El compromiso total de la Iglesia con la paz

 

Cuando el país se dividía por la paz, la Iglesia le apostó a la paz, nunca al Sí ni al No. Así preservó la autoridad moral con que siempre ha intervenido en el proceso de paz.

Con lógica samaritana, sabe que primero son los heridos y que su deber es curarlos.

Entrevista con monseñor Luis Augusto Castro, quien sabe de qué habla cuando dice que el compromiso de la Iglesia ha sido total

Al verlo en el sillón que tiene delante de su escritorio y en el que atiende a sus visitantes se me confirma esa imagen que deja la lectura de sus libros. Monseñor Luis Augusto Castro tiene la apariencia de un amable abuelo que sabe contar historias. Y la vida de este hombre, presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana, está llena de historias, como la ocurrida en la carretera entre Florencia y San Vicente del Caguán. Era obispo de esa región y viajaba por allí cuando le cerró el paso un retén guerrillero que ya tenía consigo a varias personas como secuestradas. Al verlo, los guerrilleros le dijeron con una aparente liberalidad: “a usted no nos lo llevamos, Monseñor”.

Con su sonrisa habitual, los desconcertó al decirles: “Más bien entréguenme a los que tienen secuestrados”. Lo dejaron seguir pero a los dos días los liberaron con la orden de presentarse en la casa del obispo. Y fue otra gestión de liberación la que lo llevó a través de numerosos recorridos en lancha en busca de los contactos necesarios para lograr la desmilitarización de 13.161 kilómetros cuadrados durante 30 días para que la guerrilla liberara 70 militares que tenía secuestrados. Pensaba en esas y otras historias parecidas que contradicen el tema de mi primera pregunta. A pesar de todo, se la dije. Hay una coincidencia en columnas y editoriales que señala a la Iglesia como fría, calculadora y distante en este conflicto. Alguien lo dijo: la Iglesia, ni chicha ni limoná. ¿Es una Iglesia neutral?

No, neutralidad no”, me respondió. “Nosotros estuvimos discutiendo en la Asamblea qué le íbamos a decir a los colombianos, qué le íbamos a pedir a los católicos, especialmente. Llegamos de una forma reflexiva, seria, a insistir en el valor de la conciencia: en que cada uno examine la situación y discierna lo que le parece mejor y vote en conciencia. Eso nos pareció más maduro que tratarlos como chiquitos a los que hay que decirles hagan esto o hagan lo otro. Después de todo lo que pasó nos damos cuenta de que era la mejor opción, de todas formas. Pero pudo ser interpretada como neutralidad, porque no tomamos partido por uno o por otro, como los cristianos no católicos que le dijeron a las comunidades: hay que votar de esta manera. Eso lo interpretó el Gobierno como una acción política. Lo nuestro no fue interpretado así. Y, hablando con el mismo presidente Santos, él me decía: “se politizaron los cristianos”. Lo que jamás han dicho de nosotros. Hemos estado muy atentos en esas cosas. Pero la verdad no era ponernos al margen o ser neutrales, sino tener la forma más respetuosa de invitarlos a participar en la votación sin decirles: voten esto o voten lo otro. Porque, si no, qué votación es; ya uno los lleva para un lado o para el otro. De manera que no hay neutralidad. Tal vez hubieran querido algunos que nosotros hubiéramos insistido por el Sí. A los que estábamos por el Sí hasta nos hubiera gustado, pero no hubiera sido justo. Más correcto fue esto: haberlos invitado a votar. La gran mayoría de la población no votó: no tiene conciencia de su deber ante una cosa tan importante. Entonces, un llamado a tomar conciencia era más urgente que otra cosa”.

Un punto de referencia

Cuando el programa de Naciones Unidas para el Desarrollo proclamó a monseñor Castro Premio Nacional de paz en noviembre de 2010, ratificó lo que era un consenso en el Caquetá y Putumayo: nadie había trabajado tan intensamente por la paz en su región. No se detenía ante nada, para liberar a los 70 militares secuestrados lo mismo acudió ante la Secretaría de Estado del Vaticano o ante la del gobierno de Estados Unidos; ante el presidente Hugo Chávez o ante su canciller, Maduro. Lo oyó el expresidente Alfonso López Michelsen, lo mismo que la senadora Piedad Córdoba. Todas esas puertas llegó a tocar, para apresurar la libertad de los secuestrados. Después de la liberación de los militares en Cartagena del Chairá, lo seguí encontrando como alma de múltiples gestiones de paz. Presidente de la Comisión Nacional de Paz, ofreció un estremecedor testimonio cuando, después del asesinato de dos sacerdotes en Teorama por el ELN, el 14 de agosto de 2005, anunció la voluntad de la Conferencia Episcopal de seguir en sus tareas de facilitación de las conversaciones con ese grupo guerrillero. Los familiares de los secuestrados tuvieron en él consuelo y apoyo. Pero esto no lo es todo para este hombre con tan profundo sentido de misión en su vida.

Mientras Pilar Torres y yo esperábamos la entrevista con él, habíamos tenido la oportunidad de registrar la llegada de negociadores de las proyectadas conversaciones de paz con el ELN –discreción absoluta, como un muro de silencio ante los intentos de periodistas curiosos– y en el auditorio principal: un numeroso grupo de sacerdotes y laicos dedicados a la preparación de su acción pastoral en los sitios de concentración de la guerrilla. A parte de todo le pregunto por el papel cumplido por la Iglesia en el proceso de paz.

“Es de total compromiso. Esa totalidad es la suma de muchas partes, de muchos elementos. Yo diría que un primer compromiso ha sido con las víctimas. Nosotros nos comprometimos a preparar a las víctimas. Después, el Estado nos pidió que ayudáramos a formar los grupos de víctimas que iban a ir a La Habana. Entonces, con criterios totalmente ajenos a la política, buscábamos campesinos, indígenas, personas víctimas de las FARC, víctimas del Estado, exiliados… es decir, buscamos que estuvieran representadas todas las clases de víctimas que hay. Y luego las acompañamos a los diálogos. Yo tuve la dicha de ser el moderador entre las víctimas y la mesa de negociaciones. Después me seguí encontrando con ellas, en un seguimiento de este proceso. Por un lado, entonces, están las víctimas. Por otro lado, está algo que era importante; tratamos de hacerlo, pero no nos tocaba a nosotros. Falló. Era la pedagogía del proceso: explicarlo a la gente sencilla. Una cosa es que salga Humberto de la Calle hablando, habla como habla un abogado: lo entienden perfectamente los abogados, pero el resto de la gente no lo entiende. En este proceso nos dimos a la tarea de crear manuales, subsidios, para explicar de la manera más sencilla posible todo este asunto. Pero esa era la tarea fundamental del Estado, que tenía que hacerla. Y le insistimos al presidente Santos, a la Mesa, al Comisionado, a su equipo… porque es interesante: el Comisionado –que, entre otras cosas, está por aquí– venía a cada rato a hablar con nosotros, como para chequear cómo van las cosas. Ese era un apoyo importante también.

Luego, en todo este proceso muchas veces estuvimos con el presidente; pero no porque nosotros lo pidiéramos: porque él lo pedía, que es diferente. Él pedía hablar con nosotros y nosotros íbamos, hablábamos. Iba el cardenal, el obispo castrense, iba yo; algún otro. Dialogábamos de todo esto. “Debe ser que se siente muy solo”, pensábamos. Pero lo hacíamos con mucho gusto. Y, claro está, toda la pastoral nuestra ha sido una pastoral en la que continuamente estamos evocando la necesidad de la paz y la necesidad del perdón y de la reconciliación, como base fundamental para construir la paz. Esos han sido los temas nuestros, continuamente. De manera que hemos estado ocupados en esta tarea.

Ayer, no más, me llamó el Ministro del Interior: ‘Monseñor, quiero saber su opinión: ¿cómo van las cosas?’. No era nada. Pero hay un punto de referencia, que es discreto: no hacemos mucho alboroto. Por eso podemos pasar como si estuviéramos muy al margen. Estamos bien adentro pero no para hacernos publicidad, sino para trabajar efectivamente por la paz”.

Una guerra cultural

Sesión de trabajo de la Mesa de La Habana

Hubo un tiempo, particularmente en el Putumayo, en el que un grupo de párrocos tenían que estar bajo el condicionamiento a que los había sometido la guerrilla. La guerrilla dictaminaba cuándo se podía celebrar la misa, en qué grupos…

Había un manual…

…Estaban escuchando muy bien qué era lo que decían y demás. ¿Eso ha cambiado?

Sí. En este momento sí, porque ya la guerrilla desistió de todas esas cosas, evidentemente. Cuando yo fui obispo en el Caquetá, vivía intensamente todo esto. Les decía a los sacerdotes: ‘recuerden que esta guerra no es solo una guerra política, una guerra social; es también una guerra cultural. Ellos quieren meter una cultura —que en el fondo era la cultura marxista— dentro de la mentalidad de la gente. Entonces tengan cuidado con eso’. Un guerrillero descarado al máximo le había dicho a un sacerdote: ‘usted celebra y yo predico’.

¡Cómo! ¿Sucedió eso?

Sí, eso sucedió. ¿Eso qué significa? Una guerra cultural.

¿Y cómo eran esos sermones o esas homilías?

Nosotros no aceptamos. Al máximo, cuando tomó posesión el obispo de San Vicente, Mons. Múnera, se hizo presente a la ceremonia, con un descaro, este guerrillero (Jairo, que después mataron, no recuerdo dónde), con un fusil y todo; participó en toda la misa y al final quiso decir unas palabritas de acogida, de felicitación (nada especial). Pero nos tocó aceptarlo, porque no había motivo, tampoco, para cerrarle la puerta. De todas maneras, sabíamos muy bien que también era una guerra cultural.

En una ocasión —no sé si me alargo— fui a un pueblo que se llama Las Delicias, a celebrarle la eucaristía; y, después, me dijeron: ‘queremos tener una reunión secreta con usted’. Entonces, después de la misa, fuimos a la reunión secreta y eran trescientas personas. A mí me daba risa: una reunión secreta de trescientas personas. Pero después me explicaron: ‘mire, es que nosotros queremos que usted nos ayude con un internado, porque, primero, por aquí han aumentado muchos los tigres, usualmente no hacen nada contra los seres humanos pero un niño que se las quiera dar de Tarzán… segundo, cuando pasan las quebradas en invierno, y uno se resbala, está perdido, de ahí no sale, la fuerza del agua se lo lleva; y, tercero, hay mucha gente extraña por acá últimamente’. Entonces entendí lo del secreto: querían que no hubiera nadie del Ejército, porque habían puesto una base militar allí.

Yo me puse a ver lo del internado. En el Ministerio no querían saber nada de internados ni nada de eso. Pero la guerrilla dijo: ‘nosotros les hacemos el internado con una condición: que los papás los traigan en enero y los recojan en diciembre’. Es decir, tenerlos totalmente a disposición de ellos: como quién dice: ‘el papá de ustedes es la ideología nuestra, la guerrilla’. Y uno por su papá se deja matar. Vea la lucha cultural tan tremenda. Eso no se logró, no se hizo; pero uno se daba cuenta por dónde iban las cosas.

¿Y cree usted que ellos lograron esa inculturación?

No. En la formar radical, como ellos hubieran querido, no. Creo que combinando. El esfuerzo por esta lucha cultural lo anulaban con la violencia a que sometían a la gente. Una contradicción. No hubo el influjo que, se supondría, hubieran tenido. Más influjo lo tienen en las universidades, pero no entre la gente común y corriente.

La estratagema

Desde el muro de la habitación nos mira la imagen del papa Francisco, que me hace pensar en su pintoresca expresión de obispos y sacerdotes con olor de oveja. Pero oveja no significa sumisión ni pasividad. ¿Podría aparecer pasivo un hombre que desde su región protestó contra el centralismo presidencial? Recuerdo el episodio. Mientras la prensa nacional desplegaba dócilmente sus titulares sobre los diálogos regionales de paz, este obispo del Caquetá, recordado por la prensa con aquella imagen de un hombre de botas pantaneras embarradas, en san Vicente del Caguán, levantaba su voz sin alterar su dulzura habitual, para quien quisiera oírlo: “Colombia es un país de regiones y la paz no se hace unívocamente, sino desde una perspectiva regional”. La suya fue una voz libre y, por tanto, con una lúcida visión, que se volvió a escuchar cuando el Gobierno decidió la extradición de los jefes paramilitares: “no me gustó que se llevaran para el exterior a los jefes paramilitares cuando estaba aflorando la verdad”.

Ese olor de oveja es el de la sencillez y de la vida en paz. La vida en paz de los obispos colombianos, hoy como ayer, se vio alterada por la acción de los políticos que convirtieron la identidad de género en una bandera que les garantizó votos en favor del No y llegó a ser el argumento central de ese movimiento político. La estratagema acabó vinculando a la Iglesia en marchas contra una cartilla inexistente y, finalmente, fue el argumento para decirles no a los acuerdos de paz. Un documento de los obispos llegó a mencionar la identidad de género como una parte rechazable de los acuerdos. Monseñor Castro afirmó, serenamente, que los acuerdos nada tenían que ver con la identidad de género.

¿Qué pasó ahí, Monseñor?

Monseñor Luis Augusto Castro, presidente de la Conferencia Episcopal y arzobispo de Tunja

Una cosa es la ideología de género; esa no está en los acuerdos. Otra cosa era el enfoque de género, que era la manera de mirar a la mujer. Lo que se quiso decir —pero hay otro elemento que ahora te lo digo— es que en esta guerra si alguien ha sufrido tremendamente ha sido la mujer; y necesita un tratamiento especial, preferencial. Eso me pareció bien. Pero después las Naciones Unidas (y es por ahí la cosa) quisieron forzar este tipo de interpretaciones de ideología de género.

Ahora, ¿por qué rechacé yo la ideología de género, a pesar de que muchos católicos decían: eso es ideología de género? Porque, como la expresión no estaba, entonces decían: ‘mire, las comunidades LGBTI’. Decir comunidades significa decir personas. Ahora, si yo uniformo a una persona en ideología de género hago de esta persona el blanco de cualquier fanático, para que le dispare; de cualquier borracho: ‘uy, mire, la ideología de género…’. Es absurdo. Tanto más que hay una gran cantidad de homosexuales que están contra la ideología de género y han escrito libros contra ella. No se puede decir que una cosa sea igual a la otra. Y yo pensaba: yo tengo que pertenecer también a la Iglesia, no puedo ponerla en ese plan de que estamos ayudando a… usando la palabra del Procurador: ‘encriptando…’, ‘es que está encriptada la ideología de género’ en estas personas, que muchas veces tienen sus problemas, sus sentimientos; pero de ideología de género no tienen ni idea. Entonces, era justo que las dos cosas quedaran separadas. Reconocer los derechos de estas personas, como Iglesia le ponemos muchos interrogantes, claro; pero eso es una cosa. Otra cosa es una ideología, que es macabra, que es terrible, como es la ideología de género, y que metida en las personas puede llevar a que se abuse de las personas, se haga víctimas…

Ocurrió lo que ocurrió. ¿Qué quedó de esto? ¿Qué enseñanza o qué aprendizaje le quedó a la Iglesia, después de este episodio en que, prácticamente, la utilizaron, particularmente los del No? Porque se puede decir en este momento que gran parte de la votación del No la pusieron los cristianos que estaban defendiendo la integridad de la familia, etcétera, etcétera. ¿Desde la Iglesia Católica fue una experiencia que dejó algo?

A ver… varias experiencias. Por una parte, nos pareció bien no habernos metido en todo ese asunto de promover el Sí o el No, porque nos liberamos de haber tomado actitudes políticas, de ser como un partido político. Escuché un programa antier sobre los impuestos, sobre la nueva reforma. Era como una discusión entre dos expertos. Y el uno decía: ‘a los cristianos hay que poderles impuestos como a cualquier otra sociedad, porque se transformaron en partido político’. Grave hubiera sido que nos dijeran eso a nosotros: que nos transformamos en partido político. Pero las actitudes de ellos llevaron a esta conclusión, que tal vez no está en su interés o conciencia, pero dieron esa imagen; y me lo decía el mismo presidente: “se politizaron”. Eso, por una parte.

Por otra parte, yo creo que hicieron una cosa buena haciendo notar que había cosas débiles en relación con la familia: la familia aparecía muy poco. En cambio, aparecía muchísimas veces todo esto del LGBTI, porque, como le decía, allá fueron las Naciones Unidas y los obligaron a meter todas estas cosas. Y la guerrilla me lo decía: ‘nosotros no tenemos nada que ver con todo eso. Vinieron acá y dijeron: hay que poner eso. Como eso no tiene nada que ver con la paz o con los acuerdos, dijimos: «que esté o que no esté da lo mismo»’. Pero a la hora de la verdad eso afectó mucho todas las decisiones que había que tomar.

“Una tarea que realizar”

Estamos en un momento que se puede considerar muy crítico para el proceso de paz. Hay muchas expectativas, muchas esperanzas. Sé que usted acaba de estar con los que tienen que ver con el proceso del ELN. Todo eso me pone a pensar: ¿y ahora qué sigue, particularmente para la Iglesia?, ¿cuál es la acción que se impone?

Bueno, yo creo que después de esto se abre la puerta grande para empezar la otra fase. La primera era parar la guerra; en esas estamos. Y luego: construir la paz, que significa hacer un país nuevo, como se hace una casa nueva, con habitaciones nuevas. Son muy importantes los cimientos que se pongan allí. Y los cimientos son: uno ético, y ahí nosotros tenemos que insistir mucho; un cimiento espiritual, de perdón y reconciliación, sin el cual se desmoronan muchas cosas; y un cimiento cultural: seguir insistiendo en la cultura de la vida, de los derechos humanos, de la aceptación de la diversidad, etcétera. Tenemos mucho que hacer ahí. Como el Estado y toda la sociedad colombiana. Hay mucho que hacer. Por eso se nombró un Ministro del Posconflicto, porque se sabe que hay mucho que hacer. Y a largo plazo. De manera que somos muy conscientes de que tenemos una tarea que realizar, a partir de lo que ya se está logrando, que es el parar la guerra.

¿Y disponen de los instrumentos para hacerlo?

Bueno, nosotros disponemos del Evangelio, que en primer lugar es fundamental. Después tenemos la Doctrina Social de la Iglesia, después tenemos una espiritualidad de la paz y después tenemos toda la acción pastoral, de las parroquias, las diócesis. Personas no faltan. Ideas tampoco. Solo hay que organizarse para ir haciendo lo que nos corresponde y bien.

La visita del Papa

“El Papa viene a hacer una visita pastoral, no política”

¿Y sabe algo que no sepamos sobre la venida del Papa?

No. Estamos igualitos (risas). Que el Papa viene es obvio. Primero. Ellos avisan unos cuatro meses antes de la venida.

¿O sea que deben estar por avisar? Porque a mí las malas lenguas me dijeron que venía en marzo… —pregunta Pilar—

Eso pienso yo, que eso debe estar cerca; aun cuando puede ser que hayan demorado un poco, esperando a ver qué ha resultado aquí con todo esto del proceso de paz; eso también cuenta cuando tienen que hacer sus reflexiones, sus sermones; si estamos en paz o estamos en guerra. Estarán esperando: ‘veamos a ver qué resulta’.

A ver… lo que va a resultar es positivo, de eso no hay duda. Y entonces, como las ganas que tiene el Papa de venir son grandes, en poco tiempo ya tendremos una noticia. La noticia en qué consiste: en que nosotros le mandamos un proyecto de visita, de qué lugares y de cuántos días. Allá lo reforman. Miran muchas cosas. Mandan lo que sobrevive. Pero puede ser que nos lo manden también tal cual. Lo que pasa es que ellos tienen que tener en cuenta que cuando venga el Papa tendrá ochenta años. Eso a veces uno no lo imagina. Y si lo ponen a viajar por acá y por allá eso también es duro.

Entonces la idea de que él visitara ciertas zonas de conflicto o zonas que habían sido muy significativas dentro de esta guerra que hemos tenido, ¿se desvirtúa un poco? —insiste Pilar—

No. No se desvirtúa. Cuando salimos del encuentro con el Papa, en la Plaza de San Pedro un periodista colombiano me preguntó: ‘¿y sería posible que el Papa fuera al Chocó?’. Y yo le dije: ‘sí, claro que es posible’. Pero él, muy burro -y después los llamé chambones a los periodistas-, ahí mismo mandó la noticia: ‘el Papa va al Chocó’. Se alborotó el Chocó, el obispo escribió carta pastoral… Por no saber distinguir entre una posibilidad y un hecho. Posible es todo. Aquí estuvieron los wayuu: ‘queremos que el Papa vaya, ¿es posible?’. ‘Claro que es posible. Pero una cosa es que sea posible otra que ya sea un hecho probado’. Y nos tomamos fotografías para mostrarles que estábamos muy en sintonía… y, de pronto, hasta sí. Eso no es un problema. Pero hay que esperar la respuesta antes de cualquier cosa, si no vamos a suscitar un montón de falsas expectativas, que van a enfurecer a la gente, en lugar de llenarla de gusto, de esperanza.

Lo que llama la atención es que el Papa ponga la condición de que la paz esté blindada —retomo—.

No…

¿No es eso?

No. Eso yo lo desvirtúe en los medios de comunicación. Y lo dije muy claro. El Papa viene a hacer una visita pastoral, no una visita política. Esa visita está muy por encima del Sí y el No (en ese momento lo estaba); porque es una visita pastoral, a todos. Pero el Gobierno sí ha querido manipular un poquito eso; no sé cómo hicieron para lograr sacar una frase del Papa elogiando al presidente Santos. No es que hable de Sí o de No. Sino que dice un elogio: ‘está trabajando enormemente por la paz’; y, claro, eso lo promovieron. Entonces, parecía como si el Papa estuviera apoyando el Sí o la política del presidente Santos. Pero no, era una manipulación del medio. Pero en realidad lo que se busca es eso, que sea una visita pastoral. Obviamente él viene y será muy acogido por el presidente, al fin de cuentas es también Jefe de Estado. Ahora tiene que ir el presidente a donde él, porque le van a da otro premio, ‘el Premio Nobel religioso’. Entonces eso estrechará más los lazos. Pero la visita tiene que ser pastoral, la de un pastor para todos sus feligreses.

¿Desde aquí cómo se ve el caso Trump? ¿Qué implicaciones pueden encontrar?

Tenemos temor. Lo tienen también en Estados Unidos, claro. Yo tengo en Estados Unidos dos hermanas. El nieto de una de ellas, universitario, ya graduado, escribió una carta diciendo cómo se avergonzaba y pedía perdón por toda la forma como se estaba tratando a los migrantes, a los latinos; y parte de su familia también es latina, aunque él nació allá y es totalmente anglosajón en su aspecto. Allá hay una vergüenza por todo esto. Y aquí: preocupación también, no solo porque haya allá gente que uno conoce; sino porque son personas que pueden ser victimizadas de una manera infame. Lo que yo espero es que este señor, que hablaba así desde la barrera, cuando tenga que torear, se de cuenta de que las cosas son muy diferentes y tenga que cambiar de manera de ser. Una cosa es la campaña, otra el tener que tomar decisiones en este campo.

Javier Darío Restrepo

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