Un laicado que renueva la pastoral

En el centro, Iris Correa en compañía de una familia del sector.

El trabajo de la Fundación Transformar en Piedecuesta (Santander)

Hay encuentros que cambian la vida. Álvaro González tenía 15 años cuando conoció al padre Hernando Pinilla. Corría 1974. Familias de escasos recursos, favorecidas por el Instituto de Crédito Territorial, habían llegado al sector de Lagos II, situado en Floridablanca, Santander, con el fin de acceder a bajo costo a viviendas en obra gris. Pinilla llegó ese año al lugar, con la idea de fundar una parroquia, hacer iglesia y confundirse entre la gente. Lo estimulaba el deseo de una pastoral renovada según las exigencias del Concilio y de la asamblea de Medellín; lo inspiraban las convicciones del movimiento de Sacerdotes del Prado, al cual ya entonces pertenecía, junto a Federico Carrasquilla y otras personas.

Una tarde, a eso de las 4 pm, Hernando y Álvaro coincidieron antes de una misa en la escuela del sector. Recostado sobre una columna e impaciente, obligado por su mamá a ir a la actividad, Álvaro le dijo a Hernando: “Nada que llega el cura”. Hernando iba sin alzacuellos. Era su primera eucaristía en Lagos II. “Es que el cura soy yo”, le dijo al joven, y le pidió que lo ayudara con la liturgia esa tarde. Sin saberlo entonces, Álvaro seguiría haciéndolo por muchos años.

“Yo me salvé porque encontré al padre Hernando”, dice hoy. Recuerda que esos años estuvo expuesto a perderse en la droga, como otros jóvenes de su generación, a quienes luego se ha encontrado en la calle. Su mamá trabajaba incansablemente y, si bien, en su casa nunca le faltó nada, Álvaro ayudaba en los gastos preparando y vendiendo “las mejores gelatinas de pata del mundo”. Participar en la comunidad juvenil creada en aquella época por el cura lo abrió a horizontes insospechados. Ingresó a la Universidad Santo Tomás y estudió economía.

Con el tiempo Álvaro y Hernando se volvieron inseparables. El sacerdote nunca quiso ser un “clérigo-funcionario”. Como uno más del sector, participó de la construcción del barrio. Y cuando con la comunidad construyó la parroquia, se abstuvo de vivir en la casa cural, para no alejarse de la gente. Esto molestó al obispo. Por aquellos años, según recuerda Pinilla, “los obispos y arzobispos cayeron en pánico: veían curas marxistas y revolucionarios por todas partes”. En reacción a su opción por el pobre, sufrió persecución y en 1986 prefirió trasladarse a Cali, donde, según afirma, recibió el apoyo de Pedro Rubiano.

Lo sembrado entre los jóvenes de Lagos II no tardó en revelar sus brotes. Hacia finales de la década de 1980, Álvaro González y César Augusto Roa, ya adultos y profesionales, afirmaron la necesidad de ser consecuentes con lo aprendido junto a Hernando. Fue así como nació la Fundación Transformar. En expresión de Nayibe Pedraza Céspedes, la iniciativa capitalizó la formación humana, pedagógica, teológica, económica y empresarial de ambos, para convertirla en una práctica de educación popular que busca que las personas se hagan sujetos de su propio desarrollo.

Nuevos horizontes

En los márgenes de Bucaramanga está Piedecuesta. Me dirijo a la sede actual de la fundación, en compañía de Iris Correa. Vinculada al trabajo de la entidad desde sus inicios, entre otras responsabilidades, Iris está encargada de la animación de un grupo de mujeres, que reciben ayuda a través de promoción humana en unidades productivas, capacitación y acompañamiento espiritual. Nos internamos en zona rural. Caminos destapados, riachuelos, casas campesinas.

Guatiguará es hoy un asentamiento que ha ido tomando la forma de barrio popular, debido a la ocupación de terrenos de una antigua finca. Sin garantías para acceso a vivienda, los ocupantes son en su mayoría campesinos desplazados, que hoy viven en medio de la zozobra, amenazados con que van a ser desalojados. Al servicio de sus familias están orientados los programas de la fundación: refuerzo escolar y talleres artísticos para niños y jóvenes; atención sicosocial; cineforos; escuela de líderes; acompañamiento a enfermos de alcoholismo; unidades productivas, en favor del emprendimiento femenino; y en el centro: un proceso de iniciación cristiana que involucra preparación para la primera comunión y grupos juveniles que vuelcan su identidad en acciones solidarias.

Es domingo 13 de noviembre. A media tarde, Álvaro está reunido con niños y jóvenes del sector, con quienes conforma una comunidad eclesial. Algunos vienen de zonas aledañas como Las Margaritas, Nueva Colombia y La Travesía. La actividad del día está orientada a avanzar en la preparación de la novena juvenil que ofrecerán este año. Recogen lo que fue la participación de algunos de ellos en convivencias, retiros espirituales y capacitaciones a lo largo de 2016. Proyectan que un grupo inicie visitas a ancianos del lugar que viven abandonados.

Como ocurrió en Lagos II en tiempos del padre Pinilla, esta comunidad le está ofreciendo apertura de horizontes a niños y jóvenes que crecen expuestos a peligros como el pandillismo o la droga. Quiere hacer de ellos protagonistas de su vida y de una forma de cristianismo enriquecida por el liderazgo laical. La presencia del padre Hernando, quien los visita con regularidad, se advierte en las convicciones de quienes trabajan en la fundación y han hecho de ella el centro alrededor del cual gira su vida. Es el caso de Nelly Caballero, vinculada hace diez años a Transformar, y parte también de aquella comunidad juvenil de Lagos II que décadas atrás marcó tanto a un puñado de adolescentes. Es lo que busca la fundación para los niños y jóvenes a quienes acompaña. Aplicar una forma renovada de pastoral, desde la convicción de que hay encuentros que cambian la vida.

Miguel Estupiñán

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