2017: 365 días de oportunidad

Dominar el futuro, mantener el control sobre los días y meses que vendrán, son los sueños que explican la tarea de hacer agendas. “Este año tendré que cumplir estas actividades” es el pensamiento que anima las agendas de comienzo de año.

Si se fuera a hacer la agenda 2017 para Colombia sería inevitable incluir hechos que dominarán la historia de este año que comienza.

La aplicación de los acuerdos de paz, que implican un cambio de corazón y de mente, que tendrá que hacerse antes, durante y después de la aprobación con fast track o sin él de las leyes correspondientes, ese trabajo legislativo tendrá muy poca fuerza si no está acompañado de ese cambio interior, o adopción de un alma nueva. Estrenar alma es un imperativo, si queremos la paz en este 2017.

Es la que necesitarán, por ejemplo, los policías y militares que velarán por la seguridad de los guerrilleros. Dicho elementalmente, tendrán la responsabilidad de proteger a los que hasta ayer eran sus enemigos. Más que un cambio de sus reglamentos de operaciones, el de ellos será un cambio de alma. ¿Los combatieron con odio? ¿O en cumplimiento de su oficio? ¿Era acaso un mandato odiarlos? Lo que fuera: actitud, obediencia, imperativo profesional, eso tendrá que desaparecer. Ahora son compatriotas que han regresado y que deben ser protegidos.

Dicho así parece tan fácil como cambiar de reglamento de trabajo, pero la realidad es más compleja. Visto este cambio con los ojos de las comunidades indígenas que tendrán que recibirlos en las zonas de concentración, la recepción implica otras dificultades. Decían los representantes de comunidades indígenas y de comunidades afrodescendientes que: “no aceptamos esas medidas porque desconocemos el impacto y las afectaciones que tendrán en nuestra identidad y autonomía y en nuestra pervivencia como pueblos”. Según José Tapia, director del Centro de Reconocimiento Afrocolombiano, “somos los que más sangre y muertos hemos puesto. Y ahora, que nos metan al victimario en la propia casa, es tétrico”.

Benkos Biohó, uno de los negociadores de la guerrilla en La Habana, miraba con ojos serenos el asunto: “esas serán zonas de tránsito, donde hemos vivido históricamente con las comunidades. Estas zonas se utilizarán para que los excombatientes puedan hacer el tránsito desde la acción armada a la acción política”.

Todo esto ocurrirá en el 2017, un año en que la agenda supone un cambio de alma como condición para que las acciones de paz puedan salir del papel de los acuerdos y convertirse en parte de nuestra cotidianidad.

De esa cotidianidad hacen parte las imágenes que los medios de comunicación y los intereses políticos han creado en la población sobre la guerrilla. Adrián Restrepo, profesor de la Universidad de Antioquia, al examinar las condiciones en que viviremos la construcción de la paz en 2017 escribía: “la paz del país requiere desmontar las imágenes del enemigo y construir, en su lugar, la imagen del opositor político”.

Ese desmonte y construcción tropiezan con la dificultad de las palabras. El profesor Manuel Morales, de la Universidad de Antioquia, anotaba: “la palabra es peligrosa; más en un país que ha sufrido mucho. Y la mayoría de los medios enjuician con rabia en la discusión de temas como el conflicto armado”.

Son tareas, pues, que impone la aplicación de los acuerdos de paz y que entran en la agenda de 2017.

Iván Márquez pide perdón a las víctimas de La Chinita (Urabá antioqueño)

 

El redescubrimiento del otro

La última encuesta de Bogotá, ¿cómo vamos? constituye una demostración de la urgencia de la tarea que dominará en la agenda de 2017: la aceptación del otro, el diferente que ha llegado a ser sentido como el enemigo.

¿Aceptaría usted a ese otro como vecino? Solo el 36% de las personas de estratos altos aceptaría esa vecindad. A ese 64% que se niega a aceptarlos le haría falta una nueva visión de ese otro. Es un problema parecido al de los mayores de 55 años que no solo los rechazan como vecinos, también como compañeros de trabajo. Es revelador, en cambio, el dato de la disposición de los jóvenes a aceptarlos como vecinos y como compañeros de trabajo.

La mayoría de los encuestados ve en ellos una amenaza para su seguridad (el 56%) y para la economía (el 56%). Como dato nuevo y sorprendente, solo el 37% de los estratos bajos acepta al exguerrillero como vecino. Son cifras que dejan la certeza de que descubrir a ese otro que es el desmovilizado es una tarea urgente para 2017.

Más compleja es esa tarea si se abre la página de los grupos armados ilegales que contaminan de violencia la vida de los colombianos durante el postconflicto. La fiscalía ha identificado 1.883 bandas de crimen organizado por el estilo de La Oficina, de Medellín; “Los Rastrojos”, en el Valle; ”La Empresa”, en Buenaventura; “La Cordillera”, en el eje cafetero; “Los Pachenca”, en el Magdalena; y “La Constru”, en Putumayo.

Según los datos de la policía, hay un ejército de 3.580 bandidos que influyen en el 70% del país, dispuestos a imponer por la fuerza sus intereses, aparte de las posibilidades de violencia del ELN.

Redescubrir esos otros para defenderse o para acogerlos hace parte de la agenda de 2017.

La post verdad

El Diccionario de Oxford da por supuesto que en 2016 se crearon las condiciones para que en 2017 comience el período de la post verdad. La palabra postguerra significa que la guerra quedó atrás; el postconflicto es el período posterior al conflicto; con la misma lógica verbal, ¿se está queriendo decir que la verdad quedó atrás y que la humanidad confía más en la mentira?

Esto parece haberse puesto en evidencia durante la campaña presidencial de Trump. El profesor Dan Kennedy, desde su clase de periodismo en la Universidad de Northeastern, sentenció: “Trump propaga deliberadamente la mentira. Nunca habíamos visto algo parecido antes en un candidato presidencial”.

El proceso fue el siguiente: la prensa llegó a la campaña Trump más por curiosidad que por un genuino interés. Se trataba de una campaña exótica de un personaje excéntrico: conocido por su empresa de Miss Universo, podía ser mirado como especialista en reinas de belleza; complementaba esa actividad como conductor de un programa de televisión y con una empresa inmobiliaria, constructora de hoteles, edificios de oficinas. Pero ninguna actividad política. Y su campaña parecía ser la cuarta actividad en la que utilizaba las armas de las otras tres, sobre todo la publicidad, ese arte de engañar con medias verdades seductoramente dichas para generar una irresistible voluntad de compra.

Esto es lo que la prensa encontró, de modo que muy pronto los reporteros encontraron el material que buscaban: afirmaciones escandalosas con las que se podía llamar la atención. Oírlo decir que los mejicanos, ladrones y violadores, ponían en peligro a la población; que las hordas de migrantes latinos les robaban el empleo y las oportunidades a los blancos de clase media; que el terrorismo llegaba bajo los turbantes y las barbas de los musulmanes; que obligaría a los mejicanos a pagar la construcción de un muro a lo largo de su frontera con Estados Unidos, eran anuncios y acusaciones de los que se podían publicar titulares de alto impacto con un potencial de ventas efectivo y seguro. Y como esta clase de desafiantes afirmaciones se repetía día tras día, la campaña Trump llegó a ser el paraíso de los periodistas sedientos de información sensacional. Cuando la prensa de Estados Unidos quiso reaccionar ya era tarde. Ellos habían creado el monstruo que ahora los dominaba. Hasta los menos reflexivos entendieron que su material de más impacto eran las mentiras de Trump. Tal fue el comienzo.

Una consultora de Estados Unidos citada por El Espectador certificó que “Trump consiguió gratis una cobertura que le habría costado 2.400 millones de dólares y por la que solo había pagado 10 millones en anuncios” (19-10-16 pág. 12). Hasta el más torpe debió entender que las medias verdades se habían convertido en un buen negocio.

No valió que USA Today, The New York Times, The Washington Post, The Atlantic, The Wall Street Journal y otros poderosos periódicos locales lo afirmaran en todos los tonos: “Trump no puede convertirse en el próximo presidente de Estados Unidos”. El daño ya estaba hecho. Pudo más el escándalo que los hechos; los grandes titulares, los extras, la desafiante y arrogante figura del candidato republicano ya se habían apoderado de la mente y la voluntad de los electores. La mentira había demostrado un poder superior a la verdad.

El efecto Trump en la prensa norteamericana

Agréguenle ustedes a ese hecho el poder silencioso de internet y de las redes sociales que hacen creer lo que sea. Si en la campaña Trump las mentiras del candidato se adueñaron de la conciencia y de los titulares de los periódicos y de la televisión, en Internet encontraron millones de cibernautas que se tragaron, sin digerirlas, informaciones como estas: “Barack Obama: un musulmán nacido en el extranjero”, “George W. Bush se robó las elecciones de 2004”, “Los ataques del 11 de septiembre fueron una conspiración del Gobierno”, “El hombre en la luna fue un montaje de cine”.

Una población que creía en lo que leía en las pantallas de sus portátiles ya estaba preparando la era de la post-verdad, que es la que convoca, como un desafío, al mundo que ha comenzado a vivir en 2017.

“En la actualidad todo conspira contra la verdad”, escribió en The New YorkTimes Farhad Manjoo. “Las mentiras han sido institucionalizadas. Hay sitios enteros cuya única misión es publicar en línea noticias escandalosas y totalmente falsas”, agrega Farhad.

La tecnología digital ha creado unas audiencias crédulas y devotas del milagro electrónico. Si les dijo algo Google no hay por qué dudar, aunque no haya prueba ni fuente alguna. Detrás del párrafo de Google parpadean el poder de la tecnología y se presiente la fe de millones de cibernautas; si ellos creen, ¿por qué no he de hacerlo yo?

Después de publicar una columna que tituló: ¿Qué fue falso en internet esta semana?, la reportera Caitlin Dewey del Washington Post pudo afirmar: “La desinformación que circula en línea ahora está siendo reforzada por campañas políticas o por grupos amorfos de tuiteros que trabajan en torno a las campañas”.

Esto que sucede en los Estados Unidos ocurre en todo el mundo y, obviamente, en Colombia. No solo fue la sensibilidad partidista la que explicó el pasmo y el entusiasmo con que una entrevista sin pretensiones se convirtió en documento revelador, cuando el jefe de comunicaciones de la campaña del NO reveló una verdad que muchos presentían: que, en vez de dedicarse a estudiar y difundir los contenidos insatisfactorios de los acuerdos de La Habana, la campaña se había dedicado a difundir rabia e insatisfacción con mecanismos malintencionados de verdades a medias. Que se impondrá una economía como la de Cuba; que los dineros de los pensionados se reducirán para pagarles sus mesadas a los guerrilleros reintegrados; que la Constitución ha sido puesta al servicio de las FARC; con estas y otras semi-mentiras crearon una opinión en estado de indignación y de protesta, que fue el ambiente de la votación del 2 de octubre.

Otra vez se demostró la rentabilidad electoral de la mentira y la existencia de la era post verdad. Aparece, en consecuencia, el otro reto para 2017.

Como reto, está imponiendo acciones que son las que sin duda entrarán en las agendas de colegios, universidades y hogares en 2017. Una de ellas es la capacitación para recibir con conciencia crítica los contenidos de los medios de comunicación. En lenguaje más directo, se trata de aprender a no tragar entero. Afirma Carlos Patarroyo desde su cátedra de la Universidad del Rosario que “la información falsa solo es problema si es creída”. Cuantifica ese problema Pew Research Center cuando comprueba que el 62% de los estadounidenses mayores de edad se informan a través de las redes sociales. Ese público y otros como él necesitarían defensas contra la pasividad con que se asiente a unas noticias que son ligeras, instantáneas, sin comprobación e inspiradas por un criterio comercial de ser dadas al instante y sin cuidado profesional.

De esa información que apenas si es descriptiva, más errónea e incompleta que mentirosa, se está pasando a la exigencia de una información completa, que es la respuesta que se viene dando al desafío de la post-verdad.

Es una operación que está en marcha como lo comprobaron después de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. La reacción de 41.000 lectores fue la de tomar suscripciones, pasadas las elecciones, al New York Times, como una defensa y un rechazo contra el imperio de la post-verdad que se había manifestado en la campaña. En esos días el presidente Obama, citado por El Tiempo, dio una clave para las acciones contra la post verdad: “si no podemos discernir entre los argumentos y la propaganda, entonces tenemos problemas” (04-12-16, p. 16).

Esos problemas ocuparán la agenda de 2017 y el poder de la propaganda tendrá que mirarse como un objetivo para los que quieran un mundo distinto, no contaminado por la mentira y la desconfianza.

La oportunidad

“Después de un duro 2016, 2017 puede llegar a ser el año de la oportunidad”

Después de un 2016 duro, el 2017 puede ser una oportunidad para consolidar un clima de paz en Colombia, en el que se crea menos en las fórmulas políticas y legales y más en la fuerza capaz de transformar a las personas. La maldición de una cultura gobernada por la fuerza y la violencia solo la conjuran cuantos creen que la paz es, ante todo, el resultado de una creación personal de gobierno interior.

Aparecen, entonces, las indispensables decisiones interiores de perdonar y de crear un clima de reconciliación, que pondrán a prueba los repetidos intentos de los violentos de retomar su poder.

Esa actitud llega tomada de la mano con la pasión por la verdad. Lo vivido en el país y en el mundo demuestra que los hijos de la mentira, la desconfianza y la incapacidad para convivir, hacen imposible una vida en sociedad; por tanto, si queremos vivir una vida humana y digna, debe perder su poder la mentira. Prácticas como la educación de las audiencias y la de recuperación de la transparencia responderán eficazmente a las amenazas de un mundo falso.

La política, las relaciones de trabajo, la vida familiar, cambiarán con ese regreso de la verdad que, a la vez, hará más viables los esfuerzos para hacer un país distinto del que hemos vivido durante más de medio siglo.

La agenda de 2017 aparece así conectada con el futuro, por eso este año aparece como la gran oportunidad.

Javier Darío Restrepo

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