La gran batalla es por la verdad

Para decirlo de una vez, de entrada y sin rodeos, la verdad está muriendo, aquí y allende los mares. Con su muerte se abre el camino a la construcción del nuevo orden mundial.

Ya casi queda prohibida; lo mismo el pensamiento crítico, y el derecho a la objeción. Hasta la ciencia está sucumbiendo ante la ideología. Se confunde pedagogía con propaganda. Se impone el pensamiento light y la literatura liviana, circunstancial y flexible. Pensar, razonar, sacar conclusiones, se ha vuelto peligroso. Cualquier acción, creencia o estilo de vida vale.

Hay quienes sienten miedo al enseñar; no se atreven a pronunciar con fuerza la palabra verdad porque lo que está in es el relativismo moral. La mentira oficial como arma de lucha política, el sainete, la farsa personal y comunitaria, la propaganda oficial engañosa y mal intencionada, son más eficaces que la misma verdad.

El ejercicio de la autoridad internacional y las relaciones entre las naciones se han convertido en una gran mentira, en un juego de intereses comerciales y de dominio de unos sobre otros. Cuba, Venezuela y Arabia Saudita son reelegidos como miembros del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Reelección que, junto con el juego en favor de la ideología de género y del aborto, proyectan una sombra muy densa sobre la objetividad y la credibilidad de ese organismo.

El que se opone al matrimonio homosexual es tildado de homofóbico e intolerante. Quien hace oposición al actual gobierno de Colombia es estrecho de miras, falto de profesionalismo y enemigo de la paz. “Tenerle miedo a la paz”, “es mejor la paz que la guerra”, “el conflicto con las FARC”, “démosle una oportunidad a la paz”, “la guerra ha terminado”, “sí a la firma del acuerdo con las FARC es un sí a la vida”, y otras más, son expresión de una peligrosa magia verbal y una falacia imperdonable.

El sentido prístino y obvio de las palabras se distorsiona según los afanes y los intereses de quienes gobiernan. Es una inadmisible manipulación del lenguaje.

Sin verdad no puede haber Estado de Derecho, ni Democracia, ni justicia, ni institucionalidad, ni libertad religiosa, ni presente ni futuro como nación digna y seria; abunda, en cambio, lo corrupción administrativa y judicial; la compra/venta de conciencias. Dios es expulsado de la vida pública, y la misma Constitución puede violarse en circunstancias excepcionales y por periodos cortos, según la misma Corte encargada de hacerla cumplir.

Cuando una sociedad ante ladrones, violadores y asesinos, en virtud del relativismo moral imperante, produce juicios de responsabilidades según el estrato del criminal y, en consecuencia, admite la existencia de criminales buenos y malos, de víctimas de primera y de segunda clase, esa sociedad ha renegado de la verdad e institucionalizado la mentira como norma de la vida.

Si la nación se acostumbra, se resigna, a vivir de falsedades y engaños, la Iglesia, la de Jesucristo, no puede guardar silencio. Pierde autoridad y credibilidad. Proclamar la verdad y defenderla, la del Evangelio, no es intervenir en política; es fidelidad a la misión que el Señor le encomendó.

P. Carlos Marín
Presbítero

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