Cuando Carrefour significa futuro

Siete años después del terremoto, el padre Fredy sigue apostando por la comunidad como eje del cambio en Haití

padre Fredy sostiene proyectos de desarrollo en Haití Hogar Niños de Esperanza en Carrefour

El padre Fredy con los chicos del Hogar Niños de Esperanza

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | A veces, cuando el suelo se resquebraja y engulle inmisericorde miles de vidas, la luz de una sola persona, convencida de que hay esperanza, es suficiente para que en torno suyo una comunidad entera se levante y eche a andar. Es lo que ha ocurrido en Haití con el padre Fredy Elie, sacerdote paúl. Un mes después del 12 de enero de 2010, cuando un terremoto echó prácticamente abajo el país, este sacerdote local fue destinado a Carrefour, una localidad cercana a la capital, Puerto Príncipe, uno de los puntos más afectados por el seísmo.

Sin perder un segundo en lamentarse por la devastación, con decenas de familias golpeadas, lo primero que hizo, además de crear un comité de limpieza e implicar a 20 madres de familia en una acción coordinada para dotar de dignidad a su entorno, fue erigir una capilla en pleno campamento de refugiados.

La misa dominical en la comunidad del Sagrado Corazón de Caradeux, cuyo templo se componía únicamente por un suelo de lona, palos de madera y un techo de contrachapado, era el centro de la vida para todos. A modo de paréntesis salvífico en medio de una rutina semanal marcada por la vida a ras de suelo, la celebración de la misa estaba preñada de alegría desbordada, al compás de bailes y canciones bajo el son de un amplio repertorio de instrumentos, incluidos tambores, batería, guitarras eléctricas y saxos, siendo los niños los grandes protagonistas de tan especial coro parroquial. Luego, entre semana, más de 200 de los chicos que habitaban entonces el campamento participaban en un proyecto escolar que el padre Fredy bautizó como Niños de esperanza.

Pero el ansia de ayudar de este sacerdote no acababa ahí. En su Moliére natal, una zona de montaña fronteriza con República Dominicana, impulsó un cambio sin precedentes. En una región olvidada por el Estado, donde una escuela o un hospital eran inimaginables, aunó a dos pastores evangélicos, a otros sacerdotes católicos y a varios de los campesinos para, entre todos, crear un Comité para el Desarrollo. Aparte de sus 12 simbólicos miembros, todos los habitantes se reunían periódicamente en asambleas para decidir sus próximos retos.

En pocos meses crearon una escuela, una carretera, un tendido eléctrico… Todo ello sin ningún tipo de ayuda pública, aunque sí con el apoyo de Manos Unidas, de cuyo pequeño molino de maíz, instalado allí, se benefician directamente hasta 3.000 familias de unos 50 pueblos de la región.

Como destaca el sacerdote a Vida Nueva, la clave de su camino es que han podido ir poco a poco, andando sobre cimientos seguros: “Tras el terremoto de 2010, hemos podido cambiar la vida concreta de personas y familias. También hemos demostrado poder hacerlo con una comunidad. Ahora el sueño está en hacerlo con el país. Quiero soñar que, un día, Haití va a cambiar de verdad”.

Artículo completo, publicado en el número 3.019 de Vida Nueva.

 


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