Los dos mensajes

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

Son aquellos que dirige el papa Francisco en los días de la vigilia de Navidad y en los comienzos del Año Nuevo. El primero se ofrece a los miembros de la Curia vaticana. El de los parabienes para el año que comienza está dirigido a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. El de la Curia suele tratar de asuntos más o menos relacionados y particulares de la vida eclesial. El segundo, acerca de los problemas e inquietudes que afectan, en una u otra forma, a todos los pueblos. Podríamos decir que uno es más doméstico y el otro universal.

Quiso el Santo Padre compartir con sus más inmediatos colaboradores en la Curia romana los criterios de renovación y reforma de la misma, y que habían de apoyarse en el doble significado de reforma: uno evangélico, con-formare, con el mensaje de Cristo. El otro se refiere a tener en cuenta los signos de los tiempos. Y todo ello para colaborar más estrechamente con el ministerio del sucesor de Pedro. Quiere el Papa una Curia más dinámica, “signo de la vivacidad de la Iglesia en camino, en peregrinación”. Una Iglesia reformada porque está viva.

Que el papa Francisco sigue de cerca la actualidad mundial –“nada humano me es ajeno”– y quiere responder a los sufrimientos de las gentes, no cabe la menor duda. En el discurso de este año a los embajadores acreditados ante la Santa Sede, no solamente ha querido resaltar las heridas más sangrantes de la humanidad en estos momentos, sino que ha lanzado un grito de urgencia acerca de la responsabilidad que corresponde a aquellos que más pueden hacer por la solución de unos conflictos que son de tal magnitud y envergadura que es necesaria una acción conjunta.

El Papa llama y apela a no cejar en el empeño por erradicar el fundamentalismo agresivo y la violencia en todas sus formas, y a no cansarse de dialogar, de ejercer una diplomacia preventiva, de dar los pasos necesarios para eliminar las causas de los conflictos, como pueden ser las ambiciones de poder, la injusticia, la miseria en la que viven tantas gentes, la insolidaridad, el olvido de Dios.

La paz no puede quedar en un utópico buen deseo: urge una paz real, activa, con sólidos cimientos de justicia y de incansable trabajo por construir a diario esa paz que tanto anhelamos.

Publicado en el número 3.020 de Vida Nueva. Ver sumario

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