Papistas

Ya nadie lo oculta. Lo que no significa que no escandalice. Apuntan y disparan contra el Papa. Se amparan en la defensa del dogma para presentarse como garantes de la tradición, que no de la esencia. Lo de menos es el capítulo octavo y las notas al pie de Amoris laetitia. Solo importa poner a Francisco en el precipicio. Para empujarle, si hay oportunidad. Y él continúa mirando al horizonte. Sin perder la perspectiva, con esa planificación a futuro que siempre le ha caracterizado como jesuita, arzobispo de Buenos Aires, presidente del Episcopado.

Podría dar la sensación de que camina solo. Que ante quienes se despachan a gusto contra él  nadie responde. Suele pasar. Siempre el ruido de quienes buscan la provocación suena más que el trabajo callado de quienes arriman el hombro a favor. Por eso no es de extrañar la respuesta del cardenal español Fernando Sebastián cuando hace unos días le preguntaban sobre el porqué de las preguntas de los cuatro cardenales. “Eso debería preguntárselo a ellos”. Sin entrar en disquisiciones de si deberían o no renunciar al purpurado o sin valorar si estarían mejor callados. Simplemente se limitó a decir que considerar que Amoris laetitia no es magisterio resulta “casi insultante”. Ni una apreciación más. Tan solo una recomendación: leer al Papa “con ojos limpios”. Y es que la contaminación no se queda en la capa de ozono, cala de forma imperceptible en nuestra mirada hacia el otro, en la sospecha con la que dejamos de creer en su buena voluntad, en la tentación de la desconfianza de aquel que nos guía, en el anhelo de ser más papistas que el Papa.

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