Pablo VI y la renovación conciliar en España

Cardenal Sebastián: “Sufrimos la contradicción de vivir en un Estado católico que se enfrentaba con el Papa”

portada Pliego Pablo VI y la renovación conciliar en España 3019 enero 2017

VIDA NUEVA | En el marco del simposio homenaje a Pablo VI organizado por la Conferencia Episcopal Española y la Fundación Pablo VI el pasado mes de octubre, el cardenal Fernando Sebastián pronunció una conferencia en la que evocaba la influencia del papa Pablo VI en la realización del Concilio Vaticano II y concretamente su aplicación en España, subrayando el apoyo que Montini siempre prestó a los obispos españoles en esta difícil tarea. En aquella ponencia, que recuperamos ahora en estas páginas, Sebastián recuerda la figura del beato Pablo VI –el Papa del Concilio–, cómo vivió de cerca la renovación conciliar de la Iglesia de España y cómo la asistió paternalmente, con prudencia y sabiduría, en los difíciles años de la transición política.

I. El Papa y el Concilio Vaticano II

II. La aplicación del Concilio en España

(…) Con este mismo espíritu, como consecuencia de su fidelidad pastoral y de su singular estima por la realidad y la historia de nuestra Iglesia y de nuestro país, Pablo VI nos ayudó decididamente a aplicar en España las enseñanzas del Concilio, especialmente en la difícil tarea de iluminar nuestra sociedad con la luz del Evangelio y buscar el lugar adecuado de la Iglesia en una sociedad libre y reconciliada.

La aplicación del Concilio en España fue especialmente difícil y delicada. El Fuero de los Españoles, promulgado en 1945 como ley fundamental, en su artículo VI, establecía la confesionalidad católica del Estado: “La profesión de la religión católica que es la del Estado Español, gozará de la protección oficial”. La profesión pública de cualquier otra religión quedaba prohibida. El Concordato de 1953 recogía y sancionaba esta condición en su artículo I como punto de partida y fundamento de las relaciones entre el Estado español y la Santa Sede.

Estando así las cosas, el Concilio sin pretenderlo resultaba subversivo para el régimen español, pues negaba o desautorizaba una nota esencial del ordenamiento político español. El Decreto sobre la libertad religiosa, impulsado por los obispos del Este en contra de los regímenes comunistas, se convertía irremediablemente en una crítica frontal al régimen de Franco.

Desde el primer momento, esta doctrina del Concilio se convirtió en fuente de argumentos para la oposición. Los grupos antifranquistas veían con simpatía el Concilio, aunque no fueran católicos. De tal manera que, por aquellos años, ante el Gobierno, ser partidario del Concilio Vaticano II te hacía sospechoso de ser antifranquista. Y, por el contrario, ser franquista obligaba a ser remiso y reticente frente a las enseñanzas del Concilio Vaticano II. (…)

Todo ello produjo una confusión y un apasionamiento difíciles de describir. Los curas, a la vez que proponían los criterios conciliares, se desataban contra el Gobierno, y el Gobierno interpretaba el entusiasmo conciliar de sacerdotes y fieles como conductas sediciosas e ilegales.

De este modo, tuvimos que soportar la tensión y la contradicción de ser ciudadanos de un Estado oficialmente católico que, sin embargo, se enfrentaba con el Papa y metía a los sacerdotes en la cárcel. Los gobernantes, aun siendo sinceramente cristianos, no podían entender cómo los dirigentes de una Iglesia que había sido protegida y favorecida durante años, ahora se volvían contra su Gobierno y sus instituciones.

El pontificado de Pablo VI (1963-1978) coincidió con los últimos años del Gobierno de Franco y primeros de la democracia. Eran los años tensos del Concilio y del primer posconcilio. Montini conocía bien la historia reciente de España. (…) En 1963, siendo arzobispo de Milán, Montini pidió indulgencia para varios anarquistas condenados a muerte por la Justicia de España. Franco no concedió el indulto y los reos fueron ejecutados. Este hecho inició el desencuentro entre Franco y el cardenal Montini.

(…) A pesar de las dificultades que presentaba el procedimiento seguido para el nombramiento de los obispos, por causa del privilegio de la presentación, desde 1964 el Papa comenzó una lenta renovación del episcopado español, tratando de promover obispos que pudieran sentir y actuar en conformidad con la letra y el espíritu del Concilio. Su primer nombramiento fue el de monseñor Morcillo para la sede de Madrid. Al poco tiempo, monseñor Tarancón, que había pasado 18 años en la Diócesis de Solsona, fue nombrado arzobispo de Oviedo, desde donde posteriormente pasaría a Madrid.

No siempre los nombramientos que quería hacer la Santa Sede eran posibles. Los nombramientos se dilataban más de lo conveniente. En algún momento llegó a haber hasta nueve diócesis sin obispo. Como los obispos auxiliares no estaban comprendidos en el privilegio de presentación, la Santa Sede nombraba a algunos sacerdotes como auxiliares con la intención de ponerlos al poco tiempo al frente de las diócesis vacantes. Algunos de estos nombramientos provocaron en la prensa gubernamental comentarios críticos contra
el Papa, acusándole de nombrar obispos contrarios al Gobierno. (…)

III. Conclusión

Publicado en el número 3.019 de Vida Nueva. Ver sumario
 


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