.

El colibrí

En muchas de nuestros pueblos indígenas el colibrí es el mensajero de quienes murieron y cuando revolotean en nuestra casa o el jardín nos traen sus saludos y nos anuncian que se encuentran bien. En esta región del llano dicen que el colibrí anuncia las visitas. Una flor en el centro concentra nuestros pensamientos y miradas y nos conecta con lo más profundo de nuestro ser y nuestra esencia.

 

La capilla

Un pequeño rincón para el encuentro espiritual y la meditación es el eje central de toda la composición. Un bello mosaico que fue elaborado mediante retales de cerámica y tableta que la gente fue recogiendo poco a poco y que luego en una paciente labor fuimos juntando hasta formar un hermoso y significativo mandala donde cuatro colibríes anuncian la presencia de quienes murieron.

Esta obra de arte es parte de la cartografía de la memoria que se ha construido en El Castillo; es uno de los lugares de peregrinaje de las rutas espirituales de la memoria que se han venido estableciendo durante las dos últimas décadas y que se constituyen en una invitación para que aquellas personas sensibles y en búsqueda puedan venir a encontrarse con la historia.

Los agradecimientos especiales a quienes de diversas formas se vincularon a esta bonita iniciativa y aportaron sus ideas, sus esfuerzos y su trabajo para que tengamos un lugar para el recuerdo y la memoria de nuestros seres queridos y sea un signo que selle el compromiso perenne en defensa de la vida, la paz y la reconciliación.

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