Las enfermedades del Papa

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

No se me asusten ustedes. El Santo Padre, gracias a Dios, goza de una excelente salud. De lo que queremos hablar es de la admirable pedagogía del papa Francisco para hacer comprender los misterios de Dios con el lenguaje de los hombres. Así, por ejemplo, el Pontífice habla de la esclerosis humana y espiritual, de la osteoporosis del alma, de la esquizofrenia que rompe la unidad entre la fe y la vida, de la soledad, que es enfermedad más grave que la lepra y la tuberculosis, y de esa urticaria que roba la paz.

Igual que el cuerpo se endurece y atrofia y se debilitan tejidos y órganos, también hay una esclerosis espiritual. Cuando se olvida a Dios y a los más débiles de entre sus hijos. La indiferencia se adueña de los sentimientos y de la caridad fraterna y el corazón ya no vibra ante las heridas abiertas en los pobres. La esclerosis de la conciencia, del alma, lleva hasta la pérdida de la misma fe.

Dice el Papa que la vanidad es la osteoporosis del alma. Los huesos se van rompiendo y hay que suplir la fragilidad con prótesis y apoyos. La flaqueza que provoca el pecado en la conciencia quiere suplirse con vanidad y apariencia. Se enmascara la propia vida. Los huesos, dice el Papa, desde afuera parecen buenos, pero dentro están todos corroídos. La vanidad nos lleva al engaño.

Más que doble personalidad, la esquizofrenia es el decir una cosa y hacer otra, la incoherencia entre el pensamiento y la conducta, entre la fe teórica y un comportamiento en desacuerdo con la Palabra de Dios. Es la hipocresía de las dos caras, de predicar y no hacer, de alabar con los labios y odiar con el corazón.

Existe la picazón de la mala conciencia, la del orgullo, de los rencores y deseos de venganza, la de no reconocer el pecado ni saber de deseo alguno de reconciliación.

A todas estas “enfermedades” espirituales, el Papa les añade los síntomas, el diagnóstico y los remedios. Los indicios de la dolencia están en conductas muy lejos de lo que es el Evangelio de la misericordia. Por eso, la mejor de todas las terapias es el encuentro con Jesucristo y la fidelidad a su comportamiento y a su palabra.

Publicado en el número 3.017 de Vida Nueva. Ver sumario

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